Deseo ilícito. Chantelle Shaw

Deseo ilícito - Chantelle Shaw


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profundamente a Stelios?

      Sus pensamientos retrocedieron dieciocho meses, cuando él acudió a la casa que su padre había comprado en Kensington poco después de la muerte de su esposa. La decisión de Stelios de mudarse a Londres había sido una sorpresa. Después de entregar el abrigo empapado por la lluvia y seguir al mayordomo hasta el salón, había tenido la intención de preguntarle a su padre por qué había elegido vivir en un país con un clima tan infernal.

      Sin embargo, su pensamiento se quedó en blanco al ver a la mujer que estaba sentada cerca de Stelios en el sofá. Demasiado cerca. Aquel fue el primer pensamiento al verla, seguido por una imperiosa necesidad de apartarla de su lado. Ella se puso de pie, con la gracia y elegancia de una bailarina de ballet y rodeó el brazo de Stelios con la mano cuando él también se puso de pie. El hecho de que se mostrara tan protectora y solícita con su padre había molestado a Andreas.

      –Andreas, por fin has encontrado tiempo para hacerme una visita.

      El saludo de Stelios tenía una nota de crítica que Andreas había esperado. Apretó los dientes y dio un paso al frente para darle un beso a su padre en la mejilla.

      –Me alegro de verte, papá.

      Andreas apenas si se fijó en su padre. Estaba pendiente de la mujer. ¿Quién era? ¿La asistente personal de Stelios, tal vez? Su aspecto no daba pista alguna sobre el papel que desempeñaba en la vida de Stelios. Llevaba un vestido blanco, que tenía las mangas francesas y la falda con un ligero vuelo le cubría hasta por debajo de las rodillas. Un cinturón negro alrededor de la esbelta cintura y unos stilettos negros resultaban muy elegantes. Tenía el cabello del color de la miel y lo llevaba recogido en una coleta que le llegaba casi hasta la mitad de la espalda. Tenía el aspecto recatado de una monja, pero la curva de sus gruesos labios y los altos y firmes pechos sugerían una comedida sensualidad.

      Andreas no podía apartar los ojos de ella. Cuando su padre habló, se sobresaltó.

      –Permíteme que te presente a mi ama de llaves, la señorita Stanford. Isla, este es mi hijo Andreas.

      –Es un placer conocerle –murmuró ella.

      –El placer es mío, señorita Stanford.

      La intención de Andreas había sido que su voz sonara con ironía, pero la palabra placer parecía flotar en el aire, marcando sus palabras con una ardiente pasión y algo parecido a un desafío. Se dio cuenta de que ella se sonrojaba y abría sorprendida los ojos. Andreas vio confusión reflejada en aquellas grises profundidades.

      Había también otro sentimiento. Reconoció una ligera tensión antes de que sus largas pestañas, algo más oscuras que su cabello, bajaran y terminaran con aquella conexión entre ambos. El tiempo pareció detenerse durante un momento. Entonces, cuando ella volvió a cruzar su mirada con la de él, la expresión de su rostro era inescrutable.

      Se volvió hacia Stelios.

      –Voy a preparar té.

      –Gracias, querida.

      –Yo prefiero café –dijo Andreas muy secamente.

      –Por supuesto.

      Isla Stanford esbozó una cortés sonrisa que provocó que Andreas deseara terminar con tanta compostura. Deseaba desesperadamente descubrir si había calor debajo de tanto hielo y si los labios de aquella mujer encajarían la forma de los suyos propios tan perfectamente como había imaginado.

      Cuando ella pasó a su lado, su delicado perfume torturó los sentidos de Andreas. Observó el contoneo de sus caderas y, sin poder contenerse, le preguntó:

      –¿Necesita ayuda?

      –Puedo sola, gracias –respondió ella.

      Se había detenido en la puerta y lo miraba con las cejas arqueadas y una expresión de especulación que lo hizo sentirse como un muchacho inexperto.

      –¿O acaso no confía que pueda hacer el café al estilo griego, Andreas?

      Andreas dejó a un lado sus pensamientos y siguió a Nefeli al interior de la casa.

