Philip Dick con Jacques Lacan. Fabián Schejtman

Philip Dick con Jacques Lacan - Fabián Schejtman


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entre susurros –año 1982–, (5) algunos integrantes de las cátedras Psicoanalítica I y Psicoanalítica II del profesor Ostrov, y también los grupos de estudio que en esa época amplificaban mis primeros balbuceos lacanianos. Un azar produjo, luego, el cruce: me encontré con SIVAINVI –novela de la última fase de la producción de Dick– (6) en el tiempo en que me introducía en la lectura del seminario de Lacan sobre Las psicosis. (7)

      Aquellas resonancias no hicieron hasta entonces más que incrementar el entusiasmo que la lectura de los escritos de Philip Dick me provocaban, acentuar el gusto que me producía encontrarme con su tratamiento absolutamente original de los más delicados problemas políticos, psicológicos, filosóficos o religiosos, tomando como formato de base, como ladrillos para la construcción de sus cuentos y novelas, los tópicos más frecuentados, los clichés más convencionales y remanidos de la ciencia ficción norteamericana que lo precedió o de su época, pero retorciéndolos al punto de trastornar enteramente al género mismo hasta sus cimientos, con una ironía y un humor incomparables que equilibran esa tendencia a la entropía que se cuela indefectiblemente en cada uno de los mundos que propone.

      Ahora mismo, mientras escribo estas líneas y releo a Dick, me sigue impresionando como un escritor tan creativo y perturbador que oscurece cualquier intento de captura psicoanalítica o psicopatológica. Su obra escapa una y otra vez de las redes que pretenden atraparla. Bestia extraña en el universo de la ciencia ficción, mezcla inusual de genialidad y desvarío, resiste a cualquier intento de domesticación. Seguramente es una de las razones más importantes por las que me tomé un buen tiempo antes de avanzar en la dirección que ya se entreabría para mí en 1984. Me tomó décadas y múltiples ensayos preliminares llegar a encontrar el modo de transmitir por escrito lo que fui elaborando.

      Quedaba descartado de inicio, por inconducente, cualquier abordaje que pretendiese reducir su arte a psicobiografía. Ninguna psicología podrá explicar jamás la obra de un artista apelando a lo mucho o lo poco que fue amamantado por su madre, a la presente, ausente, torpe, eficaz o infeliz figura paterna que le tocó en suerte, a la influencia de tal muerte, nacimiento, engaño o trauma de cualquier especie en su existencia. Es preciso pasar de ese psicologismo barato. Y si eso es válido en general, lo es más tratándose de Dick, cuya vida tan singular y llena de percances de todo tipo se presta especialmente a ser zamarreada –se lo ha hecho– en el intento de elucidar su obra. Que las marcas de una vida se deslicen en la obra de arte de quien la produce ya lo sabía Perogrullo. Pero creer que se dilucida algo con ello es otra cosa. Y antes que intentar explicar el arte, es mejor dejarse enseñar por el artista –que como señalaban Freud y Lacan, siempre nos lleva la delantera– y por sus síntomas: dejarse instruir por el uso que hace de los mismos en su operación.

      Varias veces detuve, entonces, el impulso a pasar por escrito mis elaboraciones. Lo hice, mientras las ponía a prueba entre tanto en un intercambio con otros. De ese modo, aquello que Philip Dick me enseñaba con el tiempo se expandía y también se modificaba a partir de esas interlocuciones. En diversas clases, exposiciones y conferencias probé distintas aproximaciones psicoanalíticas a su obra. Ensayo y error: cada vez que Philip y sus escritos se soltaban de mis ajustes, los dejaba ir por un tiempo. Intenté no forzar esa resistencia. Ello me entregaba la posibilidad de una próxima acometida. Y la siguiente… fracasaría mejor, para decirlo con Beckett.

      Luego de recomendar fervorosamente la lectura de Philip Dick, abordé la función de la escritura en su obra articulada con una psicosis –la del propio Dick– que se manifestó a través de una profusión de síntomas, dos intentos de suicidio, varias internaciones psiquiátricas y años de terapia ambulatoria en instituciones públicas, que se suman a sus consultas a psiquiatras, psicoanalistas y terapeutas de diversas especies, pero que también acompañó e influyó decisivamente sobre el desarrollo de su producción literaria. En síntesis, probé situar las transformaciones que fue sufriendo su escritura al ritmo que imponía el desarrollo de su psicosis y, en contrapunto, las modificaciones que éste presentaba como resultado del tratamiento que aquella le imprimía.


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