Rumiar. Martín Guerrera
es nuestro Dios y así de pequeños somos nosotros.
Entonces, ¿cómo medimos la grandeza de Dios? ¿Matemáticamente, usando la razón, usando nuestras sensaciones o la que nos ha revelado en Su Palabra?
Que el Espíritu Santo permita en ti la experiencia de sentir la grandeza de este Dios maravilloso que los cielos no pueden contener. Recuerda: no midas a Dios por tus sensaciones, ni tampoco midas a Dios por tu capacidad de razonarlo. Sólo mide a Dios a la luz de Su Palabra. Él es un Dios Todopoderoso, grande en poder y grande en amor. ¿Cuán grande? Grande. Más grande que tus problemas, más grande que tus enfermedades, más grande que tu dolor, más grande que toda tu tristeza, más grande que todo lo que creas que Él no puede cambiar. Él es el MÁS GRANDE. NO LO DUDES.
Capítulo 2. ¿Por qué no crees?
¿Por qué nos cuesta creer lo que nos dice Dios? ¿Tanto nos han mentido? ¿Tantas cosas malas nos han dicho? ¿Qué pasa por nuestra cabeza y corazón cuando Dios dice “Yo creo en ti”?
Desde el momento en que Él ha plantado un sueño en tu corazón, ha confiado y creído en ti... desde ese momento Él te ha dado la capacidad y los recursos para hacerlo. Entonces... ¿qué cosas son las que no te dejan creer? ¿Qué cosas han herido tanto tus oídos que cuando escuchas algo diferente no puedes tomarlo? ¿Qué es eso que te deja inmóvil delante de la misma promesa de Dios?
¿Sabes?, no eres el único... Acompáñame a descubrir esto.
Hay grandes hombres de Dios en la Biblia y también en la vida cotidiana que en su punto inicial, justo en ese momento donde Dios les decía, les contaba Su plan... sí, en ese preciso momento de empezar a caminar sobre el mar que no se abría... no creyeron en ellos mismos, y mucho menos en lo que Dios les decía de ellos. Mira a Moisés, Gedeón, Abraham, sino. Pero quiero detenerme sobre todo en un hombre que al día de hoy me asombra.
Lucas 1:5-20 (NVI)
Anuncio del nacimiento de Juan el Bautista
5 En tiempos de Herodes, rey de Judea, hubo un sacerdote llamado Zacarías, miembro del grupo de Abías. Su esposa Elisabet también era descendiente de Aarón. 6 Ambos eran rectos e intachables delante de Dios; obedecían todos los mandamientos y preceptos del Señor. 7 Pero no tenían hijos, porque Elisabet era estéril; y los dos eran de edad avanzada.
8 Un día en que Zacarías, por haber llegado el turno de su grupo, oficiaba como sacerdote delante de Dios, 9 le tocó en suerte, según la costumbre del sacerdocio, entrar en el santuario del Señor para quemar incienso. 10 Cuando llegó la hora de ofrecer el incienso, la multitud reunida afuera estaba orando. 11 En esto un ángel del Señor se le apareció a Zacarías a la derecha del altar del incienso. 12 Al verlo, Zacarías se asustó, y el temor se apoderó de él. 13 El ángel le dijo:
—No tengas miedo, Zacarías, pues ha sido escuchada tu oración. Tu esposa Elisabet te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. 14 Tendrás gozo y alegría, y muchos se regocijarán por su nacimiento, 15 porque él será un gran hombre delante del Señor. Jamás tomará vino ni licor, y será lleno del Espíritu Santo aun desde su nacimiento 16 Hará que muchos israelitas se vuelvan al Señor su Dios. 17 Él irá primero, delante del Señor, con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con los hijos y guiar a los desobedientes a la sabiduría de los justos. De este modo preparará un pueblo bien dispuesto para recibir al Señor.
18 -¿Cómo podré estar seguro de esto? -preguntó Zacarías al ángel-. Ya soy anciano y mi esposa también es de edad avanzada.
19 -Yo soy Gabriel y estoy a las órdenes de Dios —le contestó el ángel—. He sido enviado para hablar contigo y darte estas buenas noticias. 20 Pero, como no creíste en mis palabras, las cuales se cumplirán a su debido tiempo, te vas a quedar mudo. No podrás hablar hasta el día en que todo esto suceda.
¿Leíste lo mismo que yo? ¡Es de no creer! Zacarías. Él era un sacerdote. Era un hombre que estaba acostumbrado y conocía la presencia de Dios. Pese a eso Él no creyó y como consecuencia quedó sin voz.
