E-Pack HQN Victoria Dahl 1. Victoria Dahl
la noche.
—Ya te gustaría —gruñó Molly, y fue en busca del teléfono.
—Cameron, ¿qué piensas que estás haciendo?
El ruido del departamento de Operaciones Especiales le llegó a través del auricular.
—Me estaba preguntando cuándo ibas a llamarme, nena. ¿Qué fue todo ese drama de anoche?
—¿Te refieres al drama de enviarme ropa interior? Ya no estamos saliendo. No vamos a volver a salir nunca. ¿Por qué no lo aceptas?
Él se rio como si acabara de prometerle una noche de sexo ardiente.
—Cameron, lo digo en serio. No puedes seguir con esto.
—Se te había olvidado lo de este fin de semana, ¿no?
—¿Qué? Antes eras persistente, pero ahora estás delirando. La próxima vez que me llames voy a grabar la conversación. Considérate notificado.
—Tú eres la que me ha llamado, nena. Y no creas que no hay grabación de eso.
—¿Y qué?
—Que todo el mundo sabe que cambias de opinión constantemente. Flirteas, y al segundo me mandas al cuerno. Yo solo estoy ayudándote a que tomes una determinación.
—¡Ya lo he hecho! ¡No te quiero ni ver desde hace seis meses!
—No, no hace seis meses. ¿Es que no te acuerdas de aquella noche en el callejón, después de que rompiéramos?
—Eso fue un error.
—Bueno, fue rápido y desagradable, pero yo no diría que fue un error.
—Que te den.
—Te recogeré el sábado por la mañana.
—Estás loco si piensas que voy a ir a alguna parte contigo.
—Lo siento, nena. Me lo prometiste, y soy el invitado de honor.
—Te lo prometí hace seis meses, antes de que rompiéramos. Hemos terminado. Búscate otra acompañante.
Molly colgó en aquel momento y contuvo las ganas de llorar. Él no iba a aparecer allí para estropearlo todo con Ben. No, eso no iba a ocurrir. Y de todos modos, ella ya se había acostado con Ben. Había roto el círculo.
Tomó la caja y todo su contenido, fue a la cocina y la tiró a la basura. En aquel mismo instante volvió a sonar el teléfono. Descolgó con algo de nerviosismo. Realmente, iba a tener que instalar un teléfono con pantalla de identificación de números.
—Hola, Moll —dijo Ben con un tono algo huraño. Parecía que estaba enfadado, y para Molly, aquella emoción verdadera fue un cambio muy agradable después de hablar con Cameron.
—Vaya, hola, Jefe —respondió ella, preguntándose si él iba a ruborizarse al oír su pequeño ronroneo de afecto.
—Eh… Solo te llamaba para decirte que he ido a la puerta de la mina hoy, y no he encontrado nada. El candado sigue intacto.
—Pero… De todos modos puede que fuera algún chico que iba a una fiesta, pero que no consiguió llegar.
—No veo motivos para sospechar que sea nada grave, pero si tú sigues sintiendo alguna inquietud…
—No, no.
Cameron estaba loco y estaba empezando a asustarla, pero él no había ido a Tumble Creek.
Ben bajó la voz.
—¿Estás bien?
Molly sonrió al oír su tono íntimo.
—Yo diría que estoy mejor que bien. ¿Y tú, Jefe?
—Tal vez.
Ella percibió una sonrisa en su respuesta. Él carraspeó.
—Pero te darás cuenta de que eso significa que tenemos que hablar. Abiertamente.
—¿Sobre qué?
—Molly…
—¿Umm?
—Ahora estamos saliendo. Tienes que ser sincera conmigo.
—¿Estamos saliendo? ¿Me has llevado a Grand Valley a cenar y al cine, y yo ni siquiera me he enterado?
—¿Cómo?
—Porque yo creía que solo habíamos tenido relaciones sexuales. Muy buenas, por cierto.
—Demonios, Molly…
—Mira, parece que el hecho de salir contigo tiene muchas condiciones, y yo no estoy interesada, Ben.
—Eso es una tontería. Te has acostado conmigo.
—Y yo espero que lo hagamos pronto otra vez. Incluso esta noche. ¿Vas a ir a The Bar?
—No me presiones, Molly. No…
—Gracias por su ayuda de anoche, Jefe Lawson. Es usted una monada.
Ella colgó mientras le oía tartamudear de indignación, y después ignoró el teléfono cuando volvió a sonar.
Ben no quería solo relaciones sexuales con ella. Quería algo más.
Molly sonrió tanto que le dolieron las mejillas. Era imposible tener una relación seria, por desgracia. Él nunca aceptaría la verdad escandalosa de su trabajo. Tenía que mantener algo ligero, despreocupado, pero era una alegría saber que él no tenía suficiente con eso.
—Oh, bueno —suspiró ella. Sería ligero y despreocupado, pero ella iba a disfrutar hasta el último minuto, porque se lo merecía.
Molly miró el calendario de la cocina. Si Cameron iba de veras a Tumble Creek el sábado por la mañana, haría todo lo posible por apartar a Ben de ella. Y si ella no podía evitar que sucediera… Por lo menos, tenía cuatro días para estar con Ben. Mejor eso que nada, y tenía que conseguirlo.
Subió corriendo a su habitación en busca de sus medias favoritas, las que le llegaban a la mitad de los muslos.
—Por el amor de Dios, señor Wenner —refunfuñó Ben—. Intente tener un poco de dignidad.
El hombre estaba sollozando, acurrucado con los brazos alrededor de las rodillas, y Ben estaba intentando ser comprensivo. Sin embargo, tenía ganas de hacerle una foto y mostrársela. El señor Wenner tenía el pelo blanco completamente despeinado, y las piernas desnudas, con una mezcla de vello castaño y piel pálida que contrastaba de un modo horrible con el color verde de su parka. Claro que tenía peor aspecto antes de que su esposa hubiera accedido a arrojarle la parka.
A aquella mujer no le había hecho ninguna gracia llegar a casa de su partida de bridge y encontrarse a su marido en mitad de una conversación íntima y muy interactiva con otra mujer.
—Señor Wenner, tiene que calmarse y pensar dónde va a pasar estos días.
—No puedo. Yo… ¡No tengo a ningún sitio donde ir! ¿Cómo voy a sobrevivir sin mi dulce Olive?
—Tal vez debería haberlo pensado antes de intimar con la mejor amiga de su esposa.
—Oh, Dios santo —sollozó el anciano señor Wenner—. Eso no significa nada para mí. ¡Solo era sexo, lo juro!
Ben intentó con todas sus fuerzas no imaginarse a Ellie Verstgard, de setenta años, con el señor Wenner. Pese a todo, la imagen se le apareció en el cerebro y le arrebató algo del amor que sentía hacia el mundo. Respiró profundamente y apartó la visión de su mente.
—¿Sigue viviendo su hermano en Grand Valley?
—Sí, pero…
La puerta de la casa se abrió, y el señor Wenner se giró bruscamente gritando «¡Olive!» lastimeramente, pero solo era Frank, que le entregó unos pantalones y unas zapatillas de deporte muy viejas.
—¡Y