Los besos del millonario. Kat Cantrell

Los besos del millonario - Kat Cantrell


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entró en el despacho.

      –Tienes visita. Una tal señorita Forrester.

      Vaya, vaya. Se recostó en la silla mientras la expresión de Myra pasaba de intrigada a muy intrigada. Logan tuvo la sensación de que a su rostro le pasaba lo mismo, así que trató de dominarse, antes de hacer una señal de asentimiento a Lisa.

      –Que pase. Gracias, Myra. Luego hablamos.

      Y todo lo relacionado con el béisbol dejó de existir cuando Trinity entró en el despacho. Su excéntrico cabello lo hizo caer en picado. ¿Cómo podía ser tan sexy? En ella, era un recordatorio de que su dueña era una fuerza a tener en cuenta.

      Ese día iba vestida con un traje de chaqueta púrpura con minifalda y media negras, que hacían que sus piernas parecieran muy largas, y sandalias plateadas, que a él le gustaría ver en el suelo de su dormitorio.

      –Gracias por recibirme sin haberte avisado de que venía.

      Aquella voz ronca… Le despertó la sangre y le recorrió las venas haciendo que se sintiera vivo. Esa sensación solo la había tenido jugando al béisbol.

      ¿Por qué ella, ni más ni menos? Él buscaba a una mujer sencilla y sin complicaciones con quien escuchar música country y organizar meriendas al aire libre. Una buena mujer para sentar la cabeza, que fuera la madre de sus hijos y el amor de su vida. Era lo que su padre había hecho y lo que él quería hacer. Aunque aún no hubiera encontrado a esa imaginaria mujer perfecta, estaba seguro de que lo haría.

      Y no se llamaba Trinity. No debería sentirse atraído por ella.

      De repente recordó que había que ser educado, por lo que se levantó mientras le indicaba con la mano el canapé, cerca de la ventana que daba al estadio de béisbol y que era su sitio preferido, siempre que no hubiera partido. Cuando lo había, era el banquillo, hasta su amargo final.

      La mayor parte de los directores de equipo lo veían desde un palco de lujo, con aire acondicionado, pero los jugadores se dejaban la piel en el campo, y en agosto hacía muchísimo calor. McLaughlin padre estaba al lado de sus empleados. Logan hacía lo mismo.

      En lugar de sentarse, Trinity lo miró de arriba abajo.

      –Llevas puesto un traje. ¿Qué fue lo que dijiste de ellos?

      «Preferiría ir desnudo».

      La cita no expresada en voz alta quedó suspensa entre ambos y se disolvió en una densa conciencia sexual que contestó a una pregunta recurrente que a él le rondaba por la cabeza desde que se habían besado: si recordaba correctamente o no hasta qué punto ella lo había afectado con sus insinuaciones.

      Lo recordaba perfectamente.

      –Hoy soy adulto – dijo él, y carraspeó.

      –Ah, claro. Yo también pensé serlo en Halloween –Trinity se encogió de hombros y sonrió–. Por cierto, me gustas con traje.

      –¿Qué desea, señorita Forrester?

      Cuanto antes se marchase, antes seguiría trabajando. O se daría una ducha fría. Lo que de ningún modo iba a hacer era darle ventaja, porque ella lo obligaría a satisfacer sus deseos.

      –Habíamos quedado en tutearnos –indicó el escritorio con un movimiento de la barbilla que le movió el cabello. Ese día no se lo había teñido, sin duda, para desconcertarlo.–. Háblame de las cifras que has conseguido.

      Para ganar unos segundos, Logan contempló la hoja de cálculo que Myra le había dejado en el escritorio. ¿Qué pretendía ella?

      –Estoy contento con los resultados del vídeo viral y espero que la tendencia al alza continúe cuando se emita el programa. ¿Qué cifras has obtenido tú?

      –Fantásticas. Tan buenas, de hecho, que he venido a hacerte una propuesta.

