Asesino Binario. Antonio Dyaz
en los que autores de toda índole eran invitados a redactar sus novelas semanales. Cuando la historia finalizaba se editaba en un único volumen, y se volvía a reproducir el éxito, proporcionando así un sustento adicional a los sufridos y estajanovistas escritores.
La palabra folletín precisamente deriva de folleto, que es la separata en la que se incluían estos textos a mediados del siglo pasado. Como en muchos casos se trataba de tramas de índole romántica, el adjetivo folletinesco viene a significar lo que todos sabemos. Pero hay otros temas, y la novela negra o la ciencia ficción se adaptan como un guante a este formato. A eso vamos.
Por alguna extraña razón, o acaso por la confluencia de muchas, es casi imposible encontrar hoy en las páginas de un periódico un rincón en el que se desarrolle día a día alguna novela que encandile a los lectores. Todo el espacio que no sea estricta información ha sido colonizado por columnas de opinión, infinitas, reiterativas y redundantes que, con alguna honrosa salvedad, no tienen un valor literario intrínseco, y mucho menos narran una ficción fraccionada, más allá de la evolución del Covid 19 o de otros fascinantes virus que nos esperan acechando en los noticiarios.
Binary Killer, es en realidad el nombre de un software que sirve para hacer operaciones rápidas en Bolsa; una herramienta para brokers agresivos. Nuestro protagonista se levanta una mañana, se mira al espejo y toma una decisión que cambiará su vida, y que acabará con la vida de muchos: se convertirá en un asesino a sueldo. Pero no uno cualquiera, sino alguien que basará todas sus acciones en la Deep Web o Internet Profunda.
Esperamos que el lector/a disfrute de este desvarío, que encuentra su media naranja narrativa en mi novela Unicornio (Neverland Ediciones) con la que comparte algunos personajes, organizaciones y dispositivos.
El autor
CAPÍTULO 1
Una lágrima se deslizó lentamente por mi mejilla, sorteó los accidentes de mi piel, y finalmente se estrelló contra la espuma del lavabo. Allí se transformó en una diminuta flor roja, una amapola solitaria en un mar de jabón. ¿Por qué estaba llorando sangre?
Comencé a marearme.
Quizá el ángulo del sol en el espejo aquel día era distinto, o quizá mi incipiente barba exigió un afeitado con posturas distintas. Cuando nos aferramos a una rutina cotidiana durante años, el más mínimo cambio puede reducir a pedazos una disciplina forjada con el tesón de los solitarios, de los guerreros que cada día se miran al espejo y ven un vendedor de alfombras, un detective privado, un instalador de antenas o un vendedor de El Corte Inglés.
¿Cómo no se me había ocurrido antes? Es probable que la decisión se hubiera estado larvando en el área reptiliana de mi cerebro durante este último lustro de trabajos precarios, que me habían permitido tiempo suficiente para afilar mis habilidades como hacker aficionado.
Aquella mañana no parecía como todas las demás mañanas. Porque lo que vi en el espejo fue un asesino a sueldo. La definición golpeó mi conciencia como un guante de boxeo cargado; no cabía la menor duda. Todos mis años de zozobra, profesiones estúpidas, inseguridad y dilemas morales acababan de ser pulverizados por esa revelación.
Mi ética estaba en permanente conflicto con la realidad, sobre todo después de leer a Wittgenstein y a Schopenhauer. Y mi moral no existía, dado mi irredento ateísmo. Por esa razón Kant jamás me convenció, aunque nunca me convertiría en el protagonista de American Psycho. Sexo y poder son palabras gemelas; pero no así el amor. Y yo soy un tipo romántico, aunque esté dispuesto a matar por dinero. Muchos lo hacen por celos, por placer, por efectos de sustancias psicoactivas... y los más peligrosos y abyectos son capaces de matar por un ideal. No me cabe la menor duda de que hay gente que merece morir, y gente dispuesta a pagar por ello. Yo sería la correa de transmisión entre ambas realidades.
La adrenalina comenzó a refrescar mis arterias, y supe que había hallado mi particular aguja en el pajar. ¡Tantas ocupaciones absurdas! ¡Tanto tiempo desperdiciado! ¿Por qué había tardado dos décadas en encontrar mi vocación?
