Colapsología. Pablo Servigne
occidental? ¿Al conjunto de la humanidad? O incluso, como afirman algunos científicos, ¿a la inmensa mayoría de las especies vivas? No hay respuestas claras a estas preguntas, pero lo que es seguro es que no se puede descartar ninguna de estas posibilidades. Todas las «crisis» que sufrimos están relacionadas con estas categorías: por ejemplo, el fin del petróleo afecta al mundo industrializado (pero no a las pequeñas empresas rurales olvidadas por la globalización); los cambios climáticos, en cambio, amenazan a todos los humanos, incluyendo una buena parte de las especies vivas.
Las publicaciones científicas que contemplan derivas globales catastróficas y una creciente probabilidad de colapso son cada vez más numerosas y están más respaldadas. Los informes de la Royal Society de Reino Unido de 2013 incluyeron un artículo de Paul y Anne Ehrlich sobre el tema, que dejaba pocas dudas al respecto2… Las consecuencias de los cambios medioambientales globales que se estimaban plausibles para la segunda mitad del siglo xxi, se manifiestan hoy en día muy concretamente a la luz de unas cifras cada día más precisas y contundentes. El clima se desboca, la biodiversidad colapsa, la contaminación alcanza todos los rincones y se convierte en una constante, la economía está frecuentemente al borde de un paro cardiaco, las tensiones sociales y geopolíticas se multiplican, etc. No resulta extraño ya ver a responsables del más alto nivel e informes oficiales de grandes instituciones (Banco Mundial, ejércitos, IPCC, bancos de negocios, ONG, etc.) insinuar la posibilidad de un colapso, o lo que el príncipe Carlos llama un «acto suicida a gran escala3».
En un sentido más amplio, «Antropoceno» es el nombre que se ha dado a esta nueva época geológica que caracteriza nuestro presente4. Nosotros —los humanos— venimos del Holoceno, una era de destacable estabilidad climática que duró unos 12.000 años y que permitió la aparición de la agricultura y las civilizaciones. Desde hace algunas décadas, los seres humanos (en todo caso, muchos de ellos, y el número crece) han sido capaces de trastocar los grandes ciclos biogeoquímicos del sistema Tierra, creando una nueva época de cambios profundos e imprevisibles.
No obstante, estos balances y cifras son un tanto abstractos. ¿Cómo afectan a nuestra vida cotidiana? ¿Acaso no sentís que hay una especie de vacío enorme por llenar, un lazo de unión que falta entre estas grandes declaraciones científicas rigurosas y globales y la vida diaria que se pierde en los detalles, el caos de los imprevistos y el calor de las emociones? Ese es precisamente el vacío que trata de llenar este libro; establecer la relación entre el Antropoceno y vuestro día a día. Para eso, hemos elegido la idea de colapso, que permite combinar distintos niveles, es decir, tratar tanto tasas de pérdida de biodiversidad como emociones asociadas a las catástrofes, o comentar riesgos de hambrunas. Es una idea relacionada con imaginarios cinematográficos ampliamente conocidos (¿quién no visualiza a Mel Gibson en el desierto, armado con una escopeta recortada?), pero también con informes científicos muy especializados; que permite plantear diferentes cronologías (desde la urgencia de lo cotidiano hasta el tiempo geológico) viajando cómodamente entre pasado y futuro; o que hace posible establecer un nexo entre la crisis social y económica griega y la desaparición masiva de poblaciones de pájaros e insectos en China o en Europa. En resumen, es la idea que convierte el concepto de Antropoceno en algo vivo y tangible.
Aun así, en el ámbito mediático e intelectual no se plantea con seriedad la cuestión del colapso. El famoso problema informático del año 2000 y, después, el «fenómeno maya» del 21 de diciembre de 2012, acabaron con cualquier posibilidad de argumentación seria y factual. Insinuar un colapso en público equivale a anunciar el apocalipsis y, por tanto, a verse relegado a la categoría muy delimitada de «creyente» y de «irracional» que «ha habido siempre». Punto final, siguiente tema. Este proceso de destierro automático —que en este caso parece verdaderamente irracional— ha dejado el debate público en tal estado de deterioro intelectual que ya no es posible expresarse si no es por medio de dos posturas caricaturescas que a menudo rozan lo ridículo. Por una parte, tenemos que soportar discursos apocalípticos, supervivencialistas o seudomayas, y por otra, hemos de aguantar las refutaciones «progresistas» de algunos como Luc Ferry, Claude Allègre y del estilo de Pascal Bruckner. Las dos posturas, ambas frenéticas y crispadas por un mito (el del apocalipsis o el del progreso), se nutren mutuamente por un efecto «espantapájaros» y comparten la fobia al debate pausado y respetuoso, lo que refuerza esa actitud de negación colectiva desacomplejada tan característica de nuestra época.