      Lo dijo de una manera que él se imaginó puertas cerradas, una cita secreta y un largo periodo de tiempo para experimentar cuál sería la sensación del pirsin recorriéndole el cuerpo. Si eso llegaba a suceder, era indudable que lo imposibilitaría para relacionarse con otra mujer.

      Su cuerpo se tensó, expectante.

      –Soy todo oídos –dijo cuando debería haber dicho: «Ahí tienes las puerta».

      –A mis clientes potenciales les ha encantado el vídeo de los dos juntos. Mi publicista cree que deberíamos aprovecharlo y empezar una relación pública, fingir que salimos desde que nos conocimos en el programa.

      –Es la peor idea que he oído en mi vida. Nos mataríamos mutuamente antes de que alguien creyera que somos pareja.

      Su mente no hizo caso de su instantáneo rechazo y comenzó a darle vueltas a la idea. El vídeo coincidía con el aumento de la venta de entradas demasiado claramente para que fuera una casualidad. ¿Qué daño podía provocar aprovechar el momento?

      Mucho daño. La principal objeción de Logan no tenía nada que ver con la brillante idea, sino con el modo ilógico en que él reaccionaba cuando ella estaba cerca.

      Y la noche anterior, ella ni siquiera estaba en la misma habitación cuando se había imaginado que el beso acababa con las piernas de ella enlazadas a su cintura. En efecto, ella era la estrella de sus fantasías, lo cual no era un delito. Pero no pensaba que al día siguiente fuera a presentarse en el despacho.

      Ella lo miró con los ojos brillantes.

      –En realidad, la peor idea que has oído en tu vida fue la de emparejarnos en ese estúpido programa. Pero la hicimos funcionar. Juntos. Fue un esfuerzo de equipo y estuvimos a punto de ganar. Imagínate lo que podríamos conseguir si nos esforzamos juntos en explotar el deseo del público de ver a parejas famosas. Te ofrezco toda mi atención para aumentar la venta de entradas de tu equipo.

      Su habilidad para la negociación tocaba las teclas adecuadas, halagándolo y haciendo hincapié en el objetivo. Lo peor de todo era que él estaba tentado de aceptar únicamente para saber en qué consistiría toda su atención.

      ¿Era de mal gusto aprovechar la oportunidad para saciar su curiosidad sobre Trinity? Una pregunta mejor era cuánto tiempo conseguiría hacerlo sin tocarla. No mucho, tanto si era para estrangularla como para, respondiendo a sus provocaciones, besarla.

      Cuanto más reflexionaba sobre la idea, peor le parecía.

      –¿Cómo sabes que soy soltero? –contraatacó él. Puede que tenga una novia perfecta y…

      Ella lanzó un bufido.

      –Por favor, no me insultes ni te insultes. Ni con un cuchillo de carnicero podrías haber cortado la tensión sexual que había entre nosotros. Si de verdad tienes novia y, a pesar de ello, me besaste como lo hiciste, no eres el hombre que suponía.

      Él frunció el ceño.

      –Ya lo entiendo. Esto es un truco para que te sigan enfocando las cámaras. Acudan a los partidos de los Mustangs, donde la atractiva novia del director general será, sin lugar a dudas, objeto de interés.

      Ella lo miró con descaro, sin inmutarse por sus acusaciones.

      –¿Y si es así? ¿Eso lo convierte automáticamente en una idea desechable? Los motivos de que me guste ese plan nada tienen que ver con los tuyos. La venta de entradas es lo único que importa.

      ¡Vaya! Él negó con la cabeza. Llamaba al pan, pan y al vino, vino.

      –A ver si lo he entendido bien. Me propones que nos inventemos una relación, que quedemos y que nos dejemos ver en algunos acontecimientos. ¿Y el público va a demostrar su aprobación gastándose mucho dinero?

      –Vamos a ayudarle a hacerlo con campañas publicitarias para que aumenten los porcentajes de clics. Habla con tu publicista y con tu grupo de mercadotecnia. Hagamos una fiesta para que se fijen en nuestras respectivas marcas.

      Además de que lo que decía tenía sentido, lo hacía de una manera que le atraía, lo


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