E-Pack Novias de millonarios octubre 2020. Lynne Graham

E-Pack Novias de millonarios octubre 2020 - Lynne Graham


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podía excitarlo tanto una mujer? Necesitaba distanciarse de ella, necesitaba mandarla a casa para poder estar tranquilo.

      –No sé, pero no te veo contento –le dijo ella, sin saber lo que le pasaba.

      Mikhail tenía un lado oscuro al que no conseguía llegar, pero no solía estar nunca de mal humor.

      –Estoy bien –insistió él mientras se proponía en silencio hacer una lista con las cosas que no le gustaban de Kat.

      Hacía preguntas incómodas e insistía incluso cuando su descontento era evidente. Se acurrucaba contra él en la cama, aunque eso en realidad fuese entrañable. Tal vez no fuese un tipo sensible, pero no podía poner ninguna objeción al cariño tan natural que Kat le había demostrado. Por otra parte, a ella le gustaba ducharse con el agua demasiado caliente y también le gustaba comer cosas demasiado dulces. ¿Podía considerar aquello como defectos? ¿Desde cuándo era tan mezquino? ¿Desde cuándo necesitaba motivos para dejar a una mujer? Le compraría una joya para demostrarle su aprecio. Sacó el teléfono para organizarlo.

      Kat suspiró en cuanto vio el teléfono en su mano.

      –¿De verdad es necesaria esa llamada? –preguntó en tono amable.

      Mikhail apretó los dientes y añadió algo más a su lista de defectos.

      –Da... lo es.

      Kat asintió y deseó que Mikhail no estuviese pensando siempre en su trabajo. Había sido una ingenua al esperar que bajase la guardia un poco en su último día y accediese a hablar de algo serio con ella. ¿De verdad había creído que Mikhail se pondría romántico y le diría que quería que se quedase con él unos días más? ¡Qué sueño tan tonto! Lo que tenía que hacer era volver a casa y recoger sus cosas de allí. Emmie le había dicho que pronto quedaría libre en el pueblo una pequeña casa con terraza. Así que había llegado el momento de decirle a Mikhail lo que había pensado acerca de Birkside. Estudió su rostro mientras este hablaba por teléfono y su mirada se ablandó, no podía ser práctica con él. Adoraba aquellas pestañas tan gruesas, el único elemento que suavizaba un rostro tan duro, pero no solo le gustaba su físico y que fuese tan buen amante. Le encantaba su ética profesional, su generosidad con las obras benéficas adecuadas, su franqueza, su actitud liberal.

      –Tenemos que hablar de una cosa –anunció.

      –Podemos hablar cuando estemos en el yate –murmuró él mientras se guardaba el teléfono en el bolsillo.

      –¿Ya te quieres marchar? Si ni siquiera has probado tu café –le dijo Kat.

      –Hay algo en la taza –le informó él–. No se me da bien lo normal y corriente... Lo siento.

      Kat se encogió de hombros.

      –Está bien. No te voy a llevar a juicio. Necesito hablar contigo acerca del acuerdo legal al que llegamos...

      Mikhail frunció el ceño.

      –Eso es agua pasada...

      –No, no lo es. Ahora no puedo aceptar la casa –le dijo ella, haciendo una mueca–. Dadas las circunstancias, me sentiría como si fuese en pago a los servicios prestados en la cama.

      –¡No seas ridícula! –exclamó él–. Te ofrecí la casa y tú la aceptaste, eso es todo.

      –No la he aceptado y no la voy a aceptar –insistió ella–. La casa vale miles de libras y es demasiado dinero para lo que yo he hecho por ti.

      –Esa decisión tengo que tomarla yo, no tú –la contradijo él, mirándola con frialdad.

      Kat sintió frío de verdad y se puso recta. Estaba decidida a no rendirse porque, por una vez, sabía que tenía razón y que Mikhail estaba equivocado.

      –No aceptaré que pongas la casa a mi nombre. Lo he pensado bien y te lo digo de verdad, Mikhail. Todo ha cambiado entre nosotros desde que llegamos a aquel acuerdo y no estaría bien seguir con él.

