Destinados a amarse. Annette Broadrick
buena noche, ¿qué te parece si nos sentamos un rato en el cenador?
–Suena bien –dijo él.
La ayudó a bajar de la camioneta y, agarrados de la mano, se pasearon por el jardín de los McCall. El cenador no se veía desde la casa y les daba la impresión de que estaban solos bajo un cielo repleto de estrellas. Se sentaron en los mullidos cojines. Pam le contó todo lo que recordaba de su niñez con los Callaway y rieron juntos.
–No quiero ni pensar en cómo hubiera sido mi vida si no os hubiera conocido a todos vosotros.
Él la acurrucó contra sí.
–Simplemente acuérdate de este momento el año que viene, cuando seas tú la que se marche del estado. El tiempo pasa volando.
Él la besó. Esa noche sus besos tenían que durar muchas semanas. Cuando se dio cuenta de que empezaba a perder el control, Clay se irguió y se separó de ella.
–No te vayas aún –susurró ella.
–Tengo que hacerlo –replicó él con voz temblorosa, igual que su cuerpo.
Pero no se fue. No sabía cómo pero dejaron a un lado el control que siempre habían logrado mantener. Fueron dos jóvenes inocentes expresando el amor que sentían el uno por el otro. Y para cuando él se marchó esa noche, habían hecho el amor, torpemente y con bastante vergüenza; ninguno de los dos sabía qué iba a suceder. Luego él se asustó porque no se había puesto preservativo.
Tuvieron suerte, pero desde aquel momento él siempre usaba protección. Durante el año siguiente, siempre que podían estar juntos exploraban el terreno que acababan de descubrir. Aprendieron lo que más placer le daba al otro y hablaron de que se casarían cuando los dos hubieran terminado la universidad y estuvieran bien situados en sus profesiones.
Su futuro estaba planeado… hasta la noche en que el senador McCall los encontró juntos y desnudos en el cenador y les exigió una boda inmediata.
El sonido de los hielos dentro del vaso vacío devolvió a Clay al presente. Comprobó la hora: ¡eran casi las dos de la madrugada! Había olvidado que Melanie estaba esperándolo en la suite; realmente estaba descentrado… Sacudió la cabeza. Llevaba demasiado tiempo sin dormir, sufría los efectos del jet lag y había bebido demasiado. Necesitaba subir a dormir aunque fueran pocas horas.
Pasó por Recepción y recogió su maleta y la llave de la habitación. Subió a la novena planta y entró en la suite sin hacer ruido. Por las ventanas entraba una suave luz y vio a Melanie en la cama; estaba profundamente dormida.
Clay no pudo evitar sentir cierto alivio. Aquella tarde–noche le habían ocurrido demasiadas cosas como para poder manejar además sus sentimientos hacia Melanie. El día anterior estaba decidido a comprometerse con ella, pero en ese momento se encontraba rodeado por los fantasmas del pasado y no le parecía justo comenzar una relación así.
Seguramente debería dormir en otra habitación, pensó, pero estaba tan cansado que no podía dar un paso más. Melanie estaría a salvo con él esa noche. Al día siguiente se disculparía con ella y continuarían desde entonces.
Clay se quitó la ropa de camino a la cama y se dejó sólo la ropa interior. Se metió en la cama, suspiró y se quedó dormido casi al instante.
Pamela y él estaban en el cenador. Era de noche y sólo los iluminaba la suave luz de la luna. No era la Pamela adolescente que él recordaba, sino la mujer que había visto en el salón de baile. Todavía llevaba el mismo vestido plateado.
–No esperaba encontrarte aquí –comentó él acariciándole el cabello.
–Tenía que venir, Clay. Quería que supieras que yo… –comenzó ella y se detuvo unos instantes–. Que no quería hacerte daño. Nunca lo quise. Te amo desde hace años. Tú fuiste mi primer amor… mi único amor.
Ella se estremeció y él le colocó su chaqueta sobre los hombros.
–Eso me resulta difícil de creer, dadas las circunstancias –comentó él.
–Desearía poder explicarlo mejor. ¿Cómo puede una joven de dieciocho años explicar que está luchando por su vida? Había tantas cosas que yo quería conseguir antes de estar preparada para casarme…
–Sí, y eso fue culpa mía. No podía quitarte las manos de encima.
–Eso era lo que ambos queríamos, Clay, no sólo tú. Después de hacer el amor contigo la primera vez, no podía dejar de pensar en hacerlo de nuevo.
–Éramos unos críos entonces. Creí que tu padre iba a matarme por haberte tocado.
Ella le acarició la barbilla.
–Ahora somos adultos, Clay. Nadie va a interrumpirnos.
Él la miró estupefacto.
–¿Quieres hacer el amor conmigo?
Ella se bajó la cremallera del vestido y se quedó en ropa interior.
–Me muero de ganas –afirmó.
–No lo sé, Pam. Nos han ocurrido muchas cosas a los dos desde esos días. No podemos simplemente…
Pero no pudo seguir hablando porque ella le bajó los pantalones. En cuanto ella lo tocó, el cuerpo de él respondió. Ella agarró su miembro con cara de satisfacción.
La subió en brazos y la tumbó sobre los mullidos cojines. Se desnudaron completamente y él le soltó el cabello.
–¿Tienes una idea de cuántas veces he soñado contigo, con hacerte el amor? –susurró él.
–Demuéstramelo, Clay –respondió ella atrayéndolo hacia sí.
Clay se arrodilló entre las piernas de Pam controlándose para no lanzarse salvajemente sobre ella; quería ir despacio y explorarla. Se inclinó sobre ella y le acarició los pezones, los lamió y mordisqueó. Sonrió al verla estremecerse.
–¿Tienes frío? –le preguntó él.
–En absoluto. Estoy ardiendo por dentro, esperando que tú te ocupes de ese fuego.
Clay recompensó su sinceridad con un beso que expresaba lo mucho que la había echado de menos todos esos años, lo mucho que la amaba y su dolor por haberla perdido. Luego fue besándole todo el cuerpo, memorizando cada parte con su boca y su lengua.
Ella gritó de placer cuando él acarició su centro más íntimo. Clay lo saboreó un momento y luego continuó su recorrido por los muslos y las corvas. Levantó la vista unos instantes y la vio resplandeciente bajo la luz de la luna.
Clay subió sus caricias por la otra pierna y se detuvo de nuevo en el vértice entre sus piernas, dándole a ella el placer que se negaba a sí mismo. Pam pronunció su nombre con voz ronca entre jadeos y comenzó a moverse, rogándole que la penetrara.
Entonces él no pudo contenerse más. Se introdujo en ella de un empellón y se obligó a mantener el control hasta que logró llevarla al clímax que ambos deseaban.
Pam le rodeó el cuerpo con las piernas, apretándolo contra ella, y lo acompañó en sus embestidas mientras lo besaba en la boca y el rostro.
Había transcurrido tanto tiempo desde la última vez… Clay ya no pudo controlarse más y aumentó el ritmo. Sintió que ella se ponía cada vez más tensa hasta que sus espasmos involuntarios indicaron que había alcanzado el clímax.
Cuando él alcanzó la cúspide, gritó el nombre de ella antes de quedarse inconsciente de nuevo.
El insistente sonido del teléfono despertó a Clay. Agotado, sin abrir los ojos, se llevó el auricular a la oreja.
–Diga –murmuró.
–Levántese y dese una ducha, Callaway. Tenemos trabajo que hacer –lo saludó Sam Carruthers–. Nos encontraremos en la cafetería dentro de veinte minutos.
–Sí,