Deseo ilícito. Chantelle Shaw

Deseo ilícito - Chantelle Shaw


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      –Claro que sí –afirmó él–. Más aún, deseas besarme…

      –Eso no es… –susurró, pero no pudo terminar la frase cuando él bajó la cabeza y acercó los labios a pocos centímetros de los de ella, dejando que su cálido aliento le acariciara la piel.

      –Mentirosa.

      Entonces, la besó, aunque besar no era una descripción adecuada para el modo en el que Andreas reclamó sus labios con arrogante posesión. Isla capituló ante su maestría, incapaz de resistir la fiera pasión y las descaradas caricias de la lengua de Andreas entre los labios.

      El beso no se pareció en nada a lo que Isla había experimentado antes. Otros hombres la habían besado, unos pocos, aunque se podía contar con los dedos de una mano el número de citas que habían terminado en beso. Cuando Andreas la besó, descubrió un lado profundamente sensual de su naturaleza que la escandalizó. Sin embargo, antes de que tuviera oportunidad de explorar cómo él le hacía sentirse, Andreas apartó su boca de la de ella tan abruptamente que Isla tuvo que agarrarse a la encimera de la cocina para no caerse. El duro rostro de Andreas no reveló pista alguna sobre sus pensamientos y salió de la cocina sin decir palabra.

      Isla se sintió humillada por su rechazo, lo que evocó dolorosos recuerdos de su adolescencia, cuando se presentó a su padre. Tal vez había sido una ingenua al esperar que David Stanford estaría encantado de conocer a la hija a la que había abandonado cuando tenía pocos meses de vida, pero el hecho de que él insistiera tanto en que no había lugar para Isla en su vida había sido un brutal final para las esperanzas de tener una relación con su padre. Isla se había jurado que jamás permitiría que otro hombre volviera a hacerle daño.

      Regresó al presente cuando sintió la presión del muslo de Andreas contra el suyo. No había sido consciente de que él se había movido, pero se encontró atrapada contra la balaustrada. Sintió que la respiración se le cortaba cuando él le deslizó el dedo ligeramente por la mejilla. Se dio cuenta de que había estado observando su sensual boca mientras revivía el beso que los dos habían compartido en Londres. El brillo de los ojos le dijo que él había leído sus pensamientos.

      –Háblame de tu romance con mi padre –inquirió él con voz cínica–. Me parece todo muy repentino. Hace unas pocas semanas trabajabas para él como ama de llaves y pareció que no te importaba besarme…

      –Ese beso fue un error del que me arrepentí inmediatamente –replicó ella, sonrojándose vivamente cuando él la miró con incredulidad–. Es cierto. Tú eres un playboy que utiliza a las mujeres para tu propio placer y las descarta como si fueran basura cuando estás aburrido de ellas. Me has preguntado por qué acepté la propuesta de tu padre y te lo voy a decir. Stelios es un caballero. Es amable y dulce…

      –¿Esperas que me crea que la riqueza de mi padre no ha tenido nada que ver con tu decisión de aceptar esta propuesta de matrimonio?

      –No me importa lo que tú creas. La verdad es que quiero mucho a tu padre.

      –¿Que lo quieres? –replicó él con tono burlón. Entonces, le agarró la muñeca entre sus fuertes dedos–. Podría besarte ahora mismo y tú no lo impedirías, a pesar de que mi padre, al que tú afirmas querer, y los invitados que han venido para celebrar vuestro compromiso están a pocos metros de nosotros.

      Andreas le miró el escote, en el que el pecho subía y bajaba agitadamente. Isla sabía que debería exigirle que la soltara, pero no podía hablar ni casi pensar. El aroma que emanaba de su piel, una mezcla de colonia y de algo muy masculino, la paralizaba por completo. La boca de Andreas, que tan cerca estaba de la de ella, suponía un tormento insoportable. El calor se apoderó de ella y sintió una profunda tensión en la pelvis. Los pechos se le volvieron pesados y ella deseaba… Dios… Deseaba sentir la boca de Andreas por cada centímetro de su piel.

