El cazador. Angélica Hernández

El cazador - Angélica Hernández


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que intercambiaran más palabras. Ella ni siquiera esperó que le concedieran el permiso.

      —¿Pensabas dejarme fuera todo el día? —inquirió la mujer. Como siempre, la Mayor iba vestida con su uniforme, las medallas y toda la faramalla que la caracterizaba.

      —Dame un respiro, Charlotte —gruñó Magnus al tiempo que se pasaba una mano por el cabello.

      —Ese es el problema, General —dijo Lousen—. Tiene a la encargada justo frente a usted.

      La Mayor miró a Raphael con ojos fríos, en ese momento lo quiso hacer sentir como un insecto, pero Lousen apenas la toleraba, así que no dejaría que lo intimidara, nunca.

      Eran dos cosas las que le impedían meterle un tiro justo en medio de los ojos.

      Una: Era la Mayor Khoury, era respetada y temida, por alguna razón se ganó ese rango, que era más alto que el suyo.

      Dos: Era la esposa del General Magnus Lanhart.

      —¿Debo estar enterada de algo? —preguntó Khoury.

      —¿Dónde tienes al muchacho? —inquirió Magnus. Ya no estaba en su porte de amigo, tampoco en la de esposo, mucho menos en la de un general, ya que siempre que había un encuentro entre Lousen y Khoury, Magnus siempre estaba de mediador.

      —El sujeto uno estaba moviéndose por la red de túneles. Llevo bastante tiempo tratando de atraparlos, pero se mueven como ratas, sé que el sujeto dos también está involucrada, solo que el sujeto uno no ha cedido al interrogatorio.

      —Libéralo —exigió Lousen.

      —Está hablando con un oficial mayor, soldado —espetó ella.

      —¡Por todos los dioses! —gritó Magnus—. ¡Compórtense como lo que son! Estoy harto y cansado, he tenido un día de mierda y lo que querría hacer sería relajarme con mi mejor amigo y mi linda esposa, pero no, claro que no, porque ustedes se llevan como perros y gatos.

      —Espero quedarme con el título del perro —murmuró Lousen por lo bajo. Solo Magnus lo escuchó y le regaló una media sonrisa. Ese era su amigo y por el momento estaba de su parte.

      —No te lo estoy pidiendo, Charlotte, es una orden oficial. Libera al muchacho y entrégalo a sus padres. Esa área no te pertenece, si el chico se ve dañado en el interrogatorio, tendremos problemas con el laboratorio.

      La Mayor Khoury se irguió y asintió. Se dio la vuelta, no sin antes mirar a Lousen con odio y rencor, y salió de la oficina.

      Magnus esperó a que la puerta se cerrara, se dirigió al mini bar y sacó dos vasos pequeños.

      —¿Whisky? —preguntó.

      —Un vaso más grande —respondió Raphael.

      Magnus sonrió y le entregó la botella. Era la última que compartirían.

      Lousen salió de la oficina del general cuando el sol se estaba ocultando. Hacía mucho tiempo que no bebía tanto. Se tambaleó un par de veces, pero pudo llegar al hospital del complejo militar, que era a donde habían llevado a Dylan después de haberlo liberado.

      Raphael entró en la clínica y la enfermera rápidamente le dio los datos del cuarto. Lousen subió por el ascensor y llegó a la habitación 103. Tomó una respiración profunda antes de abrir la puerta.

      Había algo sobre los hospitales que no le gustaba. Cuando era más joven, y había resultado herido, fue trasladado a un país neutral en la guerra, donde atendieron sus heridas de la mejor manera posible. En ese lugar conoció a una linda enfermera llamada Katrina, y años después se convirtió en su esposa. Aunque claro, nadie lo sabía, se había visto obligado a ocultar su matrimonio y su familia, debido a que el país se unió a la Primera Alianza y ahora debían ser enemigos. Pero la familia de Lousen vivía en ese lugar.

