Integridad. Marcelo Paladino

Integridad - Marcelo Paladino


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en la que colaboran hombres y mujeres con motivaciones distintas, pero comprometidos en la consecución de un resultado común, que debe permitir la satisfacción de necesidades en el mercado, y que debe mirar, pues, al cliente, pero también al propietario, al directivo y al empleado y a todos aquellos que están dispuestos a proporcionarle recursos, a correr riesgos junto con la empresa, a desarrollar capacidades dentro de ella, a aprender cosas nuevas, a comprometerse en ese proyecto, del que van a recibir, sí, compensaciones materiales, pero también realizaciones intelectuales o espirituales, conocimientos, capacidades, valores, virtudes y actitudes, que les harán mejores o peores personas, padres o madres de familia, miembros de su comunidad local y ciudadanos de su país y del mundo. Dicho de otra manera: la empresa dirigida con integridad puede llegar a ser un motor de cambio profesional, económico y, sobre todo, moral de la sociedad.

      Ahora entenderá el lector por qué los profesores Paladino, Debeljuh y Delbosco nos prometen “un cambio sustancial de la comprensión del management”, como fruto de sus reflexiones sobre la integridad del directivo. La integridad, afirman los autores, “es el compromiso de hacer lo mejor”: es sinónimo de excelencia. Que empieza, ya lo hemos dicho, con las virtudes y valores morales del protagonista, pero que se transmite luego a su entorno y se institucionaliza para que esté presente en todas las prácticas de la empresa. A partir de ese momento, habrá dejado de ser una preferencia, una querencia o una manía del jefe, para ser una guía para la acción en la organización. Y, en la medida en que los empleados las asuman libremente, las acciones serán “suyas”; estarán aceptando, apreciando y practicando la integridad. Las herramientas habrán trasladado su contenido a las actitudes y a las conductas. La transformación de las personas y de la sociedad ya está en marcha.

      Todo esto no es teoría, mucho menos utopía. Basta leer la parte empírica del libro, los capítulos 3 y 4, donde los autores dan la palabra a algunos altos directivos de empresas argentinas y los capítulos 5 y 6, donde son las experiencias de dos empresas concretas las que guían al lector en su reflexión. El elenco de temas contenidos ahí es formidable: la corrupción, primero, pero también el acostumbramiento de las empresas; la necesidad de resistir a la corrupción, y la importancia de una actitud activa que contrarreste la corrupción sistémica; y la identificación de los factores que agravan y extienden la falta de integridad: la tentación del poder y del dinero, la pereza, la excesiva preocupación por los resultados económicos, el prestigio mal entendido, el cortoplacismo. Y si el lector espera ayudas prácticas para actuar con integridad, encontrará también los medios.

      A estas alturas ya estará claro que, para los autores, la integridad no es una restricción externa, algo que nos viene impuesto por la ley, por nuestras convicciones morales o religiosas, o por nuestro entorno familiar o profesional. En un Box case en el capítulo 3 se afirma que “la integridad es una fuente de respuestas”, es posibilidad, capacidad de hacer otras cosas, cosas mejores; es “otra” manera de dirigir; crear “otra” empresa distinta y puede también acabar construyendo “otra” sociedad, que será, con seguridad, mucho mejor que la sociedad de la corrupción que hemos conocido en los últimos años. A todo esto nos lleva este libro. Solo con una condición: que el lector se lo tome en serio.

      ANTONIO ARGANDOÑA

      Profesor Emérito, Cátedra CaixaBank

      de Responsabilidad Social Corporativa

      IESE Business School,

      Universidad de Navarra, España

      Más importante que una obra, muchas veces, es la historia que le dio origen. Por ello, queremos compartir cuál es la historia de este libro, así nos aseguraremos de que los lectores conozcan, y esperamos compartan, los deseos que nos animaron a hacerlo. En el año 2002, frente a los crecientes esfuerzos de los empresarios para mejorar la calidad ética de las empresas, que no siempre tenían los efectos deseados, nos preguntamos: ¿no será que toman todo esto como una herramienta más para el management?, ¿no será necesario, en cambio, fundamentar más las buenas conductas, para que las personas les encuentren sentido? Obviamente la respuesta que nos dimos fue afirmativa y nos movió a pensar cómo se podría abordar la cuestión. Comprendimos que no se trataba solo de describir la lucha contra la corrupción, sino de afirmar positivamente y en acción los valores personales y de la empresa. De este modo, la persona del empresario/a sería considerada no solo desde el punto de vista de su actividad laboral, sino también desde lo personal, lo familiar y lo cívico.

      Lamentablemente pasaron los años y el problema no solo retrocedió, sino que recrudeció con una violencia inusitada, en Argentina en particular, y en el mundo en general. Basta solo mencionar la crisis de las hipotecas en USA, el caso Oddebrecht y lava jato en Brasil, hasta con presidentes detenidos.

      La Argentina parece estar en una encrucijada vital: ¿Seremos capaces de derrotar, o al menos disminuir, la marea de corrupción que nos rodea?; ¿podremos reinstalar valores mínimos de conducta social, económica y política en un contexto en donde miles de personas se benefician de operar con dis-valores? y ¿qué futuro nos espera si esto no se logra?

      Esto cobra particular relevancia cuando el contexto argentino hoy no es solo de corrupción, sino que se ha logrado instalar uno en el que impera la mega corrupción, esto es, que la confianza en las instituciones claves y fundamentales para la organización social no tienen credibilidad alguna. De ahí la urgencia de plantear una lucha frontal, que depende más de la calidad de las personas que del diseño técnico de normas o instituciones. Y es aquí en donde el planteo de la integridad cobra fuerza y le da un verdadero sentido al riesgo de asumir la lucha contra la corrupción como el mayor legado que se puede dejar a las generaciones futuras.

      De aquí que este libro va dirigido a personas, a cada una en particular, a todos aquellos que comprenden la urgencia del problema y el valor que tiene ayudar a resolverlo, a pesar del riesgo y las incomodidades que puedan estar aparejadas. Karl Popper en La lección de este siglo aporta algunas ideas muy valiosas acerca de cómo encarar esto: “Tenemos que establecer nuestras metas, estas tienen que ser en realidad metas para todos, no para ningún sector en particular de la sociedad (…) El futuro está muy abierto y depende de nosotros, de todos nosotros. Depende de lo que usted y yo y mucha otra gente haga, hoy, mañana y pasado mañana. Y lo que hagamos depende de nuestras ideas y deseos, de nuestras esperanzas y temores. Depende de cómo veamos el mundo, y de cómo evaluemos las posibilidades abiertas del futuro. Esto significa que tenemos una gran responsabilidad”.

      Y nos atreveríamos a decir que de no considerar estas cuestiones se puede terminar cumpliéndose el sabio axioma que dice que “si no vivo como pienso, terminaré pensando como vivo”.

      Integridad como opuesto a corrupción frente a la crisis de credibilidad que hoy en día envuelve a muchas instituciones de la sociedad y a las empresas en particular. Vemos que la gente de empresa empieza a preguntarse cuál podría ser la clave para enfrentarla con fortaleza y creatividad. Y para ser leales con el lector queremos aclarar que quizá la respuesta puede encontrarse recién al final del libro y no entre sus páginas, porque la respuesta consiste en la determinación personal y grupal a actuar desde la integridad. Si bien este texto puede ser un válido aporte para el conocimiento de la integridad, no reemplaza la contundencia de la decisión personal. Sin embargo, entendemos que, para impulsar a la acción, resulta necesario y también sugerente conocer qué cosa está en juego cuando se habla de integridad.


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