En palabras del Buddha. Bhikkhu Bodhi

En palabras del Buddha - Bhikkhu Bodhi


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luego desintegrarse se denomina kappa (sánscrito: kalpa), un ciclo cósmico o eón. El texto I,4(3) ofrece un vívido símil para sugerir la duración de un ciclo cósmico; el texto I,4(4), otro símil elocuente para ilustrar el número incalculable de eones a lo largo de los cuales hemos vagado.

      Al deambular y vagar de vida en vida, envueltos en la oscuridad, los seres caen una y otra vez en el abismo del nacimiento, el envejecimiento, la enfermedad y la muerte. Pero debido a que su avidez los empuja en una incesante búsqueda de disfrute, rara vez se detienen el tiempo suficiente como para dar un paso atrás y atender concienzudamente a su difícil situación existencial. Como afirma el texto I,4(5), en lugar de ello, lo único que hacen es seguir girando alrededor de los «cinco agregados» de la misma forma en que un perro atado con una correa podría correr alrededor de un poste o pilar. En la medida en que su ignorancia les impide reconocer la naturaleza dañina de su condición, no pueden ni siquiera apreciar las huellas de un camino hacia la liberación. La mayoría de los seres viven inmersos en el disfrute de los placeres sensuales. Otros, impulsados por la necesidad de poder, estatus y consideración, pasan sus vidas en vanos intentos de colmar una sed insaciable. Muchos, temerosos de la aniquilación en el momento de la muerte, construyen sistemas de creencias que atribuyen a sus seres individuales, sus almas, la perspectiva de una vida eterna. Algunos anhelan un camino hacia la liberación, pero no saben dónde encontrarlo. Precisamente, para ofrecer un camino tal, el Buddha apareció entre nosotros.

      I. LA CONDICIÓN HUMANA

      1. VEJEZ, ENFERMEDAD Y MUERTE

      (1) La vejez y la muerte

      En Sāvatthī, el rey Pasenadi de Kosala dijo al Bienaventurado: «Venerable señor, ¿existe alguien que haya nacido libre del envejecimiento y la muerte?».1

      «Majestad, nadie nace libre de envejecer y morir. Incluso los guerreros –con sus grandes mansiones, opulentas, con riquezas y propiedades, con oro y plata abundantes, con lujos y recursos abundantes, con dinero y grano abundantes–, puesto que han nacido, no están libres de envejecer y morir. Incluso los brahmanes –con sus grandes mansiones…–, los cabezas de familia –con sus grandes mansiones… con dinero y grano abundantes– no están libres de envejecer y morir. Incluso aquellos monjes que son Arahants, que han destruido las corrupciones, han consumado la vida de santidad, han hecho lo que había por hacer, han abandonado la carga, han logrado la meta, han destruido completamente la atadura del devenir y se han liberado a través del recto conocimiento; incluso para ellos este cuerpo es de naturaleza corruptible y desechable».2

      «Los bellos carruajes de los reyes se estropean también el cuerpo humano envejece. El Dhamma de los buenos, sin embargo, no envejece: ellos, en efecto, lo definen como el Bien».

      (SN 3:3; I 71 <163-164>)

      (2) El símil de la montaña

      En Sāvatthī, al mediodía, el rey Pasenadi de Kosala se acercó al Bienaventurado, ofreció sus respetos y se sentó a su lado. El Bienaventurado entonces le preguntó: «¿De dónde venís a estas horas, Majestad?».

      «Justo ahora, venerable señor, he estado ocupado con los quehaceres de la realeza, típicos de reyes guerreros, ungidos con la corona, embriagados con el elixir del poder, obsesionados por la codicia y los placeres sensuales, que han logrado controlar el país y gobernar después de haber dominado una gran extensión de territorio».

      «¿Así pues qué pensáis, Majestad? Imaginad que un hombre viniera del este, un hombre honesto, de confianza, y os dijera: “Majestad, debéis saber esto sin tardanza: vengo del este, y allí vi una gran montaña, alta como las nubes, que viene hacia aquí y va aplastando a todo ser vivo a su paso. Haced lo que creáis necesario, Majestad”. Luego, un segundo hombre que viniera del oeste… un tercer hombre que viniera del norte… y un cuarto hombre que viniera del sur, un hombre honesto, de confianza, y os dijera: “Majestad, debéis saber esto sin tardanza: vengo del oeste, y allí vi una gran montaña, alta como las nubes, que viene hacia aquí y va aplastando a todo ser vivo a su paso. Haced lo que creáis necesario, Majestad”. Siendo la condición humana tan difícil de conseguir, Majestad, si tan gran peligro, si tan cruel destrucción amenazara las vidas humanas, ¿qué se tendría que hacer?».

