Relación médico – paciente. Carlos Acurio Velasco

Relación médico – paciente - Carlos Acurio Velasco


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de relación médico-paciente.

      Particularmente, el ícono que motivó este trabajo fue el libro Conversation Repair (1995) de Frederic Platt, así como fueron también inspiradores los trabajos de Francesc Borrell, quien ha analizado diálogos en consultas clínicas, en especial, sus textos Entrevista clínica. Manual de Estrategias Prácticas y Práctica Clínica Centrada en el Paciente.

      Este es un texto construido por docentes y alumnos de Medicina. Un trabajo articulado con un interés común: resaltar la importancia de qué y cómo se comunica en una relación médico-paciente.

      Aunque es una verdad refrendada que un buen médico debe ser tanto un excelente clínico como un gran comunicador, las habilidades de comunicación forman parte del currículo de estudio de las facultades de Medicina desde hace pocas décadas. En el caso de Ecuador, su incorporación es muy reciente.

      Comprender cómo se teje la comunicación dentro de la consulta médica y percatarse de situaciones que puedan mejorar la relación médico-paciente es parte del objetivo de las historias que conforman la primera parte de este texto.

      Los docentes han compartido en este documento varios aprendizajes forjados dentro de la esencia del acto clínico: la entrevista médico-paciente.

      La generosidad de los profesores hizo posible la escritura de un documento que incentive la lectura entre líneas a profesionales de la salud y alumnos respecto de su manera de relacionarse con sus pacientes. Del mismo modo, busca asegurar que el enfoque de atención sea el paciente y no la enfermedad, como comúnmente ocurre.

      En la segunda parte, reiterando a la persona como eje de la atención médica, se aborda la medicina como acto narrativo.

      El lector podrá viajar por las historias de medicina narrativa de estudiantes que expusieron sus trabajos en las Jornadas de Iniciación en Investigación y Medicina Narrativa, organizadas por la Facultad de Medicina de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE), desde el año 2017. Asimismo, podrá conocer varios ejercicios prácticos de clase, elaborados por jóvenes de segundo semestre que, generosamente, compartieron sus vivencias con transparencia y profunda reflexión.

      Este libro de texto tuvo un padrino, un compañero permanente con un don para la escritura: el doctor Pedro Isaac Barreiro, quien además es el autor de “El médico de Pasa”, “El Tendón de Aquiles” y otros relatos. Él alentó la gestación de esta obra, así como también colaboró en la revisión y edición de la primera parte del documento.

      Pedro entregó además, de manera altruista, un preciado regalo: el relato inédito “Primera guardia en neurología”. El relato abre la travesía por este compendio de historias de comunicación en el ámbito profesional y nos transporta, con su estilo vívido y divertido, a las vivencias de un estudiante en los pasillos de uno de los hospitales emblemáticos del país. Con este texto, le invitamos a empezar y disfrutar su lectura.

      Karina Castro Mendoza

       PRIMERA GUARDIA EN NEUROLOGÍA

      PEDRO ISAAC BARREIRO CHANCAY

      De todas las salas de internamiento del hospital, una de las más estresantes, era en ese entonces, al menos para mí, la de neurología. El temor que inspiraba el jefe de ese servicio era compartido por todos quienes estábamos en proceso de formación. Hasta los médicos residentes y posgradistas compartían –en menor grado, por cierto– esos temores, pues las exigencias de disciplina, estudios y conocimientos rebasaban nuestros esfuerzos y nuestra escasa experiencia acumulada en los años precedentes.

      Ya nos habíamos familiarizado con casi todas las áreas físicas del hospital. Los amplios pasillos por los que se llegaba a los pabellones de especialidades lucían siempre limpios y brillantes. El temido pabellón correspondiente a neurología estaba ubicado en el ala norte del primer piso del flamante hospital.

