Effatá. Gustavo E. Jamut
creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1, 26), y al haber recibido la vida como don del amor del Creador, necesita comunicarse de modo sano y fluido con otras personas, de manera tal que se da a sí mismo, y recibe lo que los otros tienen para darle a él.
Tu vida se vuelve más luminosa a medida que tiendes puentes de comunicación con otras personas. Tu alma se libera de la soledad a medida que descubres la riqueza de los encuentros fraternos, del diálogo y de la complementariedad.
Por eso el Señor quiere sanar aquellas heridas de nuestra historia que nos llevan a encerrarnos en nosotros mismos y a aislarnos de los demás. Él nos enseña a disfrutar cada día de vida, y nos enriquece por medio de las relaciones interpersonales, animándonos a que fijemos nuestra atención especialmente en las cosas buenas y positivas de quienes nos rodean, y que minimicemos los defectos de ellos.
El venerable padre Bruno Lanteri, fundador de mi congregación, los Oblatos de la Virgen María, solía decir que, cuando no puedas justificar la acción (palabras, obras u omisión) de una persona, debes tratar de comprender su historia, con todo aquello que la lleva a hablar o a actuar de ese modo.
Esto me parece un magnífico ejercicio para esquivar la tentación diabólica de que nuestra atención quede focalizada en los errores del prójimo, y nos incapacite para ver lo bueno que hay en ellos. De aquí se deriva que muchas veces al día negamos nuestros propios defectos y puntos débiles, censurándolos en los demás; ya que lo que más nos molesta de los otros es posible que sean los defectos no asumidos que aún están en nosotros, vertiendo su poder contaminante.
Receta para una buena comunicación
“Es mucho más sabio quien pronuncia elogios,
que quien encuentra defectos” (Anónimo).
Una buena comunicación presupone el deseo, o al menos la voluntad, de tener un encuentro real con la otra persona. A lo que se suman otros ingredientes como son la misericordia, la humildad, el respeto, la escucha atenta y amable del interlocutor, la serenidad (un corazón sin ira), el deseo objetivo de encontrar puntos en común y posiciones de acuerdo.
En este sentido, una buena comunicación se asemeja a una rica comida. El primer paso ha de ser tener los ingredientes; el segundo es poner la voluntad, la decisión de prepararla; y el tercero, conocer la receta.
Los ingredientes te los he mencionado anteriormente, aunque todavía sumaría otros más, tales como la paciencia con el otro, el propósito de perdonarlo, el saber tolerar algunas cosas, el aprendizaje de la corrección en el momento y con el tono oportuno, la valoración por el otro, nada de lo cual se podría hacer si no invocásemos frecuentemente al Espíritu Santo, y mantuviésemos con Él una auténtica amistad.
Pero aún nos falta la receta de un buen diálogo, de una buena relación interpersonal, de una comunicación más o menos fluida incluso con aquellas personas de trato no fácil. ¿Dónde encontramos esta receta?
La encontramos en los consejos evangélicos que nos ha dejado nuestro Señor Jesucristo en todas aquellas ocasiones en las cuales, de modo implícito o explícito, nos habla de las relaciones interpersonales y nos enseña cómo hacer para pasar de la confrontación a la comunicación y comunión con el hermano.
Lo mismo sucede cuando analizamos las relaciones interpersonales entre los discípulos, en los evangelios, en Hechos de los Apóstoles, así como también todas las enseñanzas que al respecto encontramos en el resto de los libros del Nuevo Testamento.
Es muy significativo que en la vida de todos los santos un elemento común a todos ellos ha sido la capacidad de entrar en comunicación incluso con las personas de carácter difícil. Posiblemente esto fue uno de los elementos que más les llevó a agradar a Dios, a crecer en santidad y a dar frutos y que estos fueran duraderos.
Ellos prepararon el banquete de la santidad: primero, porque desde la oración adquirieron los ingredientes necesarios; segundo, porque pusieron la voluntad del diálogo desde el amor a Dios y al prójimo; y tercero, porque en la meditación de la Palabra de Dios encontraban la mejor receta de cómo superar los obstáculos de división y desencuentro, y así preparar el banquete de la reconciliación en el cual Dios les permitía alimentar a muchos.
No lo dudemos: si ellos lo lograron, nosotros también podemos hacerlo.
“Antes que abrir al otro las puertas de los oídos, es necesario abrirle, por medio de la cordialidad y el respeto, las puertas del corazón.”Anónimo |
Para reflexionar:
1. ¿Le das importancia a la comunicación frecuente, sincera y afectuosa en tu familia y comunidad?
2. ¿Creas momentos de encuentro para preguntarle a los otros cómo se encuentran, qué necesitan, qué cosas se deben mejorar, etc.?
3. ¿Cómo reaccionas en los momentos de diálogo con la pareja, con los hijos, con los hermanos de comunidad, o en otros ambientes?
4. ¿Eres dominante, explosivo, evasivo, conflictivo, amenazante, solamente informativo? O, por el contrario, ¿eres atento, amable, sereno, constructivo, paciente, abierto a opiniones diferentes?
Imagina que Jesús te dice:
“Hoy tráeme todos los momentos de fiesta y de alegría familiar; son momentos en los que yo estuve presente en medio de ustedes, derramando mi amor y celebrando el don de la vida. Hoy quiero ayudarte a evocar esos momentos para que al recordar esos gozos, me permitas sanar tu corazón de otras situaciones que no han sido tan agradables.
Nuestra Señora del Encuentro, ruega por nosotros. |
2- Comunicar con discernimiento y prudencia es ―a mi entender―, cuando al hablar de las cosas íntimas, no lo hacemos con cualquier persona, sino con quien corresponde hacerlo y en el momento oportuno.
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