Narradores del caos. Carlos Mario Correa Soto

Narradores del caos - Carlos Mario Correa Soto


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por seres humanos: “Desde lejos, los detalles no se observan. Con detalles, las cosas son distintas” (2016: 55).

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      Un subgénero de la crónica muy utilizado por los autores latinoamericanos es el perfil –también identificado por editores y periodistas en Colombia como retrato o semblanza–; un relato que gira sobre la vida de un personaje y que busca, a partir de entrevistas con el “perfilado”, con quienes lo rodean y con el acopio de información documental, responder a las preguntas ¿quién es quién? y ¿cómo es quién?, o ¿quién era quién? y ¿cómo era quién? en su estilo de obituario. El personaje no necesariamente debe ser famoso o relevante para la vida pública de una sociedad. Por el contrario, puede ser cualquier persona, algunas con características físicas y psicológicas particulares o vidas trajinadas por muchos caminos; en todo caso, historias dignas de ser reveladas con una marcada intención épica.

      Laura Castellanos en “Cronista de otro planeta” (2010) perfila al periodista mexicano Jaime Maussan, quien se dedica a documentar su obsesión por la vida extraterrestre en una revista y en un programa de televisión respaldado por su grupo Los Vigilantes, tildados de indeseables y cazafantasmas por astrónomos y ufólogos, así que es para algunos un apóstol y para otros el líder de una secta fanática. En “La eterna parranda de Diomedes” (2010), Salcedo Ramos se arriesga a quemarse metiéndose en el infierno personal del controvertido ídolo de la música vallenata; y en “El oro y la oscuridad” (2010), logra describir golpe a golpe la vida gloriosa y trágica de Antonio Cervantes Kid Pambelé, quien llegó a ser el hombre más importante de Colombia para Gabriel García Márquez, el hombre más importante de Colombia.

      Villanueva Chang conduce con astucia reporteril al tenor peruano Juan Diego Flórez –considerado el nuevo héroe de la ópera y a quien Pavarrotti señalara como su heredero– para que afloje su voz y le refiera detalles sobre una de las mayores frustraciones que ha tenido en su vida: no sabía silbar.28 Leila Guerriero, en cambio, logra sin trucos que René Lavand no se guarde ninguna carta bajo la manga y le confiese su vida desde la niñez en “El mago de una mano sola” (Guerriero, 2012a).

      Una de las similitudes entre la crónica de perfil que se escribe, por ejemplo, en Estados Unidos y la que se escribe ahora en los países latinoamericanos tiene que ver con la búsqueda de la historia secreta de alguien que ya es conocido, pues en sociedades mediáticas y tan adictas a la fama, el desafío es conocer la zona incierta de las celebridades. No obstante, ha sido lugar común que los cronistas latinoamericanos prefieran personas olvidadas o desconocidas, poco tratadas o distorsionadas por el discurso oficial. En palabras del maestro Villoro: “Si los cronistas norteamericanos buscan la vida secreta de las famas públicas, los cronistas latinoamericanos buscan las historias que subyacen bajo la ignorancia o la impunidad” (Escobar y Rivera, 2008: 263).

      Así, nos damos cuenta de la existencia del uruguayo Gonzalo Tancredi, doctor en Astronomía, quien en “El socialista que degradó a Plutón” (2010), de Leonardo Haberkorn, bajó de la nube a generaciones de escolares que aprendieron erróneamente que Plutón era el noveno planeta del sistema solar; pues fue él quien puso las cosas en su lugar convenciendo a la comunidad astronómica mundial de que se definiera al astro como “Planeta enano”; y de paso, desde un país donde no existe un solo telescopio importante, humilló a la astronomía estadounidense, descubridora del cuerpo celeste degradado.

      El cronista Ezequiel Fernández Moores revela que José Néstor Pékerman,29 el hoy flamante director técnico de la Selección Colombia de Fútbol, trabajó como taxista ocho horas diarias en las calles de Buenos Aires. El taxi, un Renault 12, se lo había prestado Tito, el hermano mayor, y él lo pintó de negro y amarillo. Es 1978, Pékerman tiene 28 años de edad y su primera hija, Vanessa. Una rotura de ligamentos en una rodilla lo había dejado fuera de combate como jugador profesional del Independiente Medellín. Tiene que entrar plata a su casa, pues el sueldo que su esposa Matilde gana como docente en una escuela primaria, no alcanza.