      Sacudió la cabeza para volver al presente. La habitación de Dylan era de un blanco inmaculado, las cortinas, las paredes, la cama, todo de ese color.

      Y el chico estaba ahí; tenía hematomas, cortes, entre la uña y el dedo había marcas purpuras.

      «Agujas» pensó Lousen «Esos malditos utilizaron agujas»

      Dylan abrió los ojos al sentir la presencia del sargento. Sonrió ligeramente, todo lo que sus heridas le permitían.

      —Estoy sedado —dijo Dylan— Cuando eres una rata de laboratorio, aprendes a distinguir los sedantes, pero nunca me habían administrado morfina… Se siente extraño… Creo que estoy drogado. —Volvió a sonreír—. Y ni siquiera sé lo que es estarlo, tal vez solo estoy delirando. ——Su cabeza estaba recargada sobre la almohada, y una fina sabana cubría su cuerpo.

      —¿Me responderás algunas preguntas? —dijo Lousen con precaución.

      —¿Al sargento o a mi amigo? —preguntó Dylan.

      —Por el momento necesito ser el sargento.

      —Bien.

      Raphael tomó una respiración profunda antes de preguntar.

      —¿Qué fue lo que te hicieron?

      Y Dylan entró en una detallada explicación de cada tortura. De cómo la Mayor lo golpeó hasta dejarlo aturdido, y luego lo llevaron hacia una celda, donde ella le hizo preguntas y él le escupía en su bonito uniforme, hasta se tomó la molestia de agregar que él quería uno de esos uniformes. También le contó cómo metieron agujas en sus uñas para evitar que doblara los dedos a causa del dolor; le habían colocado una cosa en la boca para que no se escucharan sus gritos, pero Dylan agregó, orgullosamente, que él nunca había gritado.

      Lousen tragó saliva cuando el muchacho terminó con su relato. Se puso de pie.

      —Hablaré con los médicos para saber cuándo puedes volver a casa —dijo.

      —¿Puede venir Cheslay? —preguntó Dylan con ojos llenos de esperanza. Raphael Lousen sonrió.

      —Haré lo posible —respondió.

      Salió del hospital, solo para darse cuenta de que ya había oscurecido. No pasaba de la media noche, pero aun así no le parecía propio el llegar a casa de los Aksana para decir que llevaría a Cheslay al hospital para ver a Dylan. En su lugar fue a casa de los Farmigan para avisar a Nefertari de que su hijo ya estaba a salvo.

      Cuando entró por la puerta, unos pequeños brazos se enredaron en su cintura. Lousen miró hacia abajo, solo para ver como Cheslay enterraba la cabeza en su estómago y lloraba. Ella estaba ahí. Por supuesto que lo estaba.

      Raphael se inclinó par quedar a la altura de la chica.

      —Ya todo está bien —prometió.

      —¿D-dónde está? —preguntó con voz rota.

      —En el hospital. Ya pasó todo. Él no querrá verte llorar ¿Cuántas veces me lo has dicho?

      —Más de cien —respondió Cheslay y se limpió las lágrimas.

      —¿Puedes repetirlo para que te escuche? —pidió Lousen.

      —Yo soy más fuerte que todo esto —dijo con voz firme.

      —Bien. Ve a calmarte un poco, necesito hablar con Nefertari.

      Cheslay asintió, pero antes le regaló una mirada con esos grandes y llorosos ojos azules. Y el sargento pudo verlo, solo fue una fracción de segundo, pero pudo ver el terror que sentía esa niña en su interior, y el miedo solo era el principio de aquello que alimentaria a un monstruo.

      Después de hablar con Nefertari, Lousen llevó a ambas al hospital, donde Dylan los esperaba.

      El chico no se había quedado dormido, él peleaba contra los efectos de la morfina.

      Cuando vio entrar a su madre le regaló una ligera sonrisa, acompañada de un: Estoy bien. Pero aun así, Nefertari rompió en llanto, estaba llorando tanto que pronto


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