Lutero y la vida cristiana. Carl Trueman
y no simplemente a la jerarquía sacerdotal.
Eck escuchó el sermón y salió de la sala con la ominosa declaración de que lo que acababa de escuchar era “completamente bohemio”. Con esto, Eck estaba llamando la atención sobre la conexión entre la interpretación de Lutero de la iglesia y aquella propuesta por Juan Huss, el Líder de la iglesia de Bohemia un siglo antes. La comprensión de Huss de la iglesia enfatizaba la importancia de la predestinación y por lo tanto socavó la autoridad de las estructuras visibles. Básicamente, las ideas de Huss habían sido condenadas como herejía, y había sido quemado en la hoguera en el Concilio de Constanza en 1415. Si Lutero estaba enseñando la doctrina de Huss, entonces era claramente un hereje y estaba sujeto a lo ya establecido como precedente.
Este fue la estrategia que Eck adoptó en el debate, presionar a Lutero acerca de dónde veía reposar la autoridad en la iglesia. Cuando declaró que Lutero estaba enseñando asuntos que habían sido condenados en Constanza, Lutero cayó en la trampa y respondió que Constanza había condenado muchos artículos que simplemente eran enseñanzas sólidas del catolicismo. También agregó que la supremacía papal era una innovación relativamente reciente.
Podría decirse que este es el momento en que la Reforma realmente comenzó con seriedad, ya que fue entonces cuando las implicaciones de los ataques fragmentarios que Lutero había hecho sobre las indulgencias y el método teológico se hicieron evidentes. Si Lutero tenía razón, si la humildad era la clave de la salvación, entonces todo el sistema medieval debía ser rechazado, y el papado estaba equivocado. Leipzig dejó esto en claro, junto con el hecho de que no había una postura intermedia.
Si bien el resultado del debate en Leipzig fue algo dudoso, Lutero regresó a Wittenberg como el claro campeón del nuevo movimiento de la Reforma.
1520: El año de los sueños
En muchos sentidos, Lutero nunca tuvo un año teológico más glorioso que 1520. Es cierto que el año comenzó de una manera preocupante. Carlos V había sido elegido emperador a fines del verano de 1519, y así los procedimientos formales contra Lutero dentro de la iglesia y el imperio podían comenzar de nuevo. Esto sucedió en enero de 1520, cuando una asamblea de cardenales y diplomáticos en Roma exigió que el papa procediera contra el reformador. Más tarde en la primavera, Eck llegó para informar de primera mano sobre el Debate de Leipzig y para unirse a un comité encargado de preparar los cargos en contra de Lutero.
Todo esto sirvió para indicar que las posibilidades de una resolución pacífica a la crisis de Lutero habían desaparecido. En este contexto, Lutero se embarcó en la elaboración de su manifiesto sobre cómo debería ser una iglesia reformada en los tres grandes tratados de 1520: La Cautividad Babilónica de la Iglesia, La Libertad Cristiana y Un Llamado a la Nobleza Alemana. Los tres tratados se discutirán con detalle en capítulos posteriores, pero es útil conocer desde una perspectiva biográfica qué temas abarcaron.
La Cautividad Babilónica fue el manifiesto sacramental de Lutero, en el cual no solo redujo el número de sacramentos de siete (bautismo, confirmación, orden sacerdotal, matrimonio, penitencia, la misa y unción final) a tres, o posiblemente dos (bautismo, la misa, y tal vez penitencia), sino que también reestructuró su pensamiento sacramental en torno a la promesa y la fe. Las implicaciones de su nueva soteriología, tan hábilmente expuesta por Eck en Leipzig, ahora podían redefinir el corazón mismo de la devoción medieval: los sacramentos.
La Libertad Cristiana fue la aplicación de Lutero de sus ideas sobre la justificación al ámbito de la ética. A diferencia del sistema medieval, donde el motivo de las buenas obras no era el conocimiento de estar en un estado de gracia, sino más bien un medio para avanzar o mantener un estado de gracia, el enfoque de Lutero lo puso todo de cabeza. Argumentó que, por haber sido justificado sin obras, entonces uno es libre de hacer buenas obras para el prójimo, de manera análoga a la de Adán antes de la caída.
