Colapsología. Pablo Servigne

Colapsología - Pablo  Servigne


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libro que pretende exponer los hechos de manera lúcida, plantear cuestiones pertinentes y reunir una caja de herramientas para comprender el tema al margen de las películas hollywoodenses catastróficas, el calendario maya y la «tecnofelicidad». No solo presentamos el ranking de malas noticias del siglo, sino que proponemos un marco teórico para escuchar, comprender y acoger todas las pequeñas iniciativas que ya existen en el mundo «poscarbono» y que surgen a una velocidad inaudita.

      ATENCIÓN: TEMA DELICADO

      Sin embargo, la mera racionalidad no basta para tratar un tema de tal calibre. Hace ya algunos años que nos interesamos por él, y la experiencia —en especial, los encuentros con el público— nos ha enseñado que las cifras, por sí solas, no pueden dar cuenta de la realidad. Sin duda alguna, hay que añadirles intuición, emociones y una cierta ética. La colapsología no es, por tanto, una ciencia neutral, alejada de su objeto de estudio. Los «colapsólogos» están plenamente involucrados en lo que estudian. No pueden permanecer neutrales. ¡No deben hacerlo!

      Elegir este camino no deja a nadie indemne. El tema del colapso es tóxico y llega hasta lo más profundo del ser. Es un impacto enorme que hace pedazos los sueños. En el trascurso de estos años de investigación, nos hemos sumergido en olas de ansiedad, de cólera y de profunda tristeza, hasta experimentar, muy progresivamente, una cierta aceptación, e incluso, a veces, esperanza y alegría. Al leer obras sobre la transición, como el famoso manual de Rob Hopkins7, hemos podido vincular dichas emociones a las etapas de un duelo. El duelo de una visión del futuro. En efecto, comenzar a entender, y después a creer en la posibilidad de un colapso, al final, equivale a renunciar al futuro que nos habíamos imaginado. Supone la destrucción de esperanzas, sueños y expectativas que llevábamos forjando desde la más tierna infancia, o que teníamos para nuestros hijos. Aceptar la posibilidad de un colapso es consentir en ver morir un futuro que era importante para nosotros y que nos tranquilizaba, por irracional que sea. ¡Qué desgarrador!

      También hemos pasado por la desagradable experiencia de observar la cólera de alguien cercano proyectarse en nosotros para no alejarse nunca más. Es un fenómeno muy conocido: para que desaparezca la mala noticia, se mata al mensajero, a los agoreros y a los que dan la voz de alarma. Pero, más allá del hecho de que eso no resuelve el problema del colapso, advertimos al lector desde este momento de que no somos muy amigos de tal práctica… Analizamos el colapso, pero con calma. Es cierto que la posibilidad de un colapso anula futuros que nos eran queridos, y es de una violencia enorme, pero también abre infinidad de opciones, algunas sorprendentemente alegres. La clave está, pues, en descifrar lo venidero y hacer de ello un lugar habitable.

      En nuestras primeras intervenciones públicas, tratábamos de hablar únicamente de cifras y de hechos para ser lo más objetivos posible. Siempre nos sorprendían las emociones del público. Cuanto más claramente se exponían los hechos, más se intensificaban las emociones. Queríamos hablar a la cabeza pero llegábamos al corazón: a menudo, el público respondía con tristeza, llantos, angustia, resentimiento o efusiones de cólera. Nuestro discurso ponía nombre a las sospechas que muchos ya tenían, y calaba hondo. Al mismo tiempo, esas reacciones eran el eco de nuestros propios sentimientos, que intentábamos ocultar. Tras las conferencias, los impulsos de gratitud y de entusiasmo eran cada vez más frecuentes y, sobre todo, más fuertes. Concluimos que no solo había que darle a nuestro discurso abstracto y objetivo el calor de la subjetividad —con un lugar importante reservado a las emociones—, sino que también teníamos mucho que aprender de los descubrimientos de las ciencias del comportamiento sobre la negación, el duelo, el storytelling y cualquier otro tema que pudiera unir psique y colapso.

      En la primera parte del libro abordaremos los hechos: ¿qué le está ocurriendo a nuestras sociedades y al sistema Tierra? ¿Realmente estamos al borde del abismo? ¿Cuáles son las pruebas más convincentes? Veremos que la convergencia de todas las «crisis» es la que permite prever tal trayectoria. Sin embargo, todavía no ha tenido lugar un colapso global (al menos no en el norte de Europa, porque quizá Grecia y España sean ejemplos de un comienzo), así que debemos abordar el peligroso tema de la futurología. De forma que, en una segunda parte, trataremos de reunir indicios que nos abran el camino a este porvenir. Por último, la tercera parte será una invitación a dar una forma concreta a la idea de colapso. ¿Por qué no nos la creemos? ¿Qué nos enseñan las civilizaciones antiguas? ¿Cómo «vivir con ello»? ¿De qué forma reaccionaremos como cuerpo social si el proceso dura décadas? ¿Qué políticas deberían plantearse, no ya para evitar este fenómeno, sino para atravesarlo lo más «humanamente» posible? ¿Podemos colapsar siendo conscientes de lo que pasa? ¿Es tan grave?

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PRIMERA PARTE

      I

      LA ACELERACIÓN DEL VEHÍCULO

      Vamos a tomar como metáfora el vehículo. Aparece al principio de la era industrial. Algunos países se montan, arrancan, y se les van uniendo otros a lo largo del siglo. El conjunto de los países que están a bordo, lo que llamaremos civilización industrial, ha seguido una trayectoria muy característica, que describimos en este capítulo. Después de un arranque lento y progresivo, los vehículos cogen velocidad cuando termina la Segunda Guerra Mundial, y comienzan una ascensión impresionante llamada «la gran aceleración1». Ahora, tras varias señales de sobrecalentamiento y de carraspeo del motor, la aguja de la velocidad empieza a vacilar. ¿Seguirá escalando? ¿Se estabilizará? ¿Descenderá?

      UN MUNDO EXPONENCIAL

      Por más que lo hayamos visto en el colegio, no estamos acostumbrados a hacernos la idea de un crecimiento exponencial. Claro que vemos una curva que sube, un crecimiento. Pero ¡qué crecimiento! La mente humana no tiene problemas para imaginar un crecimiento aritmético, por ejemplo, el de un pelo que crece un centímetro al mes, pero le cuesta pensar en uno exponencial.

      Si doblamos en dos una gran pieza de tela, tras varias dobleces, ganará un espesor de alrededor de 1 cm. Si pudiéramos seguir doblándola veintinueve veces más, el espesor alcanzaría 5.400 km, ¡la distancia que hay entre París y Dubái! Unas cuantas dobleces más bastarían para superar el tramo Tierra-Luna. Un PIB (por ejemplo, el de China) que crece un 7% al año representa una actividad económica que se dobla cada diez años, con lo que se cuadruplica


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