Ensamblajes y piezas sueltas. Santiago Castellanos
fue casual el síntoma de la medicina como una forma de tratamiento de ese real. Fue una elección del lado de la vida, aunque los costes subjetivos fueron por momentos importantes. Trabajar como médico en ese borde, el de la vida y la muerte, durante más de 30 años sin haber salido muy dañado ha sido posible gracias a la experiencia del análisis.
El “dolor” es un S1, significante amo, de un goce marcado en el cuerpo, tras un encuentro contingente, y que se itera en cada uno de los síntomas que la neurosis pudo anudar.
El fantasma se perfila en la lógica del falo y del objeto que vela lo real, pero una vez que se puede ir más allá de esa ventana, un efecto de extrañeza y extravío, cierta angustia y afecto depresivo, emergen y me acompañan durante un tiempo.
En cualquier caso, tengo que decir que para mí lo fundamental en el análisis no fue encontrarme con el propio deser sino lo que vendría después. Uno sale de ahí como en el cuadro de los embajadores de Holbein, (8) pero sin saber muy bien lo que le espera y cómo finalizar el análisis.
La experiencia de la inconsistencia y el sinsentido
Tras el sueño del “magma incandescente” que me produjo un gran impacto no sabía cómo continuar.
¿Y ahora qué?, le pregunté al analista. Él me dijo que había que dar una vuelta más, lo que escuché como construir mi propio caso clínico. Varios años dando vueltas, al mismo tiempo que mi relación con la causa analítica y con la Escuela se estrecha, asumiendo nuevas responsabilidades.
Sin embargo, ahora puedo decir que se trataba del tramo necesario para finalizar el análisis en la perspectiva del sinthome, (9) de lo curable a lo incurable. Esta perspectiva supone que la satisfacción del final del análisis tome la medida necesaria para poder darlo por finalizado.
En ese contexto se produce la sesión más corta que recuerdo. Comencé diciendo que “el análisis está hecho de piezas sueltas”, y el analista me contestó: “exactamente”, dando por finalizada la sesión. Me levanté del diván y le comenté que no me daba tiempo a decirle… y me respondió: “Queda suelta”.
Esta interpretación del analista no es cualquier cosa, para un sujeto obsesivo que siempre trata de cerrar por la vía del sentido todas las significaciones en un circuito que puede ser infinito, tratando de capturar lo real.
Este acto descompleta y desarticula este funcionamiento del inconsciente transferencial e introduce la fragmentación y el vacío como elementos operatorios imprescindibles en la orientación hacia lo real para que el análisis pueda finalizar.
Ahora puedo decir, que en mi caso no solamente fue necesario que fuese franqueado el fantasma, sino que también hizo falta que el analista introdujera la inconsistencia y el sinsentido a través del corte, para que se pudieran dar las condiciones de finalización del análisis. Creo que fueron las maniobras necesarias a la demanda de saber que desde el inicio del análisis operaba en la transferencia, como un objeto cuya consistencia estaba desde el principio en la elección del analista. Su elección tuvo que ver con el hecho de que por su condición de Analista de la Escuela podía responder adecuadamente a mi pregunta por la posición del analista, porque él podía enseñarme las claves para una praxis que, en mi caso, era fuente de angustia. Este objeto epistemológico fue erosionado una y otra vez en cada vuelta que realizaba para construir mi propio caso clínico, porque en cada vuelta se trazaba una imposibilidad.
Finalmente es a través de un sueño que se produce el movimiento de salida del análisis.
Durante el sueño suceden dos cosas. En primer lugar, estoy haciendo el pase, relatando mi análisis a una pasadora. El relato es largo, muy largo, casi podría decir que ocupa gran parte de la noche. Del texto de ese relato no recuerdo nada, es como si después de haberlo contado hubiera desaparecido del disco duro de la memoria del sueño. Una página en blanco. Después de esto aparecen cuatro letras CPUT, y un guión.
Cuando me despierto, estoy toda la mañana tratando de entender el significado de esas cuatro letras. No asocio nada y se me ocurre la absurda idea de hacer una búsqueda en Google.