      Mikhail echó su silla hacia atrás y se puso en pie, enfadado.

      –Te voy a devolver la casa... ¡Punto final!

      Por el rabillo del ojo, Kat vio que Stas se apresuraba a pagar la cuenta mientras observaba con cautela a su jefe. Ella se ruborizó al darse cuenta de que las personas que había en la mesa de al lado los estaban mirando.

      Se acercó a Mikhail antes de que él se marchase sin ella.

      –Tenía que decirte lo que pensaba –añadió.

      –Pues ahora ya sabes lo que pienso yo –replicó él–. Deja de jugar conmigo, Kat. ¡Me pones enfermo!

      –No estoy jugando contigo –protestó ella desconcertada.

      Pero era evidente que pensaban de manera diferente acerca de aquel tema y cuando la lancha los llevó de vuelta al yate, Mikhail se apartó de ella nada más subir a bordo. Kat le había dicho lo que tenía que decirle y no iba a retirarlo, lo tenía claro, y bajó a su habitación a preparar la maleta para estar lista para marcharse a la mañana siguiente. Pasó a la habitación de Mikhail para recoger un chal, dos camisones y los artículos de aseo que había dejado en su baño. Cuando volvió a la suya, le sorprendió ver a Mikhail parado en la puerta como una enorme nube negra de tormenta.

      –Estás haciendo la maleta –comentó.

      Ella asintió incómoda y notó que se le secaba la boca mientras Mikhail la miraba.

      –Esto es para ti... –le dijo él, tirando una caja de una joyería encima de la cama–. Una pequeña muestra de mi... agradecimiento.

      Kat tomó la caja con el corazón acelerado y la abrió, en ella había un bonito colgante con una esmeralda y diamantes.

      –Es enorme –comentó–. ¿Qué demonios esperas que haga con él?

      –Póntelo para mí esta noche. Lo que hagas con él después es solo asunto tuyo.

      –Supongo que debería haberte dado las gracias inmediatamente, pero me he sentido abrumada por un regalo tan caro –se disculpó.

      Él arqueó una ceja.

      –¿Esperabas algo barato y chabacano, a juego con ese gusto por lo normal y corriente que has desarrollado de repente?

      –Por supuesto que no, aunque yo soy normal y corriente, Mikhail. Y mañana volveré a mi propia vida, que también es normal y corriente –le respondió con tranquila dignidad mientras dejaba la caja del colgante encima del tocador y la estudiaba cada vez más desolada.

      Aquella espectacular esmeralda era la manera de Mikhail de decirle adiós y muchas gracias. Lo sabía, pero no entendía por qué el hecho de que la tratase tal y como se había imaginado que la trataría le estaba doliendo tanto. ¿Acaso se había creído diferente a sus predecesoras en la cama de Mikhail? ¿Había pensado que significaba algo más para él? Palideció y sintió náuseas. Bueno, pues si se había creído especial, estaba siendo castigada por semejante vanidad. Mikhail acababa de demostrarle que había sido poco más que un cuerpo con el que satisfacer sus impulsos sexuales. Había cumplido con sus expectativas y lo había complacido, pero había llegado el momento de marcharse. Su tiempo se había terminado. Se giró a mirarlo. Mikhail iba vestido con unos vaqueros y una camisa, y estaba muy guapo despeinado y con una barba de tres días oscureciéndole el rostro. Estaba tenso y ella bajó la mirada al darse cuenta demasiado tarde de que, como ella, tampoco estaba disfrutando con el proceso de sacarla de su vida.

      –Te veré en la cena –le dijo antes de marcharse.

      Mientras se ponía el colgante un par de horas después, Kat se dijo a sí misma que los corazones no se rompían. Se quedaban maltrechos y magullados. Al día siguiente volvería a casa, vendería la esmeralda y buscaría trabajo. En realidad, la esperaba una nueva vida, porque la pérdida de la posada la iba a obligar a ir en otra dirección. ¿Dónde estaba su entusiasmo frente al nuevo comienzo? Se alisó el vestido, cuyo color hacía que resaltasen el color de su pelo y


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