Destinados a amarse. Annette Broadrick
para desplazarnos a Austin. Y allí ya alquilaremos un par de coches. ¿Alguno tiene alguna pregunta?
Chávez bebió un sorbo de café.
–¿Qué dicen las autoridades locales respecto a las explosiones?
–No se lo explican –contestó Sam–. No confío en ellos. Trabajaremos independientes de ellos y no compartiremos nuestra información. Uno de nuestros hombres va a entrar a trabajar en la plataforma petrolífera. Tenemos que saber cuanto antes si las cargas explosivas las colocó alguien de dentro o no. Chávez, tú te ocuparás de cubrir la frontera del sur de Texas y les dirás a todos que estás buscando a familiares tuyos, ésa será tu coartada cuando te hagan preguntas.
La camarera les llevó el desayuno. Sam esperó hasta que se hubo marchado para seguir hablando.
–Callaway, Pamela y tú trabajaréis conmigo en la zona central de Texas –dijo y vio acercarse a alguien y se puso en pie–. Buenos días, señorita McCall. Me alegro de que se una a nosotros.
Le estrechó la mano y la animó a sentarse con ellos. Clay levantó la vista a regañadientes y la miró. Ella estaba pálida, lo cual era comprensible dadas las circunstancias. A pesar de todo, parecía tranquila y ultrasofisticada.
–Quiero que conozca al resto del equipo. Éstos son Clay Callaway y Joe Chávez. Caballeros, Pamela McCall.
Clay estaba muy impresionado con ella. Si no la conociera tan bien, no hubiera advertido la leve tensión en su rostro cuando los saludó con un asentimiento de cabeza. Luego se sentó con ellos. Eludió todo el rato la mirada de Clay.
Sam sirvió café en otra taza y se la ofreció a Pam. Ella la agarró y se la llevó a los labios sin levantar la vista de la mesa. La camarera se acercó para tomarle nota.
–Con el café tengo suficiente, gracias –dijo Pam.
Sam fue a decir algo pero sacudió la cabeza. Los tres hombres acabaron rápidamente con sus desayunos mientras Pam tomaba una segunda taza de café.
–Estaba diciéndoles a ellos que tenemos que tener una tapadera sencilla. Clay está de permiso. Yo estoy jubilado y estoy visitando a unos amigos. Joe está buscando a familiares suyos. Me han dicho que usted conoce a la familia Callaway. He pensado que tendría sentido que Clay y usted trabajaran juntos, nadie sospechará de ustedes si parecen una pareja.
Ella carraspeó y evitó la mirada de Clay.
–¿Eso es realmente necesario? Mi trabajo no requiere que esté en contacto con nadie. Supongo que Clay tendrá que estar más al pie del camino.
–Eso es cierto –respondió Sam–. Pero tendrán que estar en permanente contacto el uno con el otro; si usted estornuda, quiero que él lo sepa. Esta misión nos va a llevar largas horas porque vamos a ser muy minuciosos. Si tiene algún problema en trabajar con Callaway, dígamelo ahora.
Pam lanzó una mirada a Clay. Él le sonrió desafiándola a contarle al coronel su pasado juntos. Él no pensaba mencionárselo.
–Lo que usted decida me parece bien –contestó ella.
–De acuerdo. Esto es lo que necesitáis conocer de mi pasado: soy de Virginia; nos conocimos hace algunos años; me he retirado del servicio activo en el ejército y estoy cuidando la granja familiar; he venido a ver a unos amigos –dijo Sam y miró a Clay–. Tú te has enterado de que yo estaba en la ciudad y me has invitado a verte, digamos que… para renovar nuestra amistad.
Clay se recostó en el respaldo de su silla y miró a Sam.
–Supongo que eso funcionará –señaló y miró a Pam–. ¿Eso es lo que estamos haciendo nosotros… renovar nuestra amistad?
Pam miró a Carruthers y respondió rápidamente.
–Eso no importa mucho, ¿verdad? Lo realmente importante es llegar al fondo de este asunto lo antes posible y continuar después con nuestras vidas –dijo ella.
–Exacto. ¿Alguna otra pregunta? –dijo Sam y esperó, pero nadie dijo nada–. Entonces es todo por el momento. Chávez, será mejor que te pongas en marcha. Tienes un camino largo por delante. Tienes mi número de teléfono móvil, llámame cuando lo necesites.
–Sí, señor –respondió Chávez poniéndose en pie y marchándose.
A los pocos instantes Katie Henley se detuvo junto a su mesa.
–Clay, me ha parecido que eras tú. ¿Puedo sentarme a desayunar con vosotros? Aunque me parece que llego tarde…
Clay, sin saber qué decir, miró a Sam y se quedó atónito ante el cambio en su expresión. Sam estaba mirando a Katie como si fuera un ángel. Sam se puso en pie inmediatamente.
–Por favor, únase a nosotros –dijo con una cálida sonrisa.
Clay observó maravillado cómo la sonrisa cambiaba el aspecto de Sam. Le presentó a Katie usando la tapadera de que se habían conocido cuando Sam estaban en el ejército y que en ese momento estaba visitando a unos amigos.
Katie sonrió a Sam.
–Es un placer conocerlo –le dijo y miró a Pam–. Me alegro de verte de nuevo, Pam. Anoche no logré saludarte. Es fabuloso veros juntos de nuevo.
Sam enarcó una ceja.
–¿De nuevo?
Katie se dio cuenta de que quizá estaba poniendo a alguien en una situación comprometida y se sintió incómoda.
–Pam y Clay crecieron juntos. De hecho, creo que incluso hablaron de casarse, pero entonces eran muy jóvenes, todavía estaban en el instituto. Supongo que la idea no prosperó… –explicó Katie.
Clay agradeció que su prima se contuviera a tiempo antes de que el agujero que estaba cavando para él se lo tragara vivo. Sam lo miró inquisitivamente, pero acudió en su ayuda.
–Si hubiera sabido que Clay tenía una prima tan hermosa como usted, hubiera venido a verlo hace mucho tiempo –comentó con los ojos brillantes.
Clay advirtió que Katie se ruborizaba con el cumplido. Ella estaba mucho más animada que la noche anterior, se parecía más a la Katie con la que él había crecido. Le gustaba que conocer a Sam le diera un poco de vida; casi la perdonaba por haber sacado a relucir un tema tan delicado del pasado.
–Es usted muy amable –apuntó ella.
Sam soltó una carcajada.
–¿Amable, yo? Estoy seguro de que Clay no opinaría lo mismo.
Clay recordó situaciones de la instrucción. Desde luego, «amable» no era el mejor adjetivo para describirlo. Como sabía que ya no iban a seguir hablando de la misión con Katie delante, se arriesgó a enfadar a su superior.
–Si me disculpáis, tengo que ocuparme de algunos asuntos antes de marcharme.
Katie rió.
–No permitas que te entretenga, Clay.
–Lo cierto es que yo también tengo que marcharme –intervino Pam y miró a Clay–. Creo que tenemos que terminar la discusión que empezamos antes, ¿tú no?
–Yo me quedaré aquí acompañándola, si a usted le parece bien –le dijo Sam a Katie–. No tiene por qué desayunar usted sola.
Katie miró a Pam y a Clay, y luego a Sam.
–Si tenéis que iros, lo entiendo perfectamente –les aseguró.
Sam negó con la cabeza.
–No tengo prisa –dijo y asintió hacia Pam y Clay–. Os veré luego, muchachos, estoy seguro.
En cuanto salieron de la cafetería, Pam se giró hacia Clay.
–¿Has preparado tú esto?
–¿El qué, que Katie apareciera para desayunar?
–No,