Finalmente, al darse cuenta de que la iglesia no iba a reformarse, Lutero se volvió hacia el magistrado civil como medio para lograrlo en Un Llamado a la Nobleza Alemana. Dado que veía mucha confusión en la época como resultado de la incursión de la iglesia en áreas que pertenecen propiamente al magistrado civil, Lutero argumentó que los magistrados necesitaban recuperar lo que propiamente les pertenecía, despejando así el camino para que la iglesia fuera una vez más una entidad verdaderamente espiritual.
Estas tres obras, tomadas en conjunto, representan tal vez la visión más continua y positiva de Lutero de lo que debería ser la reforma. Es posible argumentar que nunca volvió a presentar una visión tan completa del cristianismo de una manera tan positiva. Sin embargo, mientras Lutero estaba comprometido con esta construcción positiva, la iglesia emitió su muy esperada condena al pensamiento del reformador. La bula papal Exsurge Domine fue proclamada en julio de 1520 y luego comenzó su largo viaje hacia Wittenberg, llevada allí por, entre otros, John Eck.
Finalmente, el documento llegó a Wittenberg el 10 de octubre, cuando fue presentado al rector de la universidad, Peter Burckhard. Curiosamente, no fue Eck quien lo presentó. De manera prudente se quedó fuera del Electorado de Sajonia, presuntamente sabiendo que no habría sido un lugar seguro para él. De hecho, fue la milicia de Leipzig la que entregó la bula, otra señal de la hostilidad que había entre las dos ciudades desde el debate de 1519.
Lutero debe haberse enterado de la llegada de la bula casi de inmediato. Wittenberg era—y sigue siendo—una ciudad muy pequeña donde nada con consecuencias importantes podría suceder en secreto. Además, sabemos que él escribió a Espalatino el 11 de octubre, informándole sobre la llegada de la bula a la universidad. En los próximos meses, Lutero escribió una explicación de los artículos condenados por la bula y reiteró su llamado para que un concilio alemán en suelo alemán resolviera lo que, según él, era un problema alemán. Estaba muy dispuesto a jugar la carta étnica como un medio para mantenerse fuera de las manos del papado.
Después, el 10 de diciembre de 1520, Lutero dirigió una procesión a la plaza del pueblo en Wittenberg y quemó públicamente tanto la bula papal como los libros de la ley canónica. Ya no había vuelta atrás.
La Dieta de Worms
Ahora la iglesia había agotado sus opciones para encargarse de Lutero. La excomunión fue la sanción final, y, sin embargo, todavía era libre de escribir y predicar con impunidad en Wittenberg. Como resultado, fue necesario idear una nueva estrategia. Carlos V estaba convocando una dieta imperial en la ciudad de Worms en abril de 1521, y se decidió citar a Lutero para que se presentara allí. Esta fue una decisión controvertida. En primer lugar, la excomunión de Lutero significaba que era una nopersona9, y la cuestión técnica de cómo se emite una citación a una nopersona era un problema. Segundo, la creciente popularidad de Lutero como el campeón del pueblo contra una iglesia corrupta y moribunda significaba que tal jugada era potencialmente peligrosa. En última instancia, sin embargo, la necesidad pragmática de lidiar con Lutero anuló estas preocupaciones y fue convocado. Por tanto, en abril de 1521, Lutero llegó a la ciudad para enfrentar su mayor desafío hasta el momento.
La audiencia en sí fue un asunto impresionante. En el frente se sentaba el joven emperador Carlos V, encontrándose cara a cara con el monje revoltoso cuyas innovaciones religiosas arruinarían su gobierno y finalmente lo llevarían a la abdicación. Cerca del pasillo estaban los políticos más poderosos de la época. En una mesa frente al emperador estaban todos los libros de Lutero. Y allí estaba el mismo Lutero, aparentemente rodeado por sus enemigos y peligrosamente desprotegido.
El hombre que dirigió el interrogatorio de Lutero fue John Eck, aunque no el famoso John Eck de Leipzig. Este John Eck era un empleado de la casa del arzobispo de Trier. Al comienzo de los procedimientos el 17 de abril, Eck hizo dos preguntas simples: si los libros exhibidos eran de Lutero, y si se retractaría de su contenido. Estas eran preguntas obvias que Lutero debió haber esperado. La respuesta, sin embargo, fue todo menos lo que uno podría haber anticipado: declaró que, debido a que los asuntos se referían a la salvación, necesitaba tiempo para pensar en su contestación.
Nadie sabe por qué dio esta respuesta. Quizás fue parte de una estrategia que el equipo del Electorado de Sajonia había