      Debía de estar loca para permitirle minar sus defensas de aquella manera. A pesar de que no había sido idea suya fingir el compromiso con Stelios, sería una idiotez sucumbir al deseo que sentía hacia Andreas. Ningún otro hombre la había excitado de la manera en la que Andreas lo conseguía. Ansiaba apretarse contra su cuerpo y arder en su fuego. Sin embargo, resultaba evidente que el beso que habían compartido en Londres no había significado nada para él, dado que se había marchado de su lado sin ni siquiera mirar atrás. Se negaba a ser el juguete de Andreas. Le colocó la mano en el pecho para apartarlo. No supo si sentirse aliviada o desilusionada cuando él bajó los brazos y se apartó de ella.

      En ese momento, la luz del interior de la casa iluminó la terraza cuando la puerta se abrió. La figura de Stelios apareció en el umbral.

      –¿Isla?

      –Estoy aquí –dijo ella. Dio las gracias al cielo por haber recuperado el sentido común y haber impedido que él la besara.

      –¿Y qué estás haciendo ahí fuera? –le preguntó Stelios.

      –Yo le estaba enseñando a Isla las luces de los edificios más importantes en tierra firme –le dijo Andreas a su padre–. Le estaba explicando que la mansión está en una colina y que, por eso, tiene unas vistas excelentes.

      Stelios quedó en silencio unos instantes mientras los observaba a ambos.

      –Sí, ya lo veo…

      Isla rezó en silencio para que Stelios no hubiera comprendido lo que había ocurrido entre ellos. Resultaba ridículo sentirse culpable. Stelios le había prometido que le explicaría a su familia la razón de aquel falso compromiso después de la fiesta de cumpleaños de Nefeli.

      El afecto que Isla sentía hacia él era real y le sonrió cuando entrelazó su brazo con el de Stelios.

      –Siento que hayas estado buscándome. Debería haberte advertido de que iba a salir a la terraza para tomar un poco de aire fresco.

      –Necesito tu consejo –repuso Stelios–. Mi amigo Georgios está planeando visitar el Museo Británico de Londres y le interesa mucho ver la colección de antigüedades griegas que exponen allí. Le he explicado que tú podrías aconsejarle sobre qué galerías y salas le gustarían más.

      –¿Te pasas mucho tiempo en los museos, Isla? –le preguntó Andreas con escepticismo.

      –Trabajo como comisaria adjunta del departamento de Roma y Grecia del Museo Británico. El puesto es a tiempo parcial, lo que me permite encajarlo con las horas que trabajo como ama de llaves de tu padre en Londres además de estudiar para mi doctorado en Civilizaciones Clásicas.

      Aquella afirmación dejó a Andreas sin palabras. Isla contempló con satisfacción cómo el gesto de burla desaparecía de su rostro y permitió que Stelios la acompañara al salón donde estaban el resto de los invitados. Andreas la había acusado de ser una cazafortunas.

      Miró por encima del hombro y vio que él los había seguido hasta el salón para luego tomar una copa de uno de los camareros. Andreas debió de sentir que ella lo estaba mirando, porque se volvió para mirarla directamente a los ojos. Entonces, levantó su copa a modo de saludo antes de tomársela de un solo trago. Isla observó el movimiento de la nuez mientras tragaba.

      Andreas era un hombre descaradamente masculino. Isla recordó el contacto de su cuerpo cuando la atrapó contra la balaustrada. Su piel olivácea relucía como el bronce y, cuando se mesó el cabello con las manos, ella ansió poder hacer lo mismo.

      Nunca se había sentido tan fascinada por un hombre antes. Había salido con algunos en la universidad, pero siempre había sentido miedo de que pudieran hacerle daño y jamás había querido que ninguna de aquellas relaciones progresara hasta el dormitorio. Precisamente por eso no podía sentir su reacción a Andreas. No le gustaba ni confiaba en él. Entonces, ¿por qué sus sentidos cantaban y parecían hacer cobrar vida a su cuerpo?

      Seguramente, tenía el poco deseable título de ser la virgen de más edad en todo el mundo, aunque dudaba que Andreas se lo creyera. La expresión cínica de su rostro cuando vio el anillo de compromiso en el dedo de Isla había indicado perfectamente que estaba convencido


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