Desafíos pastorales. Anthea Harrison

Desafíos pastorales - Anthea Harrison


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Con ello, se está siguiendo el ejemplo del mismo Señor Jesucristo. En Mateo 19.3–10, Jesús respondió a la pregunta de los fariseos respecto al divorcio y afirmó, antes de todo, el principio básico de la institución y la permanencia del matrimonio citando a Génesis 2.24: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y los dos llegarán a ser un solo cuerpo. Y luego agregó: Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. Esto quiere decir que el matrimonio ha sido instituido por Dios, no por el hombre: el varón y la mujer están unidos en un pacto como si fuera bajo el “yugo divino”.

      Puesto que Dios ha unido a la pareja, el hombre no debe separarla. El divorcio deshace la obra de Dios. El fallo dado por Moisés en Deuteronomio 24.1–4, citado por los fariseos (Mt 19.7), no era un mandamiento sino solamente un permiso, pues, aunque no lo aprobaba, aceptaba el divorcio como una posibilidad en vista del pecado en el corazón humano, y su objetivo era limitar los efectos del pecado del hombre. Esto no quiere decir que Dios aprueba el divorcio (Mal 2.16); declara más bien que Dios “odia el divorcio” tanto por el pecado que lo motiva, con consecuencias lamentables que afectan a los hijos y a los mismos participantes, como por el uso ligero del divorcio por razones nada permisibles en las Escrituras. Esta concesión del divorcio, parece oponerse a la institución divina del matrimonio creada en el principio de las cosas, antes de la caída del hombre. Sin embargo, esto ocurrió porque Dios, en su misericordia, dio disposiciones legales para los hombres pecadores, aunque a veces parecería ser “el menor de dos males” (cf. Esd 10.11, 44, que habla de la despedida de esposas paganas de Israel).

      Algunos judíos permitían el divorcio “por cualquier cosa” (Mt 19.3). Jesús lo repudia e insiste en la seriedad del divorcio y sus consecuencias. Debemos notar que en Deuteronomio 24, es reglamentado cuidadosamente de modo tal que la petición de divorcio debía ser por escrito y entregada personalmente; la persona divor­ciada debería salir de la casa, haciendo una ruptura permanente en la relación, y podría volver a casarse. De acuerdo con Jesús, el divorciado que vuelve a casarse comete adulterio, y podría causar la comisión de adulterio a su pareja divorciada (Mt 19.9; cf. Mt 5.32; Mr 10.11). Esta conducta no es aprobada por Dios, es ilícita y una falta de cumplimiento de las promesas matrimoniales. La única excepción a esto, se da en el caso de inmoralidad sexual (el término porneia habla en general de la infidelidad sexual o matrimonial y de toda relación sexual ilícita) puesto que el acto sexual en sí con otro varón o mujer rompe la unión matrimonial.

      ¿Qué enseña el apóstol Pablo?

      Las cartas de Pablo fueron escritas a congregaciones de la época con muchos nuevos creyentes, con el fin de impartirles enseñanza y consejos pastorales sobre sus problemas tanto en la vida cristiana como en la doctrina. En dos ocasiones, él trata el tema del divorcio:

      En Romanos 7.2–3, Pablo cita dos casos: el primero, trata de una mujer casada que va a juntarse con otro hombre y se la califica como “adúltera”. El segundo, se refiere a una mujer que busca juntarse a un nuevo marido después de la muerte de su primer esposo. Ella queda en libertad para hacerlo.

