Anti-Nietzsche. Jorge Polo Blanco

Anti-Nietzsche - Jorge Polo Blanco


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Nachlass. Que dichos pasajes se hallen diseminados, e imbricados con otras temáticas, no implica que no sean medulares y constitutivos; entre otras cosas, porque en Nietzsche todo se halla diseminado e imbricado. Pero, además, y esto es lo más decisivo, ese pensamiento político guarda una íntima afinidad con los núcleos más importantes de su filosofía. No se trata de una cuestión marginal o anecdótica, si bien es verdad que su forma de escribir no ofrece facilidades y que su «pensamiento político» se halla disperso y enmarañado de mil maneras. Su lenguaje polisémico y metafórico, cargado de vituperante y profética grandilocuencia, tampoco invita a la serenidad analítica. A veces es crudo y explícito, eso sí. Pero, en medio de sus ardientes fogonazos, podemos descubrir ciertas coherencias internas que, a la postre, configuran un pensamiento político definido.

      Nietzsche, y esta cuestión no es baladí, siempre tuvo muy claro quiénes eran sus adversarios espirituales. Pero su crítica furibunda de la cultura occidental también se adentraba, como no podía ser de otra manera, en el mundo político. Aunque es cierto que su labor primordialmente disolvente no lo condujo a la preparación de un «programa» concreto, dibujó, a pesar de todo, las líneas maestras de una «visión» política. Por lo demás, es indudable que su obra alberga un nítido contraprograma: él sabía muy bien quiénes eran sus contrincantes políticos, pues sobre ellos arrojaba cantidades ingentes de la metralla dialéctica más corrosiva que pueda uno imaginar, y tenía muy claro qué órdenes sociopolíticos eran los menos deseables. Y es que, más allá de su labor crítico-disolutiva, que en ocasiones evidenciaba una suerte de goce por la destrucción gratuita (tensando dicha crítica hasta límites patológicos, sin ofrecer, sin embargo, una justificación bien argumentada de tan ardientes impugnaciones), más allá de todos estos alaridos histriónicos, decíamos, también podemos localizar en su obra algunas propuestas normativas; propuestas ético-políticas harto inquietantes, por cierto.

      Acaso debamos recordar, a modo de anécdota, que en su infancia y adolescencia mostró una religiosidad piadosa. Era hijo de un ferviente pastor protestante, monárquico hasta la médula. Sin embargo, cuando aún no había cumplido cinco años el padre falleció. Poco tiempo después también moriría el hermano pequeño, Joseph. En los escritos autobiográficos de juventud puede rastrearse la indeleble huella de dolor que tales acontecimientos imprimieron en su espíritu. Desde entonces, el pequeño Friedrich Wilhelm (que recibió este nombre no por casualidad, puesto que nació el 15 de octubre, día del cumpleaños del rey Federico Guillermo IV de Prusia) sería criado y cuidado (sobreprotegido, al parecer) por mujeres: su abuela, su madre, su hermana y sus tías. Su trayectoria existencial jamás presentó tintes saludables a nivel emocional. En lo erótico-sentimental su vida resultó un completo descalabro. Sus intentos de contraer matrimonio con Lou Andreas-Salomé rozaron lo patético. Eso sí, parece cierto que, siendo aún estudiante, contrajo la sífilis en un burdel de Colonia. Errabundo y nómada en los últimos años de su vida consciente, siempre llevó un modus vivendi de lo más frugal. Atormentado por constantes e inclementes dolores de cabeza, permanecía


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