Integridad. Marcelo Paladino
En forma más amplia, la empresa crea cultura.1 Robert Solomon enfatiza en esta idea, afirmando que “cada uno se convertirá en la persona que la empresa desarrolle”.2
La certeza del impacto de la empresa en la vida de las personas, más allá de la opinión de los expertos del management, también empieza a ser mencionada en los trabajos conclusivos de muchos alumnos del Master en Business Administration (MBA), que perciben todo lo que está en juego en la gestión empresarial, y por eso se animan a proponer con lucidez que la función directiva tenga “a la integridad como el primer atributo base, a partir del la cual se puede plantear la responsabilidad y finalmente la cooperación hacia un bien mayor”.3
Tal vez este enfoque pueda parecer algo lejano para muchos lectores, pero vale la pena reflexionarlo, especialmente a la luz de la experiencia de cada uno. Bernardo Kliksberg es un experto del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) que ha trabajado mucho la relación entre problemas éticos-corrupción y desarrollo, y plantea que cuanto mayor es la corrupción más difícil es el desarrollo. La solución a este problema es propiciar verdaderos cambios de conducta en el seno de la sociedad, lo cual incluye y responsabiliza a la institución empresa y al empresario.
Integridad como unidad
La percepción de la centralidad de la integridad como fundamento para una buena tarea directiva marca un cambio sustancial en la concepción del management, devolviéndole plenamente su función de actividad humana libre, dotada por lo tanto de una dimensión ética y capaz de crear comunidad. Se trata de una innovación que se proyecta al futuro, porque llegará el momento en que “los funcionarios de una organización serán seleccionados, evaluados y desarrollados en función de esos conceptos”.4 El cambio de mentalidad implica un cambio de cultura, y en este proceso las personas están llamadas a ser protagonistas porque la cultura no solo se hereda, también se transforma a través de aportes genuinos.
Nos preguntamos por qué se encuentran tan desintegrados los distintos ámbitos en los que nos toca actuar. Lo personal, lo familiar, lo laboral, lo moral, etcétera, parecen estar desconectados entre sí en nombre de la eficacia. Pero también hay fragmentación de los distintos actores de la sociedad, en la cual cada uno atiende a su juego y no tiene en cuenta el resultado final de las interacciones que, necesariamente —en el corto o en el largo plazo—, lo involucra (figura 1).
Figura 1. La fragmentación como decrecimiento
Se trata entonces de resolver un rompecabezas sumamente intrincado, en el cual lo empresarial se combina con lo ético, lo familiar con lo productivo y los valores económicos con los valores morales. Situación compleja y difícil de resolver, que impulsa a algunas personas a simplificar erróneamente; tal como expresaba un presidente de empresa, quien decía que había conseguido superar los dilemas de las situaciones que le tocaba vivir dejando sus valores personales colgados en el perchero. Actitud que más que una solución parece un camino hacia la esquizofrenia.
Lo más grave del caso es que no se trata de una situación poco frecuente, sino todo lo contrario, suele ser el modo más expeditivo de salir del problema inmediato. Aquí lo que está en juego es la noción misma de vida exitosa, porque al hablar de “vida” estamos dejando de lado el corto plazo. Por eso es importante tener presente que ser auténticamente una persona exitosa consiste en poder vivir con los propios valores en todas las dimensiones en las que uno actúa, y particularmente en el ámbito de trabajo en la empresa, en el cual se emplean muchas horas del día de una persona y sus horas más lúcidas y eficaces; por eso se trata de un lugar privilegiado para probar la vigencia de esos valores.
Nuestra preocupación por la integridad surge entonces de la necesidad de estructurar las distintas actividades y los valores de las personas sobre la base de una misma fundamentación. Esto ayudará al desarrollo integral de la persona y contribuirá a hacer del trabajo de cada uno dentro de la empresa una instancia de verdadero y armónico crecimiento personal, ayudando además a alcanzar una mejor calidad de vida en la sociedad. En cambio, como vimos en la figura 1, cuando la persona fragmenta sus horizontes, su crecimiento se detiene.
