Una bala, un final. Pepe Pascual Taberner
italiana fuerza la ayuda internacional.
—Más o menos. —Bromeó.— Entre otras consecuencias, esto puede llevarnos a un conflicto de mayor escala, sin quererlo.
Andrew encendió un cigarrillo y la nicotina le ayudó a continuar.
—Como ve, nosotros no podemos controlar la inercia de la política internacional. Sin embargo, sí que somos capaces de abrir una discreta vía de comunicación, dejándola dispuesta en caso de necesitarla. Tenemos, mejor dicho, tiene que llegar a Canaris, Sr. Parker. —Y Andrew fumó intensamente ante la mirada impotente de Charles.— Esa vía que Sir Thomas quiere abrir por mediación de usted será desconocida para todo el mundo. ¿Comprende?
—Eso si consigo llegar hasta Canaris y si este acepta.
—No será fácil, Sr. Parker.
—Todavía no sé cómo voy a lograrlo aquí en Roma.
Andrew rio y comenzó a toser inesperadamente.
—Debería fumar con menos ansiedad.
—Ocúpese de sus vicios. —Le respondió con dificultad.— Y, volviendo a su preocupación, sepa que saldrá de Italia por una temporada.
—¿A qué diablos se refiere?
—Irá a Inglaterra, a Dover, concretamente. Le he reservado un compartimento en un tren al que subirá mañana. Irá hasta Milán donde cambiará a otro que le trasladará a París. Allí subirá a un avión con rumbo a Londres. A su llegada al aeropuerto de Heathrow le estará esperando alguien de la confianza de Sir Thomas.
—¿Qué he de hacer en Dover?
—Eso se lo contará el viejo.
Charles se levantó incómodo y se alisó el pantalón.
—Por un lado, estoy animado con esta misión, pero, por otro, tengo tantas incógnitas y temores que no sé por qué sigo adelante.
—Cada cosa a su tiempo, Sr. Parker. Si le sirve de consuelo, le necesito en Roma. Ahora Sir Thomas le ha reclamado y él le explicará con qué propósito. Pero regrese entero, por favor.
—¿Qué ocurriría si Canaris se reuniera con Mario Roatta mientras estoy fuera?
—Sería un contratiempo que tendríamos que recuperar.
—Ya veo…
Andrew se levantó y lanzó la colilla al suelo. Lanzó el humo con fuerza y le dio un golpecito en la espalda a Charles antes de alejarse.
—¡Otra cosa más, Sr. Parker! Lleve ropa elegante, imagino que sabrá elegir bien sus trajes. Que tenga buen viaje.
Charles le vio alejarse con su vulgar caminar. Se marchó del parque y sintió incertidumbre por su futuro. Una sensación que le apretó el estómago. Una vez más, la trayectoria inicial cambiaba de rumbo conforme avanzaba la misión.
En cambio, volvía a Inglaterra y siempre le ilusionaba pisar su tierra natal. Hasta entonces, disfrutaría de una comida italiana acompañada de buen vino toscano para saciar su paladar seco.
Lo demás estaba por llegar.
Martes, 4 de agosto de 1936
Roma, Italia
El tren humeaba enérgicamente alejándose varios kilómetros de la vieja estación Termini. Charles ya se había acostumbrado a la incómoda fricción con los raíles mientras descansaba en el camarote de primera clase. Leía la prensa que había comprado en la estación y se relajaba fumando en pipa. Pronto cubrió el camarote con el aroma dulce y permaneció tumbado en la cama hasta que terminó el tabaco. Luego plegó la prensa y se incorporó.
Buscó el vagón bar dispuesto a tomar una copa antes de comer. Al entrar vio la barra de reluciente madera abarcando todo el lateral derecho. Enfrente, dos pequeñas mesas estaban ocupadas, pero prefirió un taburete y quedarse en la barra.
—¿Desea una mesa, señor?
—Sí, por favor. —Le respondió al barman.
—Le reservo aquella junto a la ventana. ¿Vendrá acompañado?
Charles negó y le pidió una copa de Millars.
—Lo lamento, no disponemos de esa marca. Le puedo ofrecer Glory, Cutty Sark o Ye Monks.
Escogió el último ya que lo bebió en Mánchester hacía tiempo, aunque en aquella ocasión fue un especial de doce años. Charles bebió rápidamente el primer sorbo. Cerró los ojos y gozó pensando en su Inglaterra. Al instante, le interrumpió una voz masculina.
—¿Recupera fuerzas para el viaje?
El hombre tomó arrastró un taburete junto al de Charles. Era corpulento, barrigudo. Con el pelo de color blanco y bien peinado, resultaba atractivo. Charles se llevó buena impresión; bien vestido y con destacados modales.
—Despierto el apetito. —Respondió removiendo suave el vaso mientras oscilaba el whisky en su interior.
—¡Un coñac, por favor! —Y observó a Charles.— Una copa sienta mejor si se toma acompañado. Hace apenas una hora que partimos de Roma y ya deseo llegar a mi destino.
Por su acento, Charles pensó que sería alemán.
—¿No le gusta el tren?
—Desde que pusieron en servicio la aviación civil, no veo otro medio de transporte más rápido. ¿Ha volado alguna vez?
Charles sonrió y recordó el horrible vuelo en hidroavión que Sir Thomas le preparó cuando voló hasta Bergen.
—En alguna ocasión… Pero, si me dan a elegir, prefiero cualquier vehículo que ruede.
El hombre bebió un poco de coñac y sonrió.
—No me he presentado aún. Mi nombre es Herbert Hoffman.
—Charles Parker. —Añadió estrechándole la mano desde el taburete.— Ha comentado su impaciencia por llegar a su destino, ¿le queda mucho?
—Lo suficiente hasta Berlín.
—Entonces, usted todavía está lejos.
—¿Qué me dice del suyo?
—Voy a París. Dicen que es la capital de Europa.
—Bueno, hay opiniones, desde luego.
Bebieron a la vez y después Herbert frunció el ceño.
—¿Sr. Parker, es usted británico?
—Yo también sé reconocer un acento. ¿Alemán?
—En efecto. Poseo una empresa de mobiliario de alta calidad, además de comerciar con artículos de lujo. Espero que no se moleste si le pregunto a qué se dedica.
—Colaboro con empresas británicas que intentan abrir mercado en Italia y, a su vez, facilito algunas relaciones para que fluya el comercio.
—¿Para alguna empresa en concreto?
—Para el Gobierno Británico.
—¡Oh, es usted de la embajada!
Charles asintió.
Remataron su copa e incluso alargaron la compañía comiendo juntos. Charlaron de casi todos los temas de actualidad y cambiando impresiones, aunque manteniendo las formas en todo momento.
Tras el discreto banquete, Charles regresó a su camarote y no volvieron a coincidir durante el trayecto.
Al anochecer, Herbert se apeó en la estación de Milán donde cambió de tren para que le llevase hasta Berlín.
Charles dejó el primero y subió a un segundo que cubría la ruta hasta París. Sin embargo, Andrew no le consiguió un camarote de primera y tuvo que conformarse con uno menos conveniente.
Una vez en