Francisco de Asís. Raniero Cantalamessa
Toda la vida de Francisco es la confirmación de que no se trata de una revolución fantasiosa que ha corrido en la mente, pero no en la vida real. Probablemente, nadie ha gozado de las cosas bellas del mundo como él, que no quiso poseer ninguna de ellas. Él se convierte en el santo de la «perfecta alegría», no tolera que sus frailes estén tristes. A veces no logra retener el ímpetu de la alegría que tiene en el corazón y canta, o, con dos trozos de madera, improvisa como músico de violín. Es un objetivo alcanzado por pocos –en esto tiene razón Freud– pero está abierto a todos. El atractivo de seguirlo es una de las razones por las que existen los santos y los genios religiosos. ¡Y a lo que, si se me permite decirlo, deberían contribuir también los psicólogos!
Hoy tenemos ante nuestros ojos una prueba evidente de que la felicidad no puede surgir de la posibilidad de secundar los instintos primarios. Después de Freud, la «civilización» ha dejado de frenar la satisfacción del instinto sexual; por el contrario, se ha transformado en un poderoso incentivo a su favor. ¿Podemos decir, sin embargo, que la humanidad surgida de la llamada «revolución sexual» es más feliz que la de otro tiempo?
Un detalle debe considerarse antes de terminar el discurso sobre Francisco y el amor. ¿Qué parte ha tenido en él el amor y la amistad con Clara, es decir, su relación de hombre con una mujer? Podemos admitir, al menos al principio, la presencia de un elemento erótico en la relación entre Francisco y Clara, como es natural entre un hombre y una mujer, con la condición de entender la palabra eros no en el sentido «vulgar» de sensual, sino en el sentido «noble» en que expresa la alegría, la maravilla y la atracción en presencia de lo distinto y de lo bello. Los Padres de la Iglesia descubrieron este significado distinto de eros leyendo a Platón, y desde ese momento no dudaron en elogiar al eros hasta escribir que «Dios es eros» 24.
La relación con Clara y, en menor medida, con otras mujeres, como la famosa Jacoba dei Sette Soli, sirvió a Francisco para superar los tabúes respecto al otro sexo y para purificar su eros juvenil. El amor erótico tuvo en la vida de Francisco la tarea que tiene el vector de un misil espacial: sirve para llevar la nave a órbita; una vez cumplida esta tarea, el vector cae a tierra, ya no hay necesidad de él. Esto no significa que Francisco no pudiera ya tener tentaciones de la carne, sino que ellas ya no hacían más que reforzar y dar una calidad exquisitamente humana a su amor hacia todas las criaturas. El eros, tal como lo entiende Freud, no era la fuente de su amor universal, sino una cualidad de este. La fuente última, tanto para él como para Pablo, es «el amor de Dios en Cristo Jesús» (Rom 8,39).
Quien ha entendido mejor la naturaleza de la relación entre Francisco y Clara fue el iniciador de los estudios históricos sobre Francisco, el pastor calvinista Paul Sabatier, discípulo de Ernest Renan. Él se expresa así a este respecto:
Aquí, más que nunca, hay que renunciar a los juicios del hombre común, que no es capaz de entender un tipo de comunión entre hombre y mujer en la que no tenga parte el instinto sexual [...]. Existen almas tan poco terrenas y tan puras que de golpe entran en el santo de los santos y, una vez dentro, el pensamiento de otra unión no sería solo una caída, sino algo imposible. Tal fue el amor entre san Francisco y santa Clara. Sin embargo, estas son excepciones, y su pureza tiene algo de misterioso; es tan grande que, proponiéndola a los hombres, se corre el riesgo de hablarles una lengua incomprensible o incluso peor 25.
En el diálogo en torno al genio religioso, como en general en la confrontación entre ciencia y fe, se encuentra a menudo una crítica dirigida a los creyentes por parte de médicos y psicólogos: la de no tener en cuenta el parecer de la ciencia en sus juicios sobre fenómenos ligados a la santidad y a la mística. Esto fue ciertamente verdad, sobre todo en el pasado, cuando, además, no se conocían los resultados de estas ciencias y, sin embargo, es bueno recordar que también existe un peligro opuesto. Muchas críticas de la ciencia respecto a la religión se basan en el hecho de que el creyente no puede ser objetivo, porque su fe le impone de partida la conclusión a la que llegar. Es decir, actúa como pre-comprensión y pre-juicio. Me parece que, en toda esta discusión, no se tiene en cuenta que el mismo perjuicio actúa, en sentido contrario, también en el científico no creyente. Si él parte del presupuesto indiscutible de que no existe Dios, no existe lo sobrenatural ni lo espiritual y, por tanto, no existe el milagro, su conclusión solo podrá ser una, y dada ya desde el comienzo. ¿Podía Freud dar una explicación diferente del amor universal de san Francisco y de los fenómenos espirituales en general?