Estos hombres, inclusive Zacarías, son hombres que admiramos por lo que hicieron. Y muchas veces anhelamos ser como ellos. Pero también dudó. Así como Moisés ante la zarza, y Gedeón ante el desafío. Te pregunto: ¿Qué cosas nos cuesta creer? ¿Cuánto hace que Dios te dijo: “Creo en ti”? ¿Cuánto hace que sabes lo que tienes que hacer, pero hay algo que te detiene? ¿Qué es? Te digo la verdad... sé lo que se siente. Yo he peleado ocho años con Dios, diciéndole que lo que Él decía de mí no era cierto. Diciéndole que no. Día tras día le pedía a Dios pruebas y pruebas, y palabras; y Dios en su ETERNO amor me contestaba, y yo aun así sin creer. Hasta que Él me dijo, literalmente: “¿Es ésta tu pregunta? Ésta es tu respuesta”. Y no me quedó otra, creí, comencé a caminar a pesar de ver un mar delante de mí; más que un mar me parecía un océano que me iba a devorar. Pero sin duda, no lo hizo... aún sigo aquí y si hoy tú estás leyendo esto es tan sólo porque un día, después de mucho, decidí empezar a caminar y Él abrió el mar. Si Él te dio el sueño y si lo que quieres es cumplir SU SUEÑO, Él hará todo lo necesario para que tú seas su herramienta. Empieza a caminar, el mar se abrirá. Recuerda, como yo lo hago cada día: “Tú, Dios, crees en mí”.
Capítulo 3. ¿Cuánto hace que no escuchas?
¿Sabías que escuchar no es lo mismo que oír? Escuchar es poner atención para oír algo o a alguien. Por lo tanto debo decidir y accionar para escuchar, mientras que oír, significa percibir con el oído un sonido de lo que alguien dice.
Soy profesor de música en escuelas secundarias, primaria y de nivel inicial, y en los últimos años pude observar una conducta repetida y cada vez más instalada: no escuchar. No importa la estrategia, ni el material, ni el contenido que se ofrezca, los alumnos sólo quieren ser escuchados, quieren hablar, quieren decir... Pero no importa qué decir, el hecho es hacerse escuchar y sobre todo bajo una condición: no escuchar al otro. Sólo hablar, sin importar el de al lado y si es todos a la vez, pareciera que es mejor.
No importa qué dicen, nadie escucha, no pueden, les es difícil hacerlo. No saben hacerlo, creen que su discurso es la mejor opción. Y si miramos a los adultos, esta conducta ¿se repite? Vivimos en un tiempo donde la comunicación ya no es un diálogo, sino un monólogo, donde lo que digo es mucho más importante de lo que el otro tiene que decir. “Deben escucharme, estoy hablando”. La cuestión es que todos piensan lo mismo, nadie escucha. O a veces parecen que están escuchando.
Y siendo reflexivo con esta realidad, pensé. Sí, lo sé, estarás pensando “¿qué tiene que ver esto con la música y con Dios?” Y, la verdad es que
tiene que ver, y mucho. Y me pregunté -y de paso te pregunto-: ¿Con Dios hacemos lo mismo? ¿Cuánto hace que no te sientas a escuchar? ¿Cuánto hace que no paras de hablar y sólo escuchas? ¿Cuánto hace que sólo monologas con Dios? ¿Puedes soportar el silencio de su presencia y sólo escuchar lo que Él tiene para decirte sin importar el tiempo? ¡Uhh, que difícil! ¿No es cierto? El tiempo, ese es otro tema.
La adoración -y no hablo de adoración sólo con música- tiene que ver con eso, con escuchar a Dios, con pasar tiempo en su presencia
escuchando Su voz y también hablando con Él; es saber callar y saber esperar. Es el encuentro de nuestro espíritu con el Espíritu de Dios. Es el tiempo donde no sólo damos a Dios nuestro tiempo, sino algo más personal e íntimo: nuestra alma. Y también donde Él se encuentra con nosotros, nos habla, nos abraza, nos dice sus planes, nos transforma. Es un encuentro, por ende, hay intercambio, hay espacios. El escuchar nos hace productivos. Nos edifica. Nos enseña. Nos hace entender que no es sólo nuestro decir lo que importa. ¿Te pasó alguna vez en que sentiste que tu diálogo con Dios se convirtió en un monólogo personal? ¿Sentiste alguna vez que el tiempo que esperabas para escuchar a Dios era pérdida de tiempo? ¿Te pasó de estar aturdido de tanto escuchar?
La historia de Job es una historia que me intriga, me apasiona y