      El guionista y productor de televisión colombiano Fernando Gaitán es un personaje de la noche, desvela Sinar Alvarado. Para la investigación que requirió el perfil del gurú30 de la telenovela latinoamericana, además de las lecturas, de las entrevistas a amigos, colegas y críticos, Alvarado dedicó varias madrugadas a seguirlo en sus fiestas. Y ahí descubrió que el célebre creador de “Café con aroma de mujer” y “Yo soy Betty, la fea” es, básicamente, un anfitrión: “un hombre que dedica tiempo, dinero y esfuerzo al fino arte del agasajo” (Alvarado, 2010: 33).

      Dos maestros de la crónica latinoamericana, el mexicano Carlos Monsiváis31 (1938-2010) y el chileno Pedro Lemebel32 (1955-2015) son perfilados –bien se podría decir que homenajeados– por Fabrizio Mejía y por Óscar Contardo, tras un arduo proceso de citas canceladas, de evasivas y de no pocas exigencias por parte de los dos personajes, hasta que Monsiváis y Lemebel decidieron abrirles a Mejía y a Contardo las puertas de sus viviendas, en el barrio Portales de Ciudad de México y en el centro de Santiago, y dejarse ver aislados de los mundillos que frecuentaban.

      Entonces sus perfiles –que ahora con la ausencia de los dos personajes leemos como sus obituarios cronísticos– comienzan con el asombro de Mejía y de Contardo, tras meter sus cabezas y desplegar sus miradas en los espacios de las madrigueras de Monsiváis, el intelectual más público durante décadas en México; y de Lemebel, el niño pobre que vivía en un basural y se convirtió en profesor de arte, artista travesti y en uno de los escritores más importantes de Chile.

      Para Mejía, la medida de Monsiváis es el buzón en la puerta negra de su casa por cuya rendija cabe un tomo de una enciclopedia; “la casa es un vagón de tren y el estudio es la punta más baja en forma de ‘ele’”; el escritorio está repleto de papeles, libros, periódicos e informes; muchísimos gatos circulan con libertad por el recinto y algunos trepan por las extremidades y la cabeza de su amo; y “justo en una pared lateral dos dibujos cuentan una historia de la cultura mexicana: uno es la primera página manuscrita de El llano en llamas, de Juan Rulfo, autografiada y con el trazo preciso de un coyote aullando. El otro es el dibujo hecho por José Luis Cuevas del rostro de Monsiváis con adornos muy pop en los lentes” (Mejía, 2012: 246-247). Para Contardo, la medida del Lemebel –quien había decidido “frenar la intensidad alcohólica en la que vivía tras la muerte de su madre”– es su nueva casa en un cuarto piso frente al Parque Forestal; un departamento amplio en el sector más codiciado de Santiago, en lo que él mismo llama gay town; y el cual está “armado con una suerte de economía de medios que no es lo mismo que minimalismo. Muros blancos, los muebles apenas necesarios, algunos grabados de Juan Domingo Dávila, uno de los artistas visuales más importantes del arte contemporáneo chileno quien, por cierto, también firma como Juana” (Contardo, 2010: 62-63).

      Así que, dime dónde vives y te diré quién eres y cómo eres.

      Por eso mismo, Josefina Licitra, viaja cuatrocientos kilómetros en ómnibus con un fotógrafo –Sebastián Miquel de la revista Anfibia– a Balcarce, una ciudad de treinta y cinco mil habitantes ubicada al sudeste de la provincia de Buenos Aires, para conocer a Rosita, “la vaca sagrada”, que vive en un corral del campo del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria. Rosita, una vaca única en el mundo, una vaca que da leche maternizada, vive allí protegida por guardias, alarmas y sensores láser; y también custodiada por tres científicos que comparten con ella hasta su lecho de paja. Y Rosita crece allí sin saber que su clonación es un experimento revolucionario que la tiene viviendo la vida de “una vaca solitaria y malhumorada” que come alfalfa con papas fritas (Licitra, 2015).

      Licitra escribe que:

      Rosita es marrón. Y tiene cara de rumiante: los globos oculares gordos, y esa lentitud vacía que recuerda a las personas pasadas de diazepam. Rosita luce así, bueno, porque no hay vaca inteligente. Pero también –hay que decirlo– porque su vida es –o parece ser– aún más aburrida que lo usual. Desde que nació –el 6 de abril de 2011– la vaca no tiene contacto con otro animal que no sean Nicolás Mucci, Germán Kaiser y Adrián Mutto, los científicos; y Carlos Lobato, su cuidador. Y eso, a su vez, tiene sus razones. Por normas de seguridad, Rosita vive –debe vivir– aislada


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