No puedo hacer la búsqueda. El problema está en que no puedo poner el guión en ninguna parte, el guión está y no sé entre qué letras ponerlo, realmente es un agujero que no puedo escribir en el teclado del ordenador. El guión pasa de esta forma a tener una función de no articulación de las palabras, no cesa de no escribirse. El sentido está excluido.
Tengo entonces la certeza de que mi análisis ha finalizado. Es un convencimiento radical. Ya no podía continuar asociando, no podía seguir en el diván. El analista es desalojado del lugar de sujeto supuesto saber y el Otro pierde la consistencia que alojaba la transferencia y la lógica interna de la propia neurosis.
Hay una sensación de alegría y entusiasmo. Realizo sentado algunas sesiones más.
En la última entrevista con el analista le señalo que me está pasando algo raro. En la percepción de la visión hay más luz, puedo distinguir los colores con más facilidad, hay más contrastes. Una cierta euforia recorre mi cuerpo. Los paseos que doy en los alrededores del consultorio del analista en Barcelona, me emocionan corporalmente por la viveza de los colores. Siento mucha alegría.
Es como si la experiencia de lo real del sueño hubiera desdoblado en diferentes circuitos la banda de Moebius; sus dos caras: la admiración y la caída. Hay más de un recorrido, hay más diversidad, hay un poco más de luz, hay más color, hay un paisaje más interesante. Hay la posibilidad de que la pulsión pueda bailar con otros objetos.
Se precipitan una serie de elaboraciones y un acto.
Me doy cuenta de que había pasado mi vida tratando el dolor ajeno como una forma de tratar el dolor propio, resto de goce que queda marcado en el cuerpo. Había trabajado en el tratamiento del dolor en la medicina y en cuidados paliativos. Posteriormente, había realizado un DEA para el Instituto del Campo freudiano sobre la fibromialgia, que finalmente se publicó en un libro: El dolor y los lenguajes del cuerpo. Me había planteado el proyecto de tesis sobre el mismo tema, hasta que finalmente cambio el rumbo y la tesis sobre el dolor se traduce en el testimonio de pase.
Me doy cuenta de la importancia de la escena del cementerio y de la aceptación de la oferta de mi tía paterna en la que la pulsión de muerte señala un destino asegurado. Informo en una reunión familiar que no quería ser enterrado en la tumba que me había ofrecido mi tía, junto a la suya y la de mi padre.
El azar hizo que unos meses más tarde falleciera mi tía paterna, y que en el momento de su entierro los familiares preguntaran acerca de lo que iban a hacer con esa otra tumba que quedaba vacía, colocada justo encima. Me mantuve en silencio. Mi madre también. Fue un momento inolvidable para mi y difícil de relatar, la misma sensación que pude experimentar unos meses más tarde ante el cuadro de Malevich Cuadrado negro en el Centro Pompidou en París. (10)
Experimenté un momento de des-realización corporal en el que algo se evacuaba desde mi cuerpo y drenaba por ese agujero, por esa mancha negra que me mira. Hay un momento de ¿“escalofrío”? ¿“sacudida”?, no sé como nombrarlo.
Mi madre me preguntó a la salida del cementerio porqué había tomado esa decisión y solamente le pude contestar que eran cosas mías.
Unos meses más tarde le pregunté acerca de su enunciado: “Hay algo más que no te puedo decir”. Su respuesta me produjo un gran asombro.
Ella me contó la siguiente historia. A los pocos meses de nacer me llevó al médico porque tenía algunas marcas o úlceras en la boca. En la consulta del médico estaban mi padre y mi madre. El médico les dijo que esas marcas eran la señal de que era un niño especial, pero que no se lo podían contar a nadie, si acaso me lo podían contar a mí antes de que ellos murieran. Mis padres se lo creyeron y lo mantuvieron en secreto. Ahora entiendo porqué mi madre siempre me habló de aquel médico con una fascinación que siempre me sorprendió, hasta el punto de que sin saber que lo sabía encarné durante muchos años ese mismo personaje.
Esta historia casi delirante me produjo mucha risa. No podía creerlo.