Para Amitai Etzioni5, construir una buena sociedad depende de cómo asumamos hasta las últimas consecuencias las responsabilidades que tenemos. Y esto implica que cada persona tenga que hacerse cargo de la responsabilidad que le toca. Los directivos de empresa explicitan dicha responsabilidad a través de su trabajo y de asumir todas las consecuencias que el mismo tiene. Responsabilidad y consecuencias que en síntesis exigen tomar una postura acerca de cómo las personas que son directivos de empresa enfocan la vida. En un artículo notable, Charles Handy6 describe lo que debería ser la postura de un directivo de empresa ante la incertidumbre: “En un trabajo anterior planteaba que el punto central era que el cambio era ahora discontinuo; el cambio no es más una proyección directa de las tendencias pasadas en el futuro. Cuando el cambio es discontinuo, las historias exitosas de ayer tienen una pequeña relevancia para los problemas de mañana; y hasta pueden ser dañinas. El mundo, en todos los niveles, debe ser reinventado. La certeza deja paso al experimento. El futuro pertenece entonces a las personas no razonables, aquellos que miran al futuro y no al pasado, que están ciertos únicamente de la incertidumbre y que tienen la habilidad y la confianza para pensar completamente diferente. Todo podría ser diferente, las organizaciones, las carreras, los colegios, las sociedades y muchas de ellas deberían ser diferentes, pero la lección real que debimos aprender es la de una nueva manera de enfocar la vida”.
Esta nueva manera de enfocar la vida deberíamos interpretarla como “complicarse la vida”, buscando cada vez con mayor profundidad poder entender las consecuencias increíblemente positivas del trabajo de las empresas y de los directivos, de manera que quienes dirigen se realicen como personas y que ayuden a los demás para que también puedan hacerlo; pero entendiendo cada vez mejor lo que pueden ser las consecuencias no deseadas de un mal trabajo directivo.
¿Por qué se ha venido produciendo este fenómeno hasta ahora? ¿Por qué la ola de corrupción parece imparable? Tal vez por una gran presión por el lado de la eficiencia, o por querer considerar algunos aspectos de la actividad humana independientes de los valores de la persona. Hoy nos preguntamos por qué vivimos en forma tan disociada y ha llegado el momento de buscar una solución. Por estas razones, la noción de integridad será analizada como elemento unificador de la persona en la toma de decisiones, pero también como clave para la confianza y la cooperación social.
No se trata, entonces, de limitarnos a comprender solo la faceta individual de la integridad, aunque seguramente es importante para la cohesión interior de la persona. Es necesario también integrar las distintas áreas de una corporación a la luz de los valores elegidos como identidad de la empresa. De hecho en la historia de la teoría de las organizaciones asistimos a un largo esfuerzo por reintegrar el cuadro complejo de este particular ámbito de la actividad humana. Los primeros intentos de comprensión de los mecanismos productivos apuntaron a simplificar la realidad, para poner en evidencia solo los aspectos directamente involucrados en el trabajo: el control de los tiempos, la eliminación de los pasos inútiles en la fabricación de un producto, el surgimiento de la especialización, etcétera. Sucesivamente comenzaron a imponerse cada uno de los aspectos humanos relevantes que habían sido dejados de lado, como la necesidad de las personas a ser motivadas adecuadamente y no solo desde la coerción o la disuasión; o la ventaja de componer los equipos de trabajo teniendo en cuenta las diferentes personalidades, para que cada uno funcione desde sus fortalezas, entendiendo las diferencias como riquezas y no como impedimentos, etcétera.
Finalmente, vemos ahora cada vez más la necesidad de integrar, por un lado, la actividad laboral en la empresa con la vida personal y familiar, y por otro lado, la insoslayable integración de la actividad empresarial en la vida social y política de la comunidad, de la cual representa sin duda un decisivo factor de desarrollo.7
Figura 2. Integración como crecimiento de la persona
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