      En 1 Corintios 7.10–16, Pablo reitera la enseñanza de Jesús de que entre creyentes no debe haber divorcio; más bien, se debe buscar la reconciliación (vv. 10–11). Pero ¿qué ocurre en el caso de una pareja no cristiana en la cual uno posteriormente se ha convertido a Cristo? Pablo insiste en que el cónyuge creyente no debe iniciar una separación o divorcio de su pareja no creyente (vv. 12–13), puesto que el esposo o esposa no creyente, así como los hijos, son “santificados” al estar unido con la persona creyente, lo cual abre la posibilidad de que puedan ser ganados para el Señor (vv. 14, 16). Sin embargo, si el cónyuge incrédulo no desea quedarse y decide irse, entonces, escribe Pablo, “sepárese” (v. 15). Se enfatiza la importancia de mantener la paz para ambos (v. 15). Tomemos nota de que se da por entendido que un creyente no debería casarse con una pareja incrédula (cf. 2 Corintios 6.14–16, donde se enfatizan las grandes diferencias entre el cristiano y el no cristiano).

      Los principios bíblicos resumidos:

      En el principio, Dios creó al varón y a la mujer e instituyó el matrimonio. El propósito divino consiste en que la sexualidad humana sea disfrutada dentro del matrimonio, y que este sea una unión de amor exclusivo y permanente. El matrimonio es un pacto/compromiso mutuo de fidelidad, declarado públicamente (cf. Pr 2.17b).

      En ninguna parte de las Escrituras hay mandamiento de divorcio para parejas creyentes. Aunque algunos buscan justificarlo, el divorcio es una triste y lamentable desviación del ideal divino. La “separación moderna” —a menos que sea por tiempo muy limitado— no resuelve nada; sólo sirve de “tregua” en una batalla.

      El divorcio y el nuevo casamiento se permiten en dos casos:

      » La persona “inocente” puede divorciarse —aunque no está obligado a hacerlo— si su cónyuge ha cometido un acto grave de inmoralidad y persiste sin arrepentirse (cf. Mt 19.9).

      » Un creyente puede consentir que su cónyuge no convertido no quiera seguir viviendo a su lado y se marche. En este caso, la iniciativa debería tomarse por razón del cónyuge incrédulo (cf. 1Co 7.12–16).

      Consejos

      1. Es importante y necesaria una enseñanza bíblica y profunda antes del matrimonio. La enseñanza prema­trimonial debe ser parte del trabajo de cada pastor que celebra matrimonios en su iglesia. Este aspecto de la consejería, debe incluir:

      * El significado del matrimonio cristiano y las promesas que se hacen el uno al otro.

      * El entendimiento de las diferencias: el trasfondo familiar, los temperamentos, las diferencias de cultura, edad, experiencia cristiana, etc.

      * Cómo resolver conflictos, cómo expresar el enojo, el desagrado, etc.

      * Otros aspectos clave como los roles, el dinero, el sexo, su fe cristiana.

      * La ceremonia del matrimonio y los votos expresados por la pareja son, ante Dios, votos de amor mutuo que se demuestran en cada aspecto de la vida de pareja delante de Él y ante los familiares y amigos. ¡La decisión de los contrayentes es deliberada, voluntaria y permanente por toda la vida! Es una promesa de fidelidad hasta la muerte, e incluye aspectos físicos, intelectuales y espirituales.

      * La importancia de la enseñanza para todos. En la iglesia, muchas veces una pareja madura podría acercarse a una pareja joven para animarla y ayudarla como sus “padrinos espirituales”.

      2. En la iglesia, siempre es necesaria la enseñanza bíblica y profunda sobre el matrimonio y la reconciliación. Esta es responsabilidad del pastor en sus sermones, las clases de la escuela dominical, las conferencias sobre el matrimonio, “días para parejas”, etc. Siempre es mejor que una pareja con problemas se acerque a una pareja madura y preparada para ayudar con consejos y con capacidad para escuchar con empatía. Cuando se trata de consejería, los pasos a seguir son:

      * Investigar el problema.

      * Enfocar el problema y sus raíces.

      * Examinar sus acciones y pensamientos equivocados.

      * Presentar soluciones bíblicas.

      * Hacer un seguimiento del caso.

      3. Debe haber un ministerio desde el punto de vista bíblico y pastoral, enfocado en personas divorciadas y separadas que impartan enseñanza acerca de la reconciliación y el perdón:

      * La enseñanza del poder sanador del arrepentimiento. Cada pecado


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