La llamada (de la) Nueva Era. Vicente Merlo

La llamada (de la) Nueva Era - Vicente Merlo


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de 1954 comienza a comprar espacios televisivos y a curar desde la pantalla mediante imposición de manos con el grito de Heal! (¡Cúrate!). No sólo curaciones, más o menos impresionantes, sino también espectaculares exorcismos (Kepel, 1991:160).

      Más triste y preocupante es el caso de Jim Bakker, acusado en 1989 de múltiples malversaciones financieras y de un sonado escándalo sexual. Así «en Heritage USA, especie de Disney-landia cristiana, revivía las orgías de Sodoma, mientras en televisión criticaba la homosexualidad» (Kepel, 1991:143). Fue condenado a 45 años de cárcel y, una importante multa, sentencia apelada, revisada en 1991 y reducida a 18 años de cárcel.

      Si en otros lugares hemos hablado de la “caída” de los gurus orientales, constatamos ahora que otro tanto puede decirse del televangelismo norteamericano. Efectivamente, como señala J. Bosch: «Tres de los más famosos televangelistas, Jim Baker, Jimmy Swaggart y Marvin Gorman, han sido protagonistas de escándalos sexuales y delitos financieros por los que han sido juzgados y condenados a diferentes penas» (Bosch, en Mardones, 1999:171).

      El Concilio Vaticano II (1962-1965) parecía haber comenzado la aceptación del mundo moderno y la remisión del dominio católico, pero el pontificado de Juan Pablo II, iniciado en 1978, marca la reafirmación de los valores y la identidad católicos.

      Desde la misma apertura del Vaticano II y sobre todo con la crisis del mayo del 68 francés, los avances del Concilio pronto parecen insuficientes. Algunos católicos comprometidos con lo social lo consideran un primer paso en el camino hacia la revolución. Muchos católicos se identifican con la posición tomada en América Latina por la teología de la liberación, pero a ojos de la jerarquía aquélla encarna el peligro marxista que amenaza con instrumentalizar la Iglesia y producir un inaceptable giro hacia la izquierda de ésta. Es una ideología que ve el cumplimiento del apostolado cristiano en la construcción del socialismo. Gustavo Gutiérrez, Ignacio Ellacuría, Leonardo Boff destacan, con otros muchos, entre los teólogos de la liberación que sufrieron conflictos y penas de diversa gravedad en su relación con el Vaticano.

      Por otra parte, el entonces cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, representaba a los conservadores. El peligro se centra en la hegemonía de la razón sobre la fe, que según ellos corresponde a un ciclo histórico que se abre con la Ilustración y concluye hacia 1975. Es imperativo luchar por restaurar la Iglesia en cuanto entidad pública. Tal es el objetivo de la recristianización.

      El discurso eclesiástico de la “postmodernidad” viene encarnado, además de por Ratzinger, por Jean-Marie Lustiger, intelectual que domina las ciencias sociales del siglo XX, cardenal de París y que acusa a la “soberbia de la razón” de haber desembocado en totalitarismo, sea nazi o estalinista. El origen del mal está en el Siglo de las Luces que diviniza la razón humana impermeabilizándola ante cualquier crítica. Su consecuencia son los totalitarismos (Kepel, 1991:89). Postmodernidad, tardo-modernismo, Nueva Era, distintos modos de encarnar el descontento que parece reinar ante los límites impuestos por un determinado modo de entender la razón ilustrada y la hegemonía de la tecno-ciencia.

       El caso de Comunión y Liberación

      El movimiento más representativo del integrismo católico es, sin duda, «Comunión y Liberación». Comunión y Liberación hunde sus raíces en la década de los cincuenta, cuando don Luigi Giussani funda en 1954 la «Juventud Estudiantil,» cuyo adversario es el laicismo que adultera la conciencia católica y engendra el marxismo ateo. Ilustración y marxismo son también sus enemigos. En el plano intelectual se profundiza el conocimiento de los teólogos a cuya filiación se adscribe el movimiento; en particular dos de ellos, de talla indiscutida: Henri de Lubac y Hans Urs von Balthasar.

      A raíz del postconcilio, y sobre todo a partir de 1968, el conservadurismo de los ciellini (iniciales en italiano de Comunione e Liberacione) entra en crisis y se asiste a escisiones internas. En 1970 funda Comunión y Liberación, y sus verdaderos triunfos vendrían a mediados de esa década. Para ellos no se trata –como para el Vaticano II– de modernizar el cristianismo, sino de cristianizar la modernidad.

      De 1974 a 1989, el movimiento pasará a infiltrarse en el sistema político italiano y el entorno del Papa Juan Pablo II, a pesar de que no faltan críticas a la jerarquía católica. A partir de 1990, el movimiento abandonó sistemáticamente el campo político para consagrarse a lo social. La re-cristianización desde arriba había acarreado imprevistas consecuencias negativas, de modo que volvió a hacerse prioritaria la actividad desde abajo.

       Principales tendencias dentro del catolicismo

      En su análisis del fundamentalismo en el catolicismo, Tamayo recuerda que el término “integrismo” aparece en el pontificado de Pío X (1903-1914) y coincide con su condena del “modernismo”. El término se acuñó en Francia y se refiere a los católicos que se autodefinen como “integrales” y afirman defender la integridad de la fe, oponiéndose a los modernistas y su lectura de los datos de la fe desde las ciencias modernas. Así como en el fundamentalismo hay una voluntad de regresar a la fuente, a la Escritura fundacional, el integrismo pone el acento en la tradición, lo cual supone el recurso a los padres y doctores de la Iglesia, a los concilios, a la autoridad papal, etc.

      Ahora bien, el resurgimiento del fundamentalismo acaece –como hemos visto– a mediados o finales de los años setenta del siglo XX. Ya no se trata de la modernización del cristianismo, sino de la cristianización de la modernidad. Es la “nueva evangelización” diseñada por el cardenal Ratzinger y llevada a cabo en el pontificado de Juan Pablo II (1978-2005), con la ayuda de los nuevos movimientos eclesiales restauracionistas, entre los que cabe citar, además de Comunión y Liberación, al Opus Dei, a las Comunidades neocatecumenales, Legionarios de Cristo, Heraldos del Evangelio o Sodalitium.

      Podrían distinguirse (Tamayo, 2005:86) cinco tendencias dentro del catolicismo que si no lo son en sentido pleno muestran claras analogías con el fundamentalismo:

      La integrista antimodernista intransigente, opuesta al liberalismo, que se desarrolló a principios del XX en España y Francia y todavía tiene algunas manifestaciones, aunque minoritarias.

      La tradicionalista lefebvrista, opuesta a la renovación y la apertura del Vaticano II e instalada en la tradición del rito tridentino.

      La conservadora, que sitúa la obediencia al Papa por delante del seguimiento de Jesús…

      La sectaria, que se cierra sobre sí misma creyéndose en posesión única de la verdad y no tiene contacto con el mundo por considerarlo lugar de perdición, ni con otros grupos cristianos por considerarlos alejados del depósito de la fe que debe mantenerse incólume.

      La puritana, que desprecia el cuerpo por considerarlo ocasión de pecado y valora la castidad y el celibato por encima de otras formas de vida en común no celibatarias.

      En los países musulmanes de la cuenca mediterránea, en los años setenta los movimientos de re-islamización toman el relevo de los grupos marxistas. Sobre el filo de los ochenta, los marxistas han sido derrotados en casi todas partes y comienza una década de esporádica agitación islamista con momentos difíciles: el asalto a la Gran Mezquita de la Meca (1979), el asesinato de Sadat (1981) o la resistencia afgana a la invasión soviética. Pero la toma del poder sólo se ha materializado en Irán.

      Veamos cómo las raíces de la agitación que se desencadena en las décadas de finales de siglo que nos ocupan se remontan a las primeras décadas del siglo XX, algo similar a lo que veíamos en el fundamentalismo protestante. Así, en 1927 nace en la India una asociación pietista, la Jama’at


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