Narradores del caos. Carlos Mario Correa Soto

Narradores del caos - Carlos Mario Correa Soto


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escrito y cuando habla en público.

      Nos parece que han calado más opiniones como las del escritor colombiano Darío Jaramillo Agudelo quien se atrevió a ponderar que la crónica periodística es la prosa narrativa de más apasionante lectura y mejor escrita hoy en día en Latinoamérica. Eso sí, sin negar que se escriben buenas novelas y sin hacer réquiem de la ficción (2012: 11).

      Lo cierto del caso es que entre los “Nuevos cronistas de Indias” hay un importante subgrupo de novelistas volcados a la crónica –un género que ahora también les ayuda al sostenimiento alimenticio y a subsidiar su trabajo literario– y entre ellos están, siempre con el riesgo de dejar de nombrar a otros autores importantes, el argentino Rodrigo Fresán, el chileno Alberto Fuguet, el nicaragüense Sergio Ramírez, el estadounidense (de madre guatemalteca) Francisco Goldman, el cubano Leonardo Padura, el mexicano Sergio González Rodríguez, los peruanos Santiago Roncagliolo y Daniel Alarcón; y los colombianos Héctor Abad, Santiago Gamboa, Efraím Medina, Jorge Franco, Fernando Gómez, Juan Gabriel Vásquez, Ricardo Silva, Sergio Álvarez, Sergio Ocampo, Andrés Felipe Solano, José Alejandro Castaño,22 Margarita García Robayo y Margarita Posada.

      El maestro Tomás Eloy Martínez había observado este trueque de oficios con una astucia premonitoria: “Antes, los periodistas de alma soñaban con escribir aunque sólo fuera una novela en la vida; ahora, los novelistas de alma sueñan con escribir un reportaje o una crónica tan inolvidables como una bella novela” (2006: 237). Y Martín Caparrós, por su parte, comenta que hasta los años ochenta del siglo pasado, él consideraba que el periodista era un “ser básicamente incompleto porque no había escrito novela”, y era muy usual que los periodistas buenos, ambiciosos, “siempre tenían una novela en el tercer cajón del escritorio” que no terminaban. “Ahora ya no –señala–, ahora con tener un buen libro de crónicas, mucho más fácil de terminar porque es lo que estás haciendo, ya se completan. Creo que ha sido un gran alivio personal para mucha gente (Cruz, 2016: 138).

      Al leer una amplia selección de crónicas latinoamericanas en español, publicadas por distintas editoriales en quince libros de tipo antología y en algunos otros de autoría individual, entre 2001 y 2016; y en el blog Periodismo narrativo en Latinoamérica. Recopilación de crónicas periodísticas con chispa,23 llegamos a la conclusión de que es muy difícil enmarcarlas de manera cerrada en uno o dos grandes temas. Por el contrario, lo que encontramos es un popurrí que representa las decisiones personales que toma quien escribe, ligadas a sus maneras de ver el mundo y lo que quiere conocer de él.

      No obstante, bajo un criterio si se quiere caprichoso, ordenamos las crónicas en al menos doce asuntos24 porosos: la persistente violencia o la violencia crónica; sucesos, oficios y memorias; narcos, tribus urbanas y pandillas; testigos y testimonios; el rebusque de cada día (o rebusque menor); anécdotas e ironías; animales y hombres; géneros musicales y deportes (apasionadamente el fútbol); quién es quién (o perfiles); tinta roja (o crónica policial o de sucesos criminales); lugares, paisajes y naturalezas (y una decidida apuesta por la ecología y la protección del medio ambiente, comenzando por la investigación y la denuncia de los responsables de su deterioro), y los oficios periodístico y literario.

      Como se puede advertir, muchas de las crónicas tienen más puntos de contacto que de separación y pueden hacer parte de varias de estas cuestiones. Eso sí, la violencia con sus diferentes manifestaciones y actores, es transversal a casi todas ellas.