NACIMIENTO DE LA «COLAPSOLOGÍA»
Pese a la gran calidad de ciertas reflexiones filosóficas5 que tratan este tema, el debate sobre el colapso (o «el fin de un mundo») adolece de ausencia de argumentos basados en hechos. Se queda en el terreno de lo imaginario o de la filosofía, o en otras palabras, básicamente, «en las nubes». Los libros que examinan el colapso se limitan en general a un punto de vista o una disciplina (arqueología, economía, ecología, etc.), y los que tienen una intención sistémica presentan lagunas. Colapso, por ejemplo, el best seller de Jared Diamond6, se conforma con la arqueología, la ecología y la biogeografía de civilizaciones antiguas, y deja en el tintero algunas cuestiones esenciales de la situación actual. Respecto a otros títulos exitosos, suelen plantear el tema desde la postura supervivencialista (cómo fabricar un arco y unas flechas o conseguir agua potable en un mundo de fuego y sangre) y provocan en el lector el mismo escalofrío que siente al ver una película de zombis.
Hace falta, no solamente un verdadero estado del arte —o mejor, un análisis sistémico— sobre la situación económica y biofísica del planeta, sino ante todo una visión de conjunto de lo que podría ser un colapso, de cómo podría desencadenarse y de sus implicaciones psicológicas, sociológicas y políticas para las generaciones presentes. Es necesaria una auténtica ciencia aplicada e interdisciplinar sobre el colapso.
En este libro proponemos reunir, a partir de numerosos trabajos repartidos por todo el mundo, las bases de lo que llamamos, con una cierta autoburla, «colapsología» (del latín «collapsus», «que cae en un solo bloque»). El objetivo no es satisfacer el mero deseo científico de acumular conocimientos, sino aclararnos acerca de lo que nos pasa y podría pasarnos; es decir, dar un sentido a los acontecimientos. Al mismo tiempo, y ante todo, es una manera de tratar el tema con la mayor seriedad posible para poder analizar serenamente qué políticas deberíamos poner en marcha frente a tal perspectiva.
Son muchas las preguntas que surgen con solo mencionar la palabra «colapso». ¿Qué sabemos del estado global de la Tierra? ¿Y del de nuestra civilización? ¿Es comparable un colapso de los valores de la bolsa con uno de la biodiversidad? ¿Pueden la convergencia y la perpetuación de las «crisis» arrastrar a nuestra civilización a una vorágine irreversible? ¿Hasta dónde puede llegar todo esto? ¿En cuánto tiempo? ¿Podremos conservar las formas políticas democráticas? ¿Es posible vivir un colapso «civilizado» de una manera más o menos pacífica? ¿Será el final inevitablemente desafortunado?
Sumergirse en el fondo de esta palabra, entender sus sutilezas y sus matices, distinguir los hechos de las fantasías, son algunas de las metas de la colapsología. Es urgente sacar a la luz esta idea y conjugarla en diferentes tiempos, darle textura, detalles, matices; hacer de ella, en fin, un concepto vivo y operativo. Ya sea con el ejemplo de la civilización maya, del Imperio romano o de la más reciente URSS, la historia nos muestra que existen distintos grados de colapso, y que aunque haya rasgos comunes, cada caso es único.
Además, el mundo no es uniforme. Habrá que reconsiderar la cuestión de las «relaciones Norte-Sur» desde un nuevo ángulo. Un estadounidense promedio consume muchos más recursos y energía que un africano promedio. No obstante, las consecuencias del calentamiento global serán más graves en los países próximos al ecuador, que son precisamente los que menos han contribuido a la emisión de gases de efecto invernadero... Parece evidente que la cronología y la geografía de un colapso no serán, respectivamente, ni lineal ni homogénea.
Este libro no está pensado para infundir miedo. En él no hablaremos de escatología milenarista ni de posibles fenómenos astrofísicos o tectónicos que podrían provocar una gran extinción de las especies, como la que vivió la Tierra hace 65 millones de años. Lo que saben hacer los