Paranoia. Germán Ulises Bula Caraballo

Paranoia - Germán Ulises Bula Caraballo


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que es fortalecida por los rumores. Me contaron… Y me lo dijo alguien que sabía porque otro también le dijo y pidió que no fuera revelado su nombre. Y a él, otro —que tampoco quiso decir quién le contó, pues a este le pidieron que no dijera nada. Es como escuchar el bajo fondo de las opiniones de muchos que traslucen hechos, pero en las que es imposible saber qué es habladuría y qué no. Voces: es el murmullo en el que transitan informaciones inverificables, de fuente incierta y que narran eventuales hechos como testimonios oscuros que se hacen en voz baja. En ellos se combinan pensamientos, unas veces sensatos, otras veces contradictorios, pero que, en suma, solo desorientan, confunden. Los rumores se difunden más velozmente que la información crítica bien fundada.13

      Al recordar los rasgos de comportamientos erráticos y patológicos, se hace notorio el hecho de que la perturbación insana de la vida de las personas proviene de situaciones que cercan la exploración de posibilidades y limitan las perspectivas de acción en función de cuadros interpretativos distorsionados por los que cedemos a feroces males en vez de construir medios estables para el desarrollo mutuo. En esa dirección, hemos intentado mostrar que el concepto de paranoia sirve para subrayar los agotamientos anímicos que acarrean la competitividad y la lucha por la supervivencia. Paranoia es un buen concepto por dos razones: la primera es que concentra psicología y política y abre así posibilidades de análisis de las emociones públicas; la segunda es que permite la compresión crítica de las situaciones de desconfianza y competencia. Varias de las características de la paranoia representan el molde de pensamientos, sentimientos y aptitudes promovidas en escenarios enfermizos que no deben ser descuidados ni pasados por alto. Hacerlo sería olvidar la tremenda influencia que tiene la economía afectiva en la existencia de las organizaciones. De hecho, mientras siga ocurriendo que en estas se desatiendan los asuntos anímicos de las comunidades que las activan y sustentan, no habrá lugar a la crítica institucional sensata y prospectiva, ni habrá lugar a la formulación de horizontes distintos de trabajo mancomunado.

      Pues bien, creemos que ese punto de vista es aplicable a la universidad. Ciertamente, el Homo academicus corre el “privilegiado” riesgo del malestar, el agotamiento y la perturbación por convivir en el centro de difíciles condiciones institucionales; condiciones que traducen en la cotidianidad el debate universitario entre los valores y objetivos políticos y culturales de alta estima y la influencia de modelos de producción estandarizados en los que son necesarios “patrones culturales medios y conocimientos instrumentales útiles para la formación de una mano de obra calificada” (Santos 2005, 11). Nuestro país no está al margen de esa situación. El medio universitario está impregnado de dudas acerca de cómo orientar el contenido, la estructura y la pedagogía del conocimiento: si en torno a los procesos de investigación, innovación y transferencia mejor apreciados por los estándares internacionales, o si en torno a las necesidades de formación superior coherente con los supuestos de la movilidad social —i. e., generación de empleo.14

      Por supuesto, también estamos hablando de la manera en que se han “viciado” los caminos para construir conocimiento (sobre todo por la égida del comercio y los acuerdos mundiales sobre el tema de servicios), de la cercanía de la universidad a criterios administrativos y empresariales y del excesivo énfasis dado a las demandas de aplicación y rentabilidad que pesan sobre el desarrollo tecnológico y científico.15 Esto todo el mundo lo sabe: la redefinición de la investigación y la enseñanza, que se ha promovido a través de las políticas de transferencia, no solo ha impactado la concepción acerca de cómo se produce y para qué produce conocimiento; también ha impactado la valoración general que hacemos sobre las disciplinas y los profesionales (cfr. Rosovski 2010, 136-138). Lidiamos con dudas de todo tipo por cuanto se considera la idea supuestamente decorativa del conocimiento y la alta cultura en contraste con la cuestión del conocimiento socialmente útil y la ambivalencia con respecto al problema del conocimiento potencialmente rentable (cfr. Peters y Olssen 2005, 57-69).

