E-Pack HQN Victoria Dahl 1. Victoria Dahl

E-Pack HQN Victoria Dahl 1 - Victoria Dahl


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Apartó la boca de él para decírselo. Varias veces. Y Ben se elevó apoyándose en las manos, para embestir con más fuerza.

      —Vamos, hazlo por mí —le ordenó—. Quiero ver tu orgasmo.

      Y ella lo hizo. Tuvo un clímax largo y ruidoso durante el que no dejó de sollozar su nombre.

      Cuando, por fin, él llegó también al éxtasis, Molly se había recuperado lo suficiente como para observarlo y apreciar la belleza de aquel momento. Los músculos tensos de sus hombros, los tendones de su cuello, y la máscara de placer de su rostro mientras gruñía en pleno orgasmo.

      Un momento más tarde, él se desplomó con un movimiento lento. Primero, su frente se posó en la almohada; después, salió de su cuerpo y se giró hacia un lado, y después cayó como un árbol enorme justo a su lado.

      Ella quería decirle lo bueno que era, y que había hecho realidad muchas de sus fantasías, pero Ben sonrió con cansancio y se levantó antes de haber recuperado el aliento. Fue al baño y Molly, como una anfitriona grosera, se acurrucó bajo la manta y se quedó dormida antes de que él volviera.

      El calor de su pecho fue tan satisfactorio como para que ella se despertara un segundo cuando Ben volvió a tumbarse a su lado, pero después Molly volvió a sumirse en un mundo de sueños poblado por policías sin camisa con armas muy grandes.

      Proteger y servir, desde luego.

      Capítulo 7

      Operadora de línea erótica.

      Ben miró a Molly, que seguía durmiendo, durante un largo instante, y después salió de la habitación y cerró suavemente la puerta. Con aquella voz y aquellas palabras… sería una de las trabajadoras más demandadas de la línea uno novecientos.

      Le ardía el estómago por la necesidad de averiguar quién demonios era. Bajó a la cocina; no tenía tiempo para prepararse un café, así que tendría que tomarse una Coca Cola, pero cuando abrió el refrigerador solo vio cosas light.

      —Demonios —murmuró él mientras cerraba la puerta, pero al hacerlo, vio un tesoro en la estantería de abajo. Tres Frapuccinos de moca.

      —Es una diosa.

      Abrió una botella y se dirigió hacia la salida de la casa. No le gustaba dejar la puerta sin cerrar por dentro; tendría que hablar con Molly para que instalara un cerrojo automático. Mientras estaba en el umbral inspeccionando el pomo de la puerta, oyó el ruido de una furgoneta y se dio la vuelta. Afortunadamente, no era el vehículo de Miles, sino un todoterreno azul oscuro.

      Sin embargo, su fortuna terminó enseguida. En el tiempo que tardó en llegar desde la puerta a la entrada del garaje de Molly, pasó otro coche. Por el amor de dios, la casa de Molly estaba en un fondo de saco. ¿Qué demonios hacía allí toda la ciudad? Miró malhumoradamente hacia el otro lado y vio otro coche que se acercaba, y que pasó frente a la casa hacia el final de la calle. Iba conducido por una mujer, y en el asiento trasero iba un niño.

      —Demonios —murmuró Ben, al recordar que la guardería, Miss Amy’s Daycare, estaba al final de Pine Road, perfectamente situada para privarlo de la mayor cantidad de discreción posible.

      Cerró la puerta con demasiada fuerza, y al instante se sintió culpable por si había despertado a Molly. No eran ni las siete, y ella había tenido una noche muy movida.

      La sonrisa se le dibujó en los labios aunque intentara reprimirla. La pasada noche había sido un gran error. Un error increíblemente satisfactorio, pero de todos modos…

      Ben se obligó a cambiar la sonrisa por un gesto ceñudo y se marchó a casa para darse una ducha rápida.

      Cuando llegó a la comisaría para cubrir su turno, había perdido las ganas de sonreír, y estaba seguro de que tenía un gesto huraño mientras tecleaba el nombre de su única pista en el ordenador.

      Cameron Kasten. Denver.

      Aparecieron novecientos cincuenta y dos resultados. Y casi todos ellos relacionados con el Departamento de Policía de Denver.

      —Vaya.

      Sargento Cameron Kasten.

      Ben vio aquel nombre asociado con «gestión de crisis» y «equipo de negociación», y en casi todos los resultados, «negociador de secuestros con rehenes».

      ¿Con quién demonios se estaba acostando? ¿Con una chica que trabajaba en la unidad de secuestros del Departamento de la Policía de Denver? ¿O con una chica que había estado involucrada en una situación con rehénes?

      Sin embargo, su nombre no aparecía en ningún artículo de periódico, y de repente, Ben recordó la llamada de teléfono que había escuchado. «A ver si captas la indirecta, Cameron». No era precisamente una conversación de trabajo.

      Ben tomó el teléfono y marcó.

      —Quinn Jennings —respondió el hermano de Molly.

      —¿Quién demonios es Cameron Kasten? —preguntó Ben malhumoradamente, sin preámbulos.

      —¿Ben? ¿Qué demon… —entonces, Quinn bajó la voz—. ¿Por qué me preguntas eso?

      —Yo…

      —¿Te estás acostando con mi hermana?

      —¿Cómo?

      —¡Dios Santo, es cierto! Vi lo que había escrito Miles en su periódico, pero nunca hubiera creído que era cierto…

      —¡No me digas que te llega esa porquería por correo!

      Quinn soltó un resoplido de exasperación.

      —Claro que no. Lo leo en Internet.

      —¿En Internet? No. Me estás tomando el pelo.

      —¿Dónde demonios has estado metido? Lleva publicándose en Internet desde agosto. Vi los cotilleos sobre Molly y tú, pero, Ben, ¿mi hermana pequeña?

      Ben se pasó el dorso de la mano por la frente.

      —Yo… yo no…

      —Bueno, supongo que ya es una adulta —dijo Quinn, aunque no parecía muy convencido.

      —No es nada… ya sabes… sórdido.

      —¿No? ¿Entonces no te has metido en su cama a la semana de que llegara al pueblo?

      No había una buena respuesta para aquello, y pasaban los segundos. Cuando aquella situación embarazosa había durado ya demasiado, Quinn soltó una especie de gemido.

      —Entiendo.

      Ben se pasó una mano por el pelo.

      —Conozco a Molly desde que era un bebé. No la estoy usando solo para acostarme con ella, ¿de acuerdo? Me gusta. Y siento que haya aparecido en ese periódico. Yo no quería exactamente que ocurriera nada, y mucho menos que se hiciera público.

      —Sé que eres buena persona —dijo Quinn, aunque lentamente, y sin demasiado entusiasmo.

      —Quinn, somos amigos desde la guardería. Sabes que yo no me acuesto con las mujeres a la ligera.

      —No, durante el invierno no.

      —Ay —murmuró Ben, frotándose la frente.

      —Está bien, está bien, perdona. Eso ha sido un golpe bajo. Te he visto ligar aquí durante el verano, pero no demasiado a menudo. Me disculpo.

      —Ummm. Bueno, entonces háblame de ese tal Cameron Kasten.

      —Lo siento, tío. Pregúntaselo a tu novia.

      A Ben le tembló un ojo al oír aquella palabra.

      —Ella no es precisamente muy comunicativa.

      —¡Ja! Eso es cierto. Pero yo no puedo ayudarte. Molly me llamó muy decepcionada después de mi pequeño


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