La vida breve de Dardo Cabo. Vicente Palermo

La vida breve de Dardo Cabo - Vicente Palermo


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      –¿Por qué? –Lito sintió que ella le tiraba una soga.

      –Las putas decimos que garchar con un debutante trae suerte –lo miró a los ojos, muy sonriente–. De veras.

      El desenfado chocó y sedujo a Dardo, que se limitó a devolver la sonrisa.

      –Además –continuó ella– hay algo en vos, no sé cómo decir… ternura, no sé, una ternura… de redomón no sé… Y sos un bomboncito, ¿no te lo dijeron?

      –No. –¿Redomón? ¿Y esa palabra? No preguntó.

      –No te engrupas. ¿Cómo se llama tu vieja?

      –Se llamaba. María.

      –¿Se murió? –preguntó ella tropezando–. Qué… ¿Cuándo?

      –Hace dos meses.

      Silencio. Dardo aprendía los primeros pinos del arte de no ser efectista cuando serlo era inexorable.

      –Uy, disculpá.

      –¿Disculpá qué? Vos no la mataste –agregó sin asperezas.

      Estuvieron un largo rato callados. Los elásticos de la cama compartieron el silencio.

      –Volvé. Te voy a cobrar, necesito la guita, mi marido se puso difícil. Pero te puedo enseñar unas cuantas cosas, te va a valer la pena.

       * * *

      –Vos afirmás que mi punto de vista es retrospectivo… pero… lo tuve por padre a Armando, por madre a María Campano. Aprendí mucho de ellos. Aprendí a pensar. También de Ulises el desgarbado aprendí a pensar. A pensar se aprende. Pero aunque fuera una visión retrospectiva, ¿qué? ¿