      Por otra parte, son notables los entornos insanos a las libertades necesarias de los procesos de formación, investigación y extensión: con el deterioro moral y anímico y el conflicto de las facultades se puede ver que no hay nada especial en la academia en lo que a juegos de poder y estructuras de posición se refiere.16 Es muy alto el interés por la dirección de organismos (consejos, comités, etc.), por la participación en instancias de decisión, por las distinciones académicas, por los rangos de titulación, por las menciones mediáticas (como apariciones en televisión y colaboración en diarios), por las citaciones, por las invitaciones a eventos, por los niveles en las categorizaciones, etc. Por lo anterior, es preocupante ver el modo en que el funcionamiento jerarquizado de la academia tiende a la constitución de luchas y competitividades en sentido análogo al de otros campos de poder.

      Para decirlo ampliamente, se sabe a través de algunos de los intelectuales más comprometidos en la discusión sobre la idea de universidad en Latinoamérica que competencia científica y competencia social se aúnan en el conflicto entre la facultad de conocer, la razón práctica y la lógica de la pertinencia y la aplicabilidad de la técnica (cfr. Hoyos 2011, 2013; Santos 2005). La cercanía de la universidad a las políticas de comercio y las necesidades de mercado, sumada a la preocupación por la calidad de la educación y por la posibilidad de reducir las brechas en las clases sociales, tiene causa en las variaciones de la relación contemporánea entre educación y sociedad. La universidad ya no es como antes. Y la sociedad pide cosas que también son distintas. Los cambios recientes ahondan en ciertas renuncias al conocimiento especulativo en beneficio del conocimiento con relevancia práctica.

      También es cierto que los cambios recientes representan la defensa de la solidez administrativa y la cuantificación de procesos académicos, así como el énfasis en la responsabilidad social y la importancia dada a la formación continua. La integración de la academia al ámbito de los servicios y el consumo es perfectamente visible en el prestigio de los profesionales, etc. Se trata de modificaciones históricas que impactan la organización universitaria y el ethos institucional de maneras que son objeto de constante análisis, crítica y reflexión (cfr. Wende 2011, 233-253; Pechar y Lesley 2011, 25-52).

      Ahora bien, es tiempo de reconocer que el impacto de los procesos asociados al mercado, las necesidades económicas, la calidad de la educación, etc., envuelven y enredan algo tan profundo como las discusiones en torno a los recientes desafíos de la universidad —financiación, transnacionalización, paso del conocimiento universitario al conocimiento aplicable y contextual, educación a distancia, innovación, empleabilidad, transformación social, etc. (cfr. Santos 2005, 13-36). Este sería nuestro modesto aporte en el escenario de la inmensa discusión sobre la universidad: pensamos que no solo la crisis de la idea de universidad en el siglo XXI es la que conduce a los problemas más interesantes. Digamos que la universidad merece más que reflexiones acerca de las características culturales y sociales que ha perdido en el devenir del Capital en los últimos años. Es igual en el otro extremo: es insuficiente la apología al conocimiento práctico y a las búsquedas de justicia social que a veces suelen usarse como tutela institucional de los intereses de financiación —y en algunos casos de simple rédito (cfr. Wæraas y Solbakk 2009, 449-462). Quizá se pueda pensar que son los motivos y el sentido mismo de las actividades de formación, investigación y extensión los que están puestos en juego en el escenario que podríamos llamar —con de Sousa Santos— el mercado emergente y competitivo de los servicios universitarios.17

      En esta cuestión estamos profundamente embrollados. Los jefes de unidades y departamentos, los secretarios académicos, los profesores universitarios e investigadores, los estudiantes, los representantes administrativos, los asistentes, el personal de servicios generales, etc., todos nos situamos en una carrera burocrática, seguimos el interés por los ingresos regulares, tenemos el signo de la evaluación, enfrentamos el tema de la productividad y mantenemos relaciones institucionales —más o menos— jerarquizadas en un armazón de prácticas y luchas dominadas por la síntesis de competitividades empresariales y las nuevas relaciones entre investigación, saber y docencia. Ello tiene efectos directos sobre la producción de conocimiento,


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