Francisco de Asís, genio humilde
Según Dante Alighieri, toda la gloria de san Francisco de Asís brotó de su «hacerse manso», es decir, de su humildad. Con ello ha caracterizado uno de los requisitos indispensables para que se pueda hablar de genio religioso, como pone muy bien de relieve Goshen-Gottstein en su intento de delinear los rasgos que lo caracterizan 26.
En el último encuentro entre las religiones celebrado en Asís del 18 al 20 de septiembre de 2016, David Brodman, un rabino de Tel Aviv superviviente de la Shoá, dio un testimonio que es, él mismo, un ejemplo de cómo los héroes de una religión pueden ser reconocidos y tomados como modelo por personas pertenecientes a otros credos:
Maimónides, nuestro filósofo, dice que la virtud más grande es la humildad, y la humildad es signo de santidad. He visto en el papa Francisco un claro ejemplo de humildad y santidad para nuestro tiempo, igual que san Francisco fue un gran ejemplo para el suyo.
Una de las Admoniciones que se nos han conservado de él nos muestra lo profundo que era el grado de humildad al que Francisco tendía: «Bienaventurado aquel siervo que no se enorgullece por el bien que el Señor dice y obra por medio de él más que por el bien que dice y obra por medio de otro» 27. Conociendo su firme decisión de no pedir a los demás algo que él mismo no hubiera puesto en práctica, podemos sostener que a esta meta altísima él había llegado al final de la vida.
En el presente contexto, sin embargo, considero útil no insistir tanto en los significados ascéticos y místicos a los que estamos acostumbrados a asociar la «virtud de la humildad» cuanto en el sentido más general de objetividad y autenticidad. Francisco venció la difícil batalla entre la apariencia y el ser. El hombre –escribió Pascal– tiene dos vidas: una es la vida verdadera; la otra, la imaginaria que vive en su opinión o en la de la gente. Nosotros trabajamos sin descanso por embellecer y conservar nuestro ser imaginario y descuidamos lo verdadero. Si poseemos alguna virtud o mérito, nos damos prisa por hacerlo saber, de un modo u otro, para enriquecer con esta virtud o mérito nuestro ser imaginario, dispuestos incluso a olvidarnos de nosotros para añadir algo a él, hasta consentir a veces ser cobardes, con tal de parecer valientes y dar incluso la vida, con tal de que la gente hable de ello 28.
A Francisco le horrorizaba la hipocresía más que cualquier otra cosa. Se leen a este respecto episodios que llevan el sello inconfundible de su estilo como para que no hayan sucedido realmente. Una vez que, debido a su enfermedad, durante la Cuaresma, sus hermanos le habían aderezado los alimentos con tocino, quiso que lo supieran todos para que no apareciese en lo exterior más austero de lo que era en realidad; por el mismo motivo, si, por el frío, le cosían un trozo de piel dentro de la túnica, quería que se colocara también un trozo en el exterior 29. «El hombre –solía decir–, lo que es delante de Dios, eso y nada más es» 30.
Solo cuando toma como medida a Dios y vive bajo su mirada, la persona se conoce en la verdad. Mientras se mira en relación consigo misma, con los demás, con la sociedad, no se conoce verdaderamente: le falta la medida. Francisco, tras su conversión, vivió constante y gozosamente bajo esta medida absoluta. Una «florecilla» –de cuya historicidad de fondo no se tienen motivos para dudar– nos lo presenta mientras pasa horas enteras de noche en el bosque planteándose dos preguntas, iluminándose y oscureciéndose alternativamente en el rostro: «¿Quién eres tú, dulcísimo Dios mío? ¿Qué soy yo, vilísimo miserable y siervo tuyo inútil?» 31.
Lo que Søren Kierkegaard llama «la infinita diferencia cualitativa» entre el Creador y las criaturas 32 es una conciencia que marca toda la