El Diablo Cojuelo. Luis Vélez de Guevara

El Diablo Cojuelo - Luis Vélez de Guevara


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de papeles y libros está un gramaticón[222] que perdió el juicio buscándole a un verbo griego el gerundio. Aquel que está a la puerta de esotro aposentillo con unas alforjas al hombro y en calzón blanco, le han traído porque, siendo cochero, que andaba siempre a caballo, tomó oficio de correo de a pie. Esotro que está en esotro de más arriba con un halcón en la mano, es un caballero que, habiendo heredado mucho de sus padres, lo gastó todo en la cetrería y no le ha quedado más que aquel halcón en la mano, que se las come de hambre. Allí está un criado de un señor que, teniendo qué comer, se puso a servir. Allí está un bailarín que se ha quedado sin son, bailando en seco. Más adelante está un historiador que se volvió loco de sentimiento de haberse perdido tres décadas de Tito Livio. Más adelante está un colegial cercado de mitras, probándose la que le viene mejor, porque dió en decir que había de ser obispo. Luego, en esotro aposentillo, está un letrado que se desvaneció en pretender plaza de ropa[223], y de letrado dió en sastre, y está siempre cortando y cosiendo garnachas. En esotra celda, sobre un cofre lleno de doblones, cerrado con tres llaves, está sentado un rico avariento, que sin tener hijo ni pariente que le herede, se da muy mala vida, siendo esclavos de su dinero y no comiendo más que un pastel[224] de a cuatro, ni cenando más que una ensalada de pepinos, y le sirve de cepo su misma riqueza. Aquel que canta en esotra jaula es un músico sinsonte, que remeda los demás pájaros, y vuelve de cada pasaje como de un parasismo. Está preso en esta cárcel de los delictos del juicio, porque siempre cantaba, y cuando le rogaban que cantase, dejaba de cantar.

      —Impertinencia es ésa casi de todos los desta profesión.

      —En el brocal de aquel pozo que está en medio del patio se está mirando siempre una dama muy hermosa, como lo verás si ella alza la cabeza, hija de pobres y humildes padres, que queriéndose casar con ella muchos hombres ricos y caballeros, ninguno la contentó, y en todos halló una y muchas faltas, y está atada allí en una cadena porque, como Narciso, enamorada de su hermosura, no se anegue en el agua que le sirve de espejo, no teniendo en lo que pisa[225] al sol ni a todas las estrellas. En aquel pobre aposentillo enfrente, pintado por defuera de llamas, está un demonio casado, que se volvió loco con la condición de su mujer.

      Entonces don Cleofás le dijo al compañero que le enseñaba todo este retablo de duelos:

      —Vámonos de aquí, no nos embarguen[226] por alguna locura que nosotros ignoramos; porque en el mundo todos somos locos, los unos de los otros[227].

      El Cojuelo dijo:

      —Quiero tomar tu consejo, porque, pues los demonios enloquecen, no hay que fiar de sí nadie.

      —Desde vuestra primera soberbia—dijo don Cleofás—todos lo estáis; que el infierno es casa de todos los locos más furiosos del mundo.

      —Aprovechado estás—dijo el Cojuelo—, pues hablas en lenguaje ajustado.

      Con esta conversación salieron de la casa susodicha, y a mano derecha dieron en una calle algo dilatada, que por una parte y por otra estaba colgada de ataúdes, y unos sacristanes con sus sobrepellices[228] paseándose junto a ellos, y muchos sepultureros abriendo varios sepulcros, y don Cleofás le dijo a su camarada:

      —¿Qué calle es ésta, que me ha admirado más que cuantas he visto, y me pudiera obligar a hablar más espiritualmente que con lo primero de que tú te admiraste?

      —Ésta es más temporal y del siglo que ninguna—le respondió el Cojuelo—, y la más necesaria, porque es la ropería de los agüelos, donde[229] cualquiera, para todos los actos positivos[230] que se le ofrece y se quiere vestir de un agüelo, porque el suyo no le viene bien, o está traído, se viene aquí, y por su dinero escoge el que le está más a propósito. Mira allí aquel caballero torzuelo[231] cómo se está probando una agüela que ha menester, y esotro, hijo de quien él quisiere, se está vistiendo otro agüelo, y le viene largo de talle. Esotro más abajo da por otro agüelo el suyo, y dineros encima, y no se acaba de concertar, porque le tiene más de costa al sacristán, que es el ropero. Otro, a esotra parte, llega a volver un agüelo suyo de dentro afuera y de atrás adelante, y a tremendallo con la agüela de otro. Otro viene allí con la justicia a hacer que le vuelvan un agüelo que le habían hurtado, y le ha hallado colgado en la ropería. Si hubieres menester algún agüelo o agüela para algún crédito de tu calidad, a tiempo estamos, don Cleofás Leandro; que yo tengo aquí un ropero amigo que desnuda los difuntos la primera noche que los entierran, y nos le fiará por el tiempo que quisieres.

