Mundos del fin de la palabra. Joanna Walsh
Al cabo de un rato leyendo juntos, sucederá algo sorprendente: un secreto sentimiento de superioridad comenzará a crecer en ti. Reconocerás la costumbre de tu yo lector de abrir una obra un poco más allá del principio, en el punto exacto, de hecho, en que tú habías perdido el interés y, es más, seguirá leyendo, pero deteniéndose poco antes de la última página. Tu seguridad en ti mismo aumentará cuando descubras que ha devorado todos los libros que habías dejado de lado: temerarios regalos de bienintencionados familiares; recomendaciones de amigos que has abominado desde la primerísima página; manuales de jardinería; ladrillos de instrucciones para aparatos eléctricos o memorias de políticos. Ese ser ha acabado con los libros que uno deja en el contenedor para deshacerse de ellos. Ha arañado cada una de las palabras de volúmenes hechos polvo y podridos, perdidos de té y grasa de beicon al fondo del cubo de la basura.
Empezarás a compadecerte de su terrible apetito.
Tu creciente sentimiento de superioridad primero generará en ti una condescendiente empatía que te llevará a interrogarlo. Pero, al descubrir la cantidad de información que tu yo lector posee y tú no, tu humor primero mudará en reticente respeto y luego en genuino interés.
Os sentaréis juntos, ahora cordialmente, para intercambiar información, opiniones. Pasarás del café al alcohol y le ofrecerás una copa a tu yo lector. Con complicidad, admitirás que has desatendido los campos del saber que él domina. Tu yo lector se sentirá curiosamente añorante de todas esas páginas perdidas, todos esos principios, todos esos finales.
Después de otras tantas copas de whisky, vino o cerveza, llevarás a tu yo lector hacia tu biblioteca, que, después de años de acumulación, abarca desde el suelo hasta el techo, al igual que la de tus padres. Sentirás que le estás enseñando un reino, un nuevo horizonte que, solamente en vuestra presencia conjunta, se desplegará para ambos en el mismo instante: esa descascarillada pared de lomos encorvados a causa del pegamento que se contrae con el paso del tiempo y que no revela un mar, sino un bosque de amarillentos pliegos unidos que se abrirán dejándose caer como fláccidas palmeras.4 Más allá de las rendijas que estos dejan, sólo habrá oscuridad. Sentirás que, si pudierais atravesar, juntos, podríais… bueno… atravesar el papel hasta las palabras y luego, desde las palabras hasta… hasta… lo que sea. Tu yo lector tendrá la misma idea. Le pasarás a tu yo lector un libro tras otro hasta que sus insustanciales brazos se desborden, pero luego (tal vez por el whisky, el vino, la cerveza o lo que hayáis bebido) recordarás ese libro, el libro que tu yo lector debe leer y (al fin y al cabo, vuestros gustos no son tan dispares) empezarás a buscarlo, a sacar libros a destajo. Aunque ambos conocéis el libro (que tú tampoco has leído, a pesar de que siempre has tenido la intención de hacerlo), ninguno de los dos seréis capaces de recordar el título ni de dar con el nombre del autor. Los libros volarán hasta el suelo pasando al lado, y no a través, de tu yo lector, rasgándose, abandonándose, sustrayéndose, hasta que los anaqueles queden tan desnudos y amarillos como la arena, hasta que detrás de los anaqueles no se vea más que un papel pintado que está triturado, ligeramente descolorido, con un cerco de polvo que marca la altura de tu antigua biblioteca.
Ambos os sentaréis ante esa catástrofe de librería para contemplar sus ruinas. Estaréis de acuerdo: de haber tenido siempre a mano el libro oportuno, ¡ay, qué lectura habríais hecho!
Sólo después de unas cuantas copas de vino (cerveza o whisky), ambos admitiréis que, a fin de cuentas, quizá en realidad no os gusten tanto los libros.
postales desde dos hoteles
el primer hotel
i
El primer hotel es caro; yo no lo pago.
Hay libretas para tomar notas al lado de las almohadas; la silla es demasiado baja para el escritorio.
ii
Las cosas pequeñas desaparecen: es normal.
Me cambian las toallas aun cuando no las pongo en la bañera.
iii
Programa: «Tiempo libre en el hotel».
(No hay más instrucciones.)
iv
Preparo la bañera, apilo unos libros junto a la bañera, me meto.
Una vez dentro, no leo los libros.
v
Me salgo. Algo en la habitación ha cambiado: quizá sean las distancias.
Es fácil perder cosas en un espacio en blanco.
vi
Echo de menos algo:
una diminuta ampolla de perfume;
algunas horquillas.
vii
Siempre me dicen:
fuera del hotel las cosas se están poniendo cada vez más feas.
No hablo el idioma.
viii
Por dentro de la puerta, tres cerrojos.
Y:
«Si la humareda es densa, selle la puerta con toallas húmedas».
ix
Cosas que debería haberme traído:
un paraguas.
Cosas que debería haberme traído:
un pijama.
x
La caja fuerte del hotel gruñe al cerrarla. Se somete al abrirla.
«Cortesía de la casa: sacaremos brillo a sus zapatos con brillantez.»
el segundo hotel
i
El segundo hotel está más alejado del centro. Con todo, está dentro de la ciudad.
Las afueras son más seguras que el centro: me dicen que es más allá donde he de preocuparme.
ii
Las libretas, también junto a la almohada, son más pequeñas.
Las toallas están raídas: procuro hacer caso omiso.
iii
La silla es también demasiado baja para el escritorio; la caja fuerte no funciona.
Al igual que en el último hotel, cambio de lugar mis escasas pertenencias constantemente.
iv
Hay dos botellas de agua en el cuarto de baño.
(En el primer hotel sólo había una.)
En ambos hoteles reservé una habitación doble, sigo sin pareja.
v
Cierro el cajón de la mesilla. Me meto en el cuarto de baño.
Regreso. El cajón está abierto. Cierro el cajón.
vi
Los artículos de aseo personal llevan el nombre de la ciudad del último hotel.
Es al llegar al segundo hotel cuando echo de menos el primero.
vii
La mosquitera corredera se desliza por la ventana.
La ventana se desliza por la mosquitera corredera.
viii
En el patio, los pájaros se engolondrinan. Se desdicen de sus trinos, que no reconozco.
Oigo el cinturón de ronda. Aun así, algunas cosas no pueden evitar ser preciosas.
ix
No hay nadie en la piscina.
Se me desprende un pequeño pellejo de un pie y cae al suelo. No lo pasaré mal aquí.
x
Mañana