Un baile de máscaras. Susannah Erwin

Un baile de máscaras - Susannah Erwin


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quería, sin importarle los daños colaterales.

      De tal palo, tal astilla.

      Y, de todos modos, no volvería a estar tan cerca de él nunca más. Así que lo mejor sería relajarse y empezar a disfrutar de la velada. Sabiendo que iba vestido de esmoquin, por mucho que se pusiese un sombrero y una máscara para ocultarse, sería fácil reconocerlo y evitarlo.

      Yoselin terminó la conversación con el hombre que tenía a su izquierda y se giró hacia Nelle.

      –¿De verdad va a presentarse?

      –¿Quién? –preguntó Nelle, cruzando los dedos para que Yoselin no se estuviese refiriendo al centro de sus pensamientos.

      Yoselin señaló hacia el escenario, en esos momentos ocupado por los músicos.

      –Grayson Monk. Al Congreso.

      Al ritmo que estaba vaciando la copa, Nelle iba a necesitar otra muy pronto. O, tal vez, dos.

      –Supongo. No lo sé.

      –Pero tú creciste en El Santo, ¿no? Se me había olvidado, hasta que comentaste que él también es de allí –insistió su amiga.

      Nelle sacudió la cabeza, consciente de que sus mejillas debían de estar todavía del color de su bebida.

      –Sí, pero él es mayor. Además, nos movíamos en círculos diferentes.

      La señora Allen se inclinó sobre la mesa y miró a Nelle con curiosidad.

      –¿Has dicho que creciste con Grayson Monk?

      Nelle estuvo a punto de atragantarse con un hielo.

      –Somos de la misma ciudad, pero…

      –¡Estupendo! –exclamó la señora Allen aplaudiendo–. Llevo siglos intentando conseguir que nos patrocine. Con su apoyo, tendríamos la financiación que necesitamos para las instalaciones de East Bay. Sabía que tenía que haber un motivo por el que Yoselin había insistido tanto en que te contratase.

      Nelle se mordió el labio y bajó la vista a la mesa. Aquello era cierto. Yoselin había tenido que luchar mucho para que la contratasen. La señora Allen en concreto había preferido a otra candidata, una muy bien relacionada con la élite de la zona.

      –Hay muchos motivos por los que Nelle es perfecta para el trabajo –comentó Yoselin–. Para empezar, es…

      Se interrumpió al ver a un hombre negro y alto vestido con una toga de juez y una sencilla máscara.

      –¡Jason!

      Este sonrió y Yoselin se levantó de la silla para ir a darle un beso a su novio.

      –¿Qué estás haciendo aquí? Pensé que no podías acompañarme porque tenías que estudiar –le dijo casi sin aliento.

      –Me puedo tomar una noche libre –le respondió él sonriendo y entrelazando las manos con las de ella–. Le he pedido una vieja toga prestada al juez Durham y la señora Allen me ha dejado una entrada para poder sorprenderte.

      Yoselin sonrió a su jefa.

      –Gracias.

      Esta hizo un ademán, quitándole importancia.

      –Has estado trabajando tan duro que era lo mínimo que podía hacer por ti –comentó, sonriendo a Nelle–. Y ahora que sé que Nelle está relacionada con Grayson Monk, estoy todavía más contenta. Vosotros dos id a pasarlo bien, nosotras vamos a trabajar.

      Nelle sonrió a la pareja, que se alejó hacia la pista de baile, y pensó que sería agradable tener ella también a alguien con quien bailar y reír.

      Pero antes tenía que recuperar su reputación, su carrera, su autoestima. Cuando su vida volviese a estar en orden, tal vez pensase en encontrar a un compañero con el que compartirla.

      Miró a la señora Allen a los ojos y esbozó su mejor sonrisa profesional.

      –He venido aquí a trabajar, así que puede contar conmigo.

      La señora Allen miró a su alrededor y su rostro se iluminó.

      –¡Ah! Ahí está Bitsy, al otro lado del escenario. Voy a ir a hablar con ella, pero yo sola. ¿Por qué no te vas a dar una vuelta?

      Se levantó de la silla, se puso una máscara de fénix que completaba el vestido salpicado de plumas rojas y doradas y echó a andar.

      El resto de personas de la mesa empezó a levantarse también, unos en dirección a la pista de baile, otros hacia las mesas de comida y otros hacia el bar. Nelle sopesó sus opciones y decidió que sería más fácil charlar con desconocidos con una copa en la mano que mientras comía. Así que avanzó hacia la barra más cercana entre la multitud.

      –Zumo de arándano y soda, por favor –le pidió al camarero cuando consiguió captar su atención.

      El vodka de la copa anterior la había aturdido.

      –Aquí tiene –le respondió este poco después.

      Nelle fue a tomar la copa y sintió un fuerte codazo en el costado que le hizo inclinarse sobre la barra y empujar la copa en dirección a un invitado que estaba a sus espaldas. Este iba vestido con un traje blanco y se encontraba ajeno al desastre que se le avecinaba. Nelle abrió la boca para avisarlo.

      Él se giró, evaluó la situación en un momento y agarró la copa al vuelo, sin que se derramase ni una sola gota.

      Luego miró a izquierda y derecha y al ver a Nelle observándolo boquiabierta, sonrió.

      –¿Es suya? –le preguntó.

      Era muy alto. Y, a pesar del amplio disfraz, era evidente que tenía los hombros anchos. Nelle solía ser cauta con los hombres que eran físicamente imponentes, pero había algo en aquel, tal vez en sus ojos oscuros, en su sonrisa de medio lado, que hizo que bajase la guardia y le devolviese la sonrisa.

      –Culpable –admitió–. Ha estado muy rápido.

      –Bueno, hoy he conseguido evitar un desastre de dos, espero que no haya dos sin tres.

      Le ofreció la copa con cuidado, asegurándose de no soltarla hasta que Nelle la tuvo agarrada. Sus dedos se rozaron solo un instante, pero fue suficiente para que Nelle sintiese un escalofrío.

      –No es la primera copa que me tiran encima hoy –añadió él.

      Seis meses antes, Nelle se habría limitado a sonreír educadamente y a marcharse, segura de su aburrida, pero estable relación. No obstante, la señora Allen le había dicho que se mezclase con el resto de invitados. Y, a pesar de que la Janelle de antes nunca coqueteaba, decidió en ese momento que Nelle, sí. Arqueó una ceja y se inclinó ligeramente hacia él.

      –Vaya. Tengo que decir que, en mi caso, ha sido un accidente. No pretendía tirarle la copa encima. ¿Por qué le han tirado la anterior?

      –Porque he intentado salvar un teléfono en apuros.

      –¿Y el teléfono le ha tirado una copa encima a cambio? La verdad es que ya hay aplicaciones para todo.

      Él se echó a reír. Rio con ganas. Y a Nelle le gustó. No pudo evitar sonreír mientras sus miradas se cruzaban.

      –Yo soñaba hace un rato con una copa que se rellenase de whisky sola, pero una aplicación que lanza bebida podría ser una idea todavía mejor.

      –¿Por qué limitarse a bebidas? ¡Hay tantas posibilidades! Como, por ejemplo, tomates.

      –¿Tomates?

      –Por ejemplo, cuando una película es mala. Se podría lanzar tomates virtualmente.

      –Me parece que ya existe algo así.

      –Ah, bueno. Entonces… ¿Y una aplicación para las tartas de boda? Ya sabe, cuando los novios cortan la tarta y se dan a comer el uno al otro, pero a veces se les cae y se manchan… ¿Y si los


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