Hermanas de sangre. Тесс Герритсен
las manos cerradas como puños.
—Está bien —contestó sumisa—. Ya voy.
Unos metros más allá, los árboles se abrieron de repente para formar un claro. Alice vio viejos cimientos de piedra, todo cuanto quedaba de una granja que había dejado de existir hacía mucho tiempo. Elijah se volvió a mirarla; tenía el rostro moteado por la luz de la tarde.
—Es aquí—dijo.
—¿Qué es?
Él se inclinó y apartó dos tablas de madera, dejando al descubierto un agujero profundo.
—Echa un vistazo —dijo él—. Tardé tres semanas en cavar esto. Alice se acercó al pozo con cautela y miró dentro. La luz de la tarde caía sesgada por detrás de los árboles y el fondo del agujero estaba en sombras. Sólo pudo atisbar una capa de hojas muertas acumuladas en lo más hondo. A un lado había una cuerda enrollada.
—¿Es una trampa para osos o algo por el estilo?
—Podría serlo. Si colocase unas ramas encima para ocultar la abertura, podría atrapar un montón de cosas. Incluso un ciervo. —Señaló el interior del hoyo—. Mira,
¿lo ves?
Alice se acercó un poco más. Abajo, entre las sombras, algo brillaba de forma tenue: pedacitos blancos que asomaban bajo las hojas desperdigadas.
—¿Qué es?
—Es mi proyecto.
Elijah cogió la cuerda y tiró hacia sí.
En el fondo del pozo las hojas crujieron, entraron en ebullición. Alice vio que la cuerda se tensaba mientras Elijah izaba algo de entre las sombras. Una cesta. La sacó del agujero y la depositó en el suelo. Al apartar las hojas descubrió aquella cosa de color blanco que relucía en el fondo del pozo.
Era una pequeña calavera.
Mientras Elijah quitaba las hojas, Alice vio amasijos de pelo negro y costillas delgadas y largas. Las vértebras de una columna. Los huesos de las patas, tan delicados como pequeñas ramitas.
—¿No es fantástico? Ya ni siquiera huele —dijo él—. Lleva casi siete meses ahí abajo. La última vez que lo comprobé todavía tenía algo de carne encima. Hay que ver con qué constancia desaparece. Empezó a pudrirse muy rápido cuando los días empezaron a ser más calurosos, allá por mayo.
—¿Qué es?
—¿No lo adivinas?
—No.
Elijah cogió el cráneo, le dio un pequeño giro y lo separó de la columna vertebral. Alice dio un respingo cuando lo volvió con brusquedad hacia ella.
—¡No! —chilló.
—¡Miau!
—¡Elijah!
—Bueno, has preguntado qué era.
Alice se quedó mirando las cuencas vacías de los ojos.
—¿Un gato?
Elijah sacó una bolsa de tela de la cartera de los libros y empezó a meter los huesos en ella.
—¿Qué piensas hacer con el esqueleto?
—Es mi proyecto científico. El paso de gatito a esqueleto en siete meses.
—¿Y dónde conseguiste el gato?
—Lo encontré.
—¿Encontraste un gato muerto?
Elijah alzó la vista. Sus ojos azules sonreían, pero ya no eran los ojos de Tony Curtis. Aquellos ojos la asustaron.
—¿Quién ha dicho que estuviera muerto?
De repente, a Alice el corazón empezó a latirle con celeridad. Retrocedió un paso.
—Oye, será mejor que regrese a casa.
—¿Por qué?
—Los deberes. Tengo que hacer los deberes.
Él estaba de pie; se había levantado sin el menor esfuerzo. La sonrisa se había extinguido en su rostro, sustituida por una mirada de tranquila expectación.
—Te... te veré en el colegio —dijo ella.
Alice retrocedió, mirando los árboles que a derecha e izquierda parecían los mismos. ¿Desde dónde habían llegado? ¿En qué dirección debía marchar?
—Pero si acabas de llegar, Alice.
Elijah sostenía algo en la mano. Sólo cuando la levantó por encima de la cabeza Alice vio qué era.
Una piedra.
El golpe la hizo caer de rodillas. Inclinada sobre el suelo, con la vista casi nublada y las piernas entumecidas. No sintió dolor, sólo una estúpida incredulidad porque él la hubiera golpeado. Empezó a arrastrarse, pero no podía ver adonde se dirigía. Entonces Elijah la agarró de los tobillos y tiró de ella hacia atrás. La cara le golpeó contra el suelo mientras él la arrastraba por los pies. Alice intentó patear para liberarse, intentó gritar, pero la boca se le llenó de tierra y de ramitas a medida que él la llevaba hacia el pozo. Justo en el momento en que sus pies cayeron por el borde, se aferró al retoño de un arbusto y detuvo la caída. Las piernas le colgaban dentro del agujero.
—Suéltalo, Alice —dijo él.
—¡Súbeme! ¡Súbeme!
—He dicho que lo sueltes.
Elijah levantó una piedra y la dejó caer sobre la mano de ella. Alice dejó escapar un alarido, soltó la rama y se deslizó hasta aterrizar sobre un lecho de hojas muertas.
—Alice. Alice.
Atontada por la caída, miró el círculo de cielo que se recortaba arriba y divisó la silueta de la cabeza de Elijah inclinado hacia delante, atisbando para verla.
—¿Por qué me haces esto? —inquirió ella entre sollozos—. ¿Me puedes decir por qué?
—No es nada personal. Sólo quiero ver cuánto tiempo tarda. Siete meses para un gatito. ¿Cuánto crees que tardarás tú?
—¡No puedes hacerme esto!
—Adiós, Alice.
—¡Elijah! ¡Elijah!
Vio cómo las tablas de madera tapaban la abertura, eclipsando el círculo de luz. Su último atisbo del cielo se desvaneció. «Esto no es real —pensó—. Es una broma. Sólo pretende asustarme. Me dejará aquí abajo sólo unos minutos y luego volverá para sacarme. Claro que volverá.»
Entonces oyó que algo golpeaba sobre la cubierta del pozo. «Piedras. Está apilando piedras.»
Alice se levantó e intentó escalar fuera del hoyo. Encontró el resto de una enredadera seca, que de inmediato se desintegró entre sus manos. Dio arañazos en la tierra, pero no consiguió encontrar un sitio donde agarrarse, no podía siquiera subir un palmo sin caer otra vez. Sus gritos taladraron la oscuridad.
—¡Elijah! —chilló.
La única respuesta que obtuvo fueron los golpes de las piedras al caer sobre la madera.
Capítulo 1
Pesez le mattin que vous n’irez peut-être pas jusqu’au soir
Et au soir que vous n’irez peut-être pas jusqu’au matin.1
PLACA GRABADA EN LAS CATACUMBAS DE PARÍS
Una hilera de calaveras relucía en lo alto del muro de fémures y tibias apilados de manera confusa. A pesar de que era junio y la doctora Maura Isles sabía que en las calles de París, veinte metros más arriba, brillaba el sol, sintió un escalofrío al avanzar por el oscuro corredor cuyas paredes estaban forradas de restos humanos casi hasta el techo. A pesar de estar familiarizada con la muerte,