      «Siendo la condición humana tan difícil de conseguir, venerable señor, si tan gran peligro, si tan cruel destrucción amenazara las vidas humanas, ¿qué otra cosa habría que hacer sino actuar de acuerdo con el Dhamma, obrar rectamente, realizar acciones buenas y beneficiosas?».

      «Pues, yo os digo, Majestad, yo anuncio, Majestad, que el envejecimiento y la muerte se están aproximando. Cuando la vejez y la muerte se aproximan, Majestad, ¿qué cosa habrá que hacer?».

      «Si el envejecimiento y la muerte se aproximan, venerable señor, ¿qué otra cosa habrá que hacer sino actuar de acuerdo con el Dhamma, obrar rectamente, realizar acciones buenas y beneficiosas?».

      «Señor, los reyes embriagados con el elixir del poder, obsesionados por la codicia y los placeres sensuales, que han logrado controlar el país y gobernar después de haber dominado una gran extensión de territorio, conquistan mediante guerras con elefantes … guerras con caballos … guerras con carros de combate y … guerras con soldados de infantería, pero, cuando el envejecimiento y la muerte se aproximan, no hay recurso ni posesión que valgan. En vuestra corte, señor, hay consejeros que son capaces de dividir, mediante artimañas, a los enemigos que surgen, pero cuando el envejecimiento y la muerte se aproximan, señor, no hay recurso ni posesión que valgan. En vuestra corte, señor, hay abundancia de lingotes de oro guardados en sótanos o altillos. Con tanta riqueza sería posible sobornar a cualquier enemigo que surja, pero cuando el envejecimiento y la muerte se aproximan, señor, no hay recurso ni posesión que valgan».

      «Si el envejecimiento y la muerte vienen hacia mí, venerable señor, ¿qué otra cosa habrá que hacer sino actuar de acuerdo con el Dhamma, obrar rectamente, realizar acciones buenas y beneficiosas?».

      «¡Así es, Majestad! ¡Así es! Si el envejecimiento y la muerte se aproximan, ¿qué otra cosa habrá que hacer, sino actuar de acuerdo con el Dhamma, obrar rectamente, realizar acciones buenas y beneficiosas?».

      Así habló el Bienaventurado. Habiendo dicho esto, el Afortunado, el Maestro, añadió:

      «Como una inmensa, rocosa cordillera, que se alzara hastas las nubes y avanzara aplastando todo aquello que encontrara, así llegan la vejez y la muerte a los vivientes.

      Nobles, brahmanes, mercaderes y siervos, gente sin casta: chandalas y pukkusas, no existe nadie que pueda soslayarlos, todo lo aplastan, trituran y someten.

      Aquí no quedan atisbos de victoria con elefantes, ni con carros o soldados. No se les puede combatir con artimañas, ni sobornar con riquezas acumuladas.

      Siendo, pues, esto así, el hombre sabio contempla su destino inexorable, y, firme, pone su confianza, en el Buddha, en el Dhamma y en el Saṅgha.

      Pues cuando actúa de acuerdo con el Dhamma ya siendo en cuerpo, palabra o pensamiento, es elogiado, aquí, en esta vida, pero también goza del cielo tras la muerte».

      (SN 3:25; I 100-102 <224-29>)

      (3) Los mensajeros divinos

      «Monjes, hay tres mensajeros de los dioses.3 ¿Cuáles son los tres?

      »He aquí, monjes, que alguien actúa de forma reprochable con el cuerpo, la palabra o el pensamiento. Habiendo actuado de forma reprochable con el cuerpo, la palabra o el pensamiento, después de morir, cuando su cuerpo se descompone, renace en un estado de perdición, en un mal destino, en un lugar de sufrimiento, en un infierno. Allí varios guardianes del infierno lo agarran por ambos brazos y lo llevan ante la presencia de Yāma, el Señor de la Muerte,4 diciendo: “Este hombre, majestad, no respetó ni a padre ni madre, ni a ascetas ni brahmanes, ni a los ancianos de la familia. ¡Que su majestad le inflija un castigo


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