Cobraría mis servicios en bitcoins. Y nada de Chrome, Firefox o Explorer; navegaría con TOR a través de la llamada Deep Web o Internet Profunda, para que nadie pudiera localizar mi IP. Sería invisible para el Poder, pero estaría siempre disponible para mis clientes e ilocalizable para mis enemigos. Entonces reparé en que aún no tenía enemigos, lo que me situaba muy abajo en el escalafón del crimen. «No importa», recité mentalmente:
«Dadme tiempo, y tendré enemigos. Dadme enemigos y tendré prestigio. Dadme prestigio y tendré poder. Dadme poder y tendré tiempo.»
Aullé como un lobo en celo, salté sobre el sofá de IKEA Söderhamn ® y me quité la camiseta con gesto retador, como si fuera Cristiano Ronaldo tras violar la portería contraria en una final. Pero al cruzarme con el espejo de la entrada pude constatar que mi cuerpo no es como el de CR7. Soy gordo, pálido y macilento. Y calvo. Pero no se equivoquen, siempre disfruté de un inesperado sex-appeal, y he tenido entre mis brazos a las mujeres más hermosas (y no pocos hombres), que han caído rendidas ante un, para mí inexplicable pero bienvenido, encanto. ¿El timbre de mi voz? ¿Mis vastos y absurdos conocimientos? ¿Mis lunares? ¿Mi esmerada pedicura?
El politono del móvil me apeó de mi ensoñación. Miré la pantalla ¡Era Amanda! Pero si no me devolvía las llamadas desde hacía dos semanas... En un arrebato de autoestima decidí no contestar.
El amor propio ni es propio ni es amor, pero a veces funciona.
Entonces aterricé en una realidad que nada tenía que ver con Al Pacino, Robert de Niro o Jason Statham. Porque, además de mi entusiasmo, tenía un problema... en realidad varios problemas. Jamás había matado a nadie. No tenía ni idea de técnicas de defensa personal, no digamos de mercenario o de guarda de seguridad o de policía, ni entrenamiento militar alguno, además de no haber pisado un gimnasio en mi vida. Y cada vez que veía sangre me mareaba de manera irremisible.
Sin embargo, hay algo que sí tenía: convicción, y muchas ganas de ganar dinero eliminando a indeseables. Aunque el concepto de «indeseable» no es universal. Bueno, ya pensaría sobre ello más adelante, examinando cada caso antes de aceptarlo.
Me puse manos a la obra. Invertí mi finiquito tras un empleo temporal de tres al cuarto en los grandes almacenes y algunos ahorros en comprar un nuevo y potente ordenador, además de adquirir un portátil con los últimos avances tecnológicos y conseguir algunos periféricos que me serian útiles (almacenamiento masivo de datos, biometría, ese tipo de cosas). El más importante era una costosa impresora 3D de última generación que me permitiría fabricar mis propias armas.
Nadie de mi pasado podría jamás asociarme con el chaval gordito que mataba su tiempo libre jugando al billar intentando robar las miradas de las princesas rotas que acompañaban a los capos del barrio.
Ni tampoco con el esforzado comercial que vendía artículos de deporte en la planta siete de El Corte Inglés: «Sí; esta fusta es de fibra de carbono, cuesta el doble, pero realmente merece la pena». Mentira. Toda mi vida había sido una mentira. Hasta que supe ver el asesino que llevaba dentro; bien, pues ahora lo llevaría fuera. Sin complejos, pero adoptando técnicas de mimetismo propias de los insectos. Como ya he señalado antes, soy de esos tipos que piensan que el mundo sería un lugar más seguro si nadie estuviera dispuesto a morir por un ideal.
«Aquella mañana Gregorio Samsa despertó convertido en un monstruoso insecto», comenzaba La metamorfosis de Kafka. Bien; ahora el insecto era yo. Me imaginé con seis patas y no me vi mal del todo. Conocía un proveedor de exoesqueletos militares de Kevlar ®, le propondría unos diseños...
Mi anodino apartamento en la periferia de la ciudad resultaría una base perfecta para mi nueva profesión, sin ostentaciones. Inicialmente mi civismo fiscal me empujó a la Agencia Tributaria, a preguntar el epígrafe que más se pudiera ajustar a mi actividad, pero lo más parecido a un asesino a sueldo es el epígrafe de Torero (Matadores de Toros, Grupo 051), y bajo ningún concepto iba a engrosar las filas de esos