      –Es mejor que te des prisa en cambiarte. Llegas más tarde de lo esperado. Papá ha organizado una cena formal esta noche para celebrar su compromiso con Isla –le dijo con gesto contrariado–. No me puedo creer que esté planeando casarse con ella. Está haciendo el ridículo. ¿Se te ocurre algo que pudiera conseguir que papá recupere el sentido común?

      Andreas seguía pensando en la súplica de Nefeli cuando entró en su suite. Se duchó rápidamente y se puso un elegante esmoquin y camisa blanca. Habría preferido ponerse unos pantalones cortos y una camiseta para ir a la playa, pero no le iba a quedar más remedio que sentarse a cenar para celebrar el compromiso de su padre.

      Se miró en el espejo y se mesó el revuelto cabello que, instantes antes, había tratado de domar con un peine.

      En realidad, sí que se le ocurría algo que pudiera hacer que su padre cuestionara el compromiso con su ama de llaves. ¿Y si le revelara cómo había gozado Isla entre sus brazos cuando la besó en Londres hacía un mes? ¿Tendría Stelios tantas ganas de casarse con ella?

      Andreas apretó la mandíbula al recordar la apasionada reacción de Isla. El modo en el que ella había abierto la boca bajo la de él y había dejado escapar un sensual gemido cuando él le introdujo la lengua entre los labios. Reconocía que había besado a Isla para satisfacer su curiosidad, pero ella había puesto a prueba su autocontrol de un modo que no había esperado. Tanto que había preferido acortar su viaje a Inglaterra y había regresado a California al día siguiente.

      ¿Había decidido Isla apuntar a un objetivo mayor? Stelios era el presidente de Karelis Corp, el negocio familiar que gestionaba la mayor refinería de petróleo de Europa. La empresa también tenía la mayor cadena de gasolineras de Grecia y poseía intereses navieros y bancarios. Andreas era el heredero del imperio empresarial de los Karelis, pero no tenía ninguna prisa por suceder a su padre. Él se había hecho una carrera como piloto de la liga mundial de Superbikes hasta que un grave accidente le había obligado a retirarse de las competiciones.

      Ordenó a sus pensamientos a centrarse en el presente y dejó escapar una maldición antes de salir de su suite. Echó a andar por el pasillo y se detuvo frente a la puerta que daba acceso al apartamento privado de su padre y llamó. Si pudiera tener una conversación en privado con Stelios y su prometida antes de cenar, tal vez podría comprender mejor la razón de tan repentino compromiso. No hubo respuesta, por lo que, después de esperar unos segundos, Andreas abrió la puerta y miró en el salón. La puerta que conducía al dormitorio estaba cerrada. El pensamiento de que Stelios estuviera allí con Isla le provocó una sensación muy corrosiva en la boca del estómago.

      La puerta del dormitorio se abrió y antes de que Andreas tuviera tiempo de retirarse, el mayordomo salió.

      –Pensaba que mi padre y la señorita Stanford podrían estar ahí dentro –explicó Andreas.

      –Kyrios Stelios está abajo en el salón. Me ha pedido que venga a por sus gafas –contestó Dinos mientras le mostraba un estuche–. La habitación de la señorita Stanford es la de al lado, pero ya está en el salón también con tu padre.

      Eso significaba que Stelios e Isla no compartían dormitorio allí. Andreas salió de la suite y descendió la escalera de mármol. Le parecía un comportamiento poco usual en una pareja que acababa de anunciar su intención de casarse. En realidad, todo lo referente a aquel repentino compromiso resultaba extraño, en especial porque su padre no le había mencionado su intención de casarse durante el último encuentro que tuvieron hacía un mes.

      Andreas se dijo que, en realidad, no era asunto suyo si Stelios hacía el ridículo con su hermosa y joven ama de llaves. Si admitía que la pasión había surgido entre Isla y él, podría ser que su padre no lo creyera o que intentara acusarlo de causar problemas. La relación entre ambos nunca había sido muy fluida, en especial después de que Stelios se hubiera visto obligado a elegir entre su esposa y su familia y su amante.

      Andreas


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