      El inocultable entusiasmo que todos experimentábamos ante nuestra cercana graduación como médicos cirujanos, a menudo era disminuido por las preocupaciones que, seguramente desde siempre, han asaltado a todos quienes han escogido la medicina como una forma de vida al servicio de sus congéneres. El temor de no saber qué hacer frente a una desconocida dolencia o una complicación inesperada o un proceso terminal, rondaba permanentemente nuestras cabezas. Sobre todo, cuando ese tipo de eventos se presentaba en momentos en que nos encontrábamos solos, sin el apoyo de un especialista, de nuestro tutor, del médico residente o, al menos, de alguno de nuestros compañeros de turno. En esos cruciales momentos, era inútil tratar de recordar lo que habíamos leído en los voluminosos textos que todo estudiante –y todo profesional– tiene a la mano y consulta durante el ejercicio de su profesión.

      Paradójicamente, esas situaciones parecen esperar a la noche o las madrugadas, cuando todo el mundo duerme, o al menos descansa un poco y ponen a prueba nuestro proceso de aprendizaje previo. Pero, más que nada, nuestra vocación y nuestro temple.

      La obligatoria visita a los pacientes hospitalizados se realiza todas las mañanas y con ella se inician las actividades habituales, casi rutinarias en un hospital. Los experimentados maestros ingresan a cada habitación, impecablemente vestidos, y siempre acompañados por el médico residente, uno o dos posgradistas, una enfermera, y entre uno y tres internos rotativos. Entonces se revisa la Historia Clínica, se verifica que se hayan cumplido las prescripciones ordenadas el día anterior, se revisan los resultados de los exámenes realizados, se pregunta al paciente cómo se siente, qué novedades tiene y, si es necesario, se realiza un examen físico de gran contenido didáctico. El médico tratante hace preguntas a sus residentes, a los posgradistas, a los estudiantes. Comparte sus impresiones y experiencias con respecto a la enfermedad del paciente y dicta las nuevas prescripciones, ya sea que el paciente sea dado de alta o que deba continuar hospitalizado. A continuación, el procedimiento se repite con el enfermo de la cama vecina.

      Cuando se produce el alta de un paciente, la cama es ocupada, casi de inmediato, por otra persona con una dolencia generalmente distinta a la del ocupante anterior. Entonces, el interno debe elaborar una nota de ingreso y una nueva Historia Clínica que será revisada por el médico residente. Casi siempre el nuevo paciente ingresa con un diagnóstico definitivo cuyo tratamiento requiere hospitalización, aunque también se producen ingresos con presunciones diagnósticas para el estudio, la confirmación y el tratamiento respectivo.

      Recuerdo que era el último viernes de un frío y lluvioso mes de enero. La visita médica se había cumplido sin mayores novedades y, recuperados de sus respectivas enfermedades, tres pacientes habían salido con el alta. Quedaron, por tanto, tres camas disponibles para posibles ingresos.

      Esa tarde en el servicio de urgencias del hospital se había atendido a un paciente de unos 40 años, debido a que por primera vez en su vida había sufrido una convulsión generalizada, con pérdida del conocimiento. La alta demanda de exámenes de laboratorio y de imágenes retrasó el reporte de los resultados y, como ya había caído la noche, con buen criterio se decidió ingresarlo… ¡al servicio de neurología!

      Era mi primera guardia en ese temido servicio y, a pesar de mis temores, tuve que realizar la anamnesis y el examen físico que, registrados en el formulario respectivo, constituyen el documento base de una historia clínica. El paciente había recibido medicación anticonvulsivante y se encontraba muy sedado, casi estuporoso y apenas balbuceaba una que otra palabra, por lo cual la información recibida del servicio de urgencias fue de gran ayuda para cumplir con mi trabajo.

      Cerca de las 11 de la noche, y luego de realizar la visita nocturna, guiado por el médico residente y la enfermera de turno, un poco cansado, me retiré a descansar, pensando en mi buena suerte. No hubo contratiempos ni se presentó ningún caso difícil durante ese primer día en el temido servicio de neurología.

      Ya en mi habitación, bien abrigado, me pareció que era conveniente revisar alguna literatura científica acerca de los procesos convulsivos para “lucirme” ante el médico residente y los posgradistas al siguiente día durante la visita habitual. Pero, después de pensarlo mejor, con la certeza de que todos los pacientes estaban


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