      Así, por ejemplo, un asunto recurrente en varias crónicas es el tratamiento de la marginalidad. En primer lugar, aparecen aquellos relatos sobre personas en situaciones precarias para los ojos del escritor: pobreza, migración, explotación laboral, trata de personas, drogadicción, delincuencia, habitantes de calle. Es el caso de “Un barrio de trabajadores sin trabajo” (2012), en Córdoba, Argentina, de Alejo Gómez Jacobo; de los “bolitas” bolivianos reducidos a la servidumbre en las fábricas de vestuario en Buenos Aires y São Paulo en “Compran ‘bolitas’ al precio de ‘gallina’ muerta” (2012), de Roberto Navia Gabriel; de la aplicación de formalina al cadáver de Virginia, en la vivienda de los González, en El Salvador, para tratar de que no se corrompa mientras consiguen con qué sepultarla, en “Entierro pobre” (2009), de Rossy Tejada; y de Mery Aimé Hernández Batista, una de las cinco mil setecientas personas que se dedican a recuperar desechos reciclables por cuenta propia en Cuba y como alternativa de manutención, a quien Mónica Baró Sánchez nos presenta como “La cantante que recoge latas” (2016b) y nos la muestra en sus andanzas detrás de la basura que dejan los turistas en el centro histórico de La Habana.

      Frente a las historias de la precariedad, los cronistas describen lo que ven, y es su mirada –por lo general acomodada pero no enjuiciadora– la que logra escenificar las situaciones que narran.

      Por otro lado, existe un interés particular por los oficios del rebusque, las diversas maneras como muchos personajes buscan su sustento en el día a día, con trabajos difíciles y algunas veces curiosos, que requieren de la perseverancia de quien lucha por sobrevivir. Los oficios del rebusque son múltiples y diversos. Es así como en “Operación Ja, Ja” (2007), de Carolina Reymúndez, se cuenta la historia de los reidores o profesionales de la carcajada que se encargan de darle sentido a los chistes en la televisión argentina; en Soledad, en el Norte de Colombia, desde hace cincuenta años Salomón Noriega, alias Chibolito, se gana la vida en monedas vendiendo boletas para rifas y contando chistes como “El bufón de los velorios” (2012a), en un relato de Alberto Salcedo Ramos; mientras que en El Alto y en algunos barrios de La Paz, propios y extraños pagan en devaluados pesos bolivianos para aglomerarse en las graderías de rústicos coliseos, atraídos por el vuelo de polleras y enaguas en la lucha libre de cholitas, descrita en sendos relatos por Alma Guillermoprieto (2009) y Rocío Lloret (2010). Pero si de lucha libre se trata, “¡Esto es lucha!” (2010), damas y caballeros, nos dice César Castro Fagoaga antes de ingresarnos a la Arena México, construida en 1956, el templo de esta actividad en el país azteca, donde esta noche de viernes sentados en sus sillas de colores, azules, rojas, verdes y naranjas, y en medio del olor a palomitas de maíz, seremos testigos de varios combates entre parejas: Trueno y Sensei contra Inquisidor y Apocalipsis, Diamante y Pegasso contra Metálico y Dr. X, Bronco y Hooligan contra Averno y El Místico.

      Sí, como lo oyen, El Místico, damas y caballeros, el “Príncipe de plata y oro”, heredero de las gestas de El Santo –“El enmascarado de plata” de los años sesenta–, quien después de doblegar a sus rivales en el cuadrilátero aplicándoles “La mística”, su llave maestra, cuando está en el camerino le confiesa al cronista: “La vida con una doble personalidad es difícil: me quito la máscara y no soy nadie. La fama es la máscara. Yo, como persona, soy igual que ustedes” (Castro, 2010).

      ***

      Los cronistas latinoamericanos viven y cuentan y recuentan la urbe. Con la tarea de encontrar un tema, recorren sus ciudades con ojos atentos, descubren y redescubren esquinas, parques y negocios. La urbe en su más pura cotidianidad es de su común interés: carnicerías y galerías de mercado, bares y tabernas, teatros y cementerios, prisiones y sanatorios, bulevares y escenarios deportivos. Lo que no es noticia pero sí es historia. Los centros de las ciudades son el foco de atención principal, calles efervescentes de personas, negocios, automóviles, buses y sistemas de transportes masivos como el metro.

      Jaime Bedoya camina por los recovecos de “Polvos azules o la videoteca de Babel” (2012), el más grande centro comercial informal de Lima, reino soberano de la piratería de lo bonito y barato. Mientras que Sergio González Rodríguez, en Ciudad de México, se adentra en las muy concurridas noches de las “Mujer[es] del Table-Dance” (2010). En “Matadero y beneficio” (2012), Andrés Delgado describe el escrupuloso y tecnificado procedimiento del sacrificio de reses en la Central Ganadera; el beneficiadero de veintiocho hectáreas fundado en 1954, en la Autopista Norte de Medellín.

      Pero también son un tema muy cronicable aquellos otros sitios de la ciudad que no saltan a la vista de todos.

      Cristóbal


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