Narradores del caos. Carlos Mario Correa Soto
como “entorno”. Nadie puede llegar a Rosita –salvo el personal autorizado–, y nada de Rosita puede llegar a nadie (todo lo que salga de la vaca –si no es utilizado– debe ser eliminado como residuo patológico) (2015).
Licitra asegura que le duele el cerebro cuando trata de comprender qué viene a ser Rosita, los científicos le dicen que tiene cinco madres: este animal es el resultado del cruce genético de cinco organismos distintos. Por un lado –le explican– se tomaron genes de dos humanos (varón o mujer: no se sabe) de un banco genético. Luego, se tomó una muestra de piel de una vaca Jersey (cuya leche es rica en grasas) y de ahí se extrajo una célula que fue transformada genéticamente, en tanto le fueron introducidos los genes humanos. Esto a su vez fue metido en el óvulo de otra vaca, y a través de un proceso de clonación se generó un embrión. Ese embrión (producto de la unión de ese óvulo más la célula transformada) fue transferido a una tercera vaca que gestó y parió el animal (2015). Esta suma –trata de entender la cronista– ni siquiera tiene en cuenta a la madre número seis (una vaquillona que crio a Rosita en los primeros tiempos, porque su madre biológica –la última de ellas– la rechazaba), y tampoco incluye a los cuatro padres: que vienen a ser Mutto, Mucci y Kaiser, los científicos; y Lobato, su cuidador. En conclusión, “somos una familia”, le dice el científico Germán Kaiser a Josefina Licitra.
Con osadía reporteril y destreza narrativa, José Guarnizo Álvarez junta las crónicas de perfil, de obituario y de prontuario criminal ajustado a la nota roja, en su libro La patrona de Pablo Escobar. Vida y muerte de Griselda Blanco (2012).
Griselda Blanco de Trujillo –quien fuera conocida con los apodos de la Madrina, la Tía, la Patrona, la Reina de la cocaína y la Viuda negra–, tenía sesenta y nueve años cuando fue asesinada a tiros por un sicario mientras compraba carne en el barrio Belén de Medellín. Guarnizo Álvarez revela detalles de esta mujer que según la revista Celebrity Networth ocupó el noveno lugar en la lista de los narcotraficantes más ricos del mundo con una fortuna calculada en dos billones de dólares a comienzos de los años setenta del siglo pasado, y que según el agente retirado de la DEA Robert Polombo, fue responsable de la autoría de cien homicidios solo en Miami.
“Permítanme presentar este libro no como una biografía de Griselda Blanco” –interpela a los lectores en el prólogo Guarnizo Álvarez–, sino como un retrato de Medellín y de Miami, en las década del setenta y los inicios de los años ochenta, sin condenar ni absolver a la mujer, poniendo en escena a personajes que la conocieron, como su peluquero, y a otros que trabajaron en la delincuencia con ella, junto con datos y sucesos tomados de los archivos del FBI, de la DEA, de la Policía colombiana y de la prensa. “A Griselda Blanco, los adjetivos le sobran. En estos casos, los muertos y las víctimas hablan por sí solos. Ella fue una de las mujeres más peligrosas en la historia de la mafia, pero más vale mostrar que explicar, y es eso lo que intento hacer en estas páginas” (2012: 12-14), indica el cronista.
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Suele ser muy recurrente que los cronistas latinoamericanos escojan aquellos temas que consideran tabú para la sociedad en general, o para ellos mismos: la prostitución, las drogas, la brujería, el fetichismo, el aborto, las diversidades sexuales, el suicidio y la locura. Por eso es posible encontrar numerosas crónicas sobre estos contenidos, convirtiéndose más que en temas tabús, en motivos reiterados y tradicionales para estos soportes. Bajo el ejercicio reporteril el cronista tiene la oportunidad de conocer los asuntos y los individuos que le causan curiosidad por el hecho de ser censurados por algunos sectores de la sociedad.
Por ejemplo, en “Burdel de burras” (2008), la cronista Margarita García se va detrás de Andrés y de sus cinco amigos, quienes median como proxenetas de varios adolescentes de catorce y quince años a quienes llevan por turnos a una finca del municipio de Turbaco, a cuarenta minutos de Cartagena, para que hagan lo que ellos ya hicieron cuando tenían sus mismas edades: perderle el miedo al sexo en un aventura zoofílica. Entre los muchachos hay varios que proceden de regiones tanto del litoral Atlántico como del interior de Colombia, lo que desmiente el mito de que la “burricie” sea una práctica exclusiva de los costeños.
Daniel Riera mira, espía y relata en “Esclavos del deseo” (2007); una crónica que avanza entre jaulas, cepos, látigos, pezoneras y muchos otros instrumentos de castigo y tortura; mientras va siguiendo a una chica con antifaz, escote feroz y traje de cuero brillante que se hace llamar Soraya y quien asegura que si no se considerara superior, no podría hacer su trabajo en el mundo del sexo extremo en la Buenos Aires secreta.
¿Qué pasa en la cabina de una masajista erótica? ¿Qué se siente al exhibirse durante una noche como stripper? ¿Cuáles son las imaginerías de los cientos de hombres que llaman a las líneas calientes? ¿Por qué los hombres están obsesionados con los productos para potenciar su vigor sexual? ¿Ha pensado en qué consiste ser ninfómana? A estas y a otras preguntas similares se propone dar respuestas y, claro, propiciar nuevos interrogantes, el libro El sexo según Soho (2015), en una compilación de crónicas de inmersión y testimonios sobre la más estimulante de las acciones humanas, realizadas por treinta y dos periodistas convocados y “excitados” por la revista colombiana Soho para vivir –así fuera por unas horas o unos días– como personajes de sus propias fantasías o pesadillas.
En “Trabajando como prostituta virtual” (2015b), Gabriela Wiener, por ejemplo, nos cuenta que el Fisgónclub es la web de sexo amateur, directo e interactivo, en la que se ha instalado para dejarse ver desnuda por la mirilla de la “puerta del siglo”: su webcam. La cronista, quien durante una semana se ha publicitado como “Sexógrafa. Veinticinco añitos. Dependienta. Pechos grandes, lengua larga”, concluirá, “en carne propia”, que una webcamer es a una puta lo que una stripper es a una actriz porno y que la webcam es una especialidad como cualquier otra dentro del mundo del entretenimiento, y la suya es meterse en la cama para prestar servicios sexuales sin derecho a roce. “Aunque ellos pagan –explica Wiener–, yo tengo el poder. En realidad soy mucho peor que una puta. Las putas entregan su cuerpo pero no su alma. Yo ni siquiera el cuerpo. Moraleja: ser objeto sexual es divertido cuando no te pueden echar el guante” (2015b: 19).
“Yo aborté” (2007) es la crónica de Paula Rodríguez que en febrero del 2003 parió la revista Rolling Stone, en su edición argentina, donde los testimonios de varias mujeres levantan la voz en sus páginas poniéndole rostro y nervios al aborto clandestino que tanto allí como en los demás países del continente es una –y ha sido la principal– de las causas de muerte entre las embarazadas. “La discusión sobre el aborto –se señala en la presentación de la crónica– y su implementación legalizada sigue allí, empantanada, amenazando con dar a luz, esperando que nos decidamos a abordarla” (2007: 93).
Como se decidió Rodríguez a abordarla como una historia insoslayable desde el primer párrafo de su relato:
Examinó un atado de perejil y eligió el tallo más grueso. Aunque estaba sola, se encerró en el baño. Metió el tallo por su vagina hasta estar segura de que había llegado al útero. Y esperó el dolor, alguna señal de que estaba abortando.
—Duele sí. Muchísimo. Es como un parto. Pero no hay que tener miedo, ¿eh? Si tienes miedo, es peor: vas al hospital. Yo estuve dos días con dolores fuertes. Después, algunas molestias, hemorragias (2007: 94).
Cuando Rosana Alcarraz decidió abortar tenía veintitrés años y dos hijos, explica Paula Rodríguez al revelar el nombre y el apellido de su fuente de información testimonial, para trascender el estilo periodístico, de fantasmas y de sombras, cargado de eufemismos con el que se suele dar cuenta en las noticias de asuntos como el aborto.
La violencia crónica y la crónica de la violencia
Notamos, en efecto, cómo la violencia y sus expresiones, actores y sucesos, es transversal, y salpica con su tinta roja a todos los demás asuntos.
En un país como Colombia, con más de cinco décadas de conflicto armado con fuerte impacto en los ámbitos rurales –al