      —Dineros he menester yo; que agüelos no—respondió el Estudiante—: con los míos me haga Dios bien[232]; que me han dicho mis padres que deciendo de Leandro el animoso, el que pasaba el mar de Abido

      «en amoroso fuego todo ardiendo»[233],

      y tengo mi ejecutoria en las obras sueltas de Boscán y Garcilaso[234].

      —Contra hidalguía en verso—dijo el Diablillo—no hay olvido ni chancillería que baste, ni hay más que desear en el mundo que ser hidalgo en consonantes.

      —Si a mí me hicieran merced[235]—prosiguió don Cleofás—, entre Salicio y Nemoroso[236] se habían de hacer mis diligencias, que no me habían de costar cien reales; que allí tengo mi Montaña, mi Galicia, mi Vizcaya y mis Asturias[237].

      —Dejemos vanidades agora—dijo el Cojuelo—: que ya sé que eres muy bien nacido en verso y en prosa, y vamos en busca de un figón, a almorzar y descansar, que bien lo habrás menester por lo trasnochado y madrugado, y después proseguiremos nuestras aventuras.

       Índice

      Dejemos a estos caballeros en su figón almorzando y descansando, que sin dineros pedían las pajaritas que andaban volando por el aire[238] y al fénix empanado[239], y volvamos a nuestro astrólogo regoldano[240] y nigromante enjerto, que se había vestido con algún cuidado de haber sentido pasos en el desván la noche antes, y, subiendo a él, halló las ruinas que había dejado su familiar en los pedazos de la redoma, y mojados sus papeles, y el tal Espíritu ausente; y viendo el estrago y la falta de su Demoñuelo, comenzó a mesarse las barbas y los cabellos, y a romper sus vestiduras[241], como rey a lo antiguo. Y estando haciendo semejantes estremos y lamentaciones, entró un diablejo zurdo, mozo de retrete de Satanás, diciendo que Satanás su señor le besaba las manos[242]; que había sentido la bellaquería que había usado el Cojuelo; que él trataría de que se castigase, y que entre tanto se quedase él sirviéndole en su lugar. Agradeció mucho el cuidado el Astrólogo y encerró el tal espíritu en una sortija de un topacio grande, que traía en un dedo, que antes había sido de un médico, con que a todos cuantos había tomado el pulso había muerto. Y en el infierno se juntaron entre tanto, en sala plena, los más graves jueces de aquel distrito, y haciendo notorio a todos el delito del tal Cojuelo, mandaron despachar requisitoria para que le prendiesen en cualquier parte que le hallasen, y se le dió esta comisión[243] a Cienllamas, demonio comisionario que había dado muy buena cuenta de otras que le habían encargado, y llevándose consigo por corchetes a Chispa y a Redina, demonios a la veinte[244], y subiéndose en la mula de Liñán[245], salió del infierno con vara alta[246] de justicia en busca del dicho delincuente.

      En este tiempo, sobre la paga de lo que habían almorzado habían tenido una pesadumbre el revoltoso Diablillo y don Cleofás con el Figón[247], en que intervinieron asadores y torteras, porque lo que es del diablo, el diablo se lo ha de llevar, y acudiendo la justicia al alboroto, se salieron por una ventana, y cuando el alguacil de Corte con la gente que llevaba pensaba cogellos, estaban ya de esotra parte de Getafe, en demanda de Toledo, y dentro de un minuto, en las ventillas de Torrejón, y en un cerrar de ojos, a vista de la puerta de Visagra, dejando la real fábrica del hospital de afuera a la derecha mano; y volviéndose el Estudiante al camarada, le dijo:

      —Lindos atajos sabes: malhaya quien no caminara contigo todo el mundo, mejor que con el Infante don Pedro de Portugal, el que anduvo las siete[248] partidas dél.

      —Somos gente de buena maña—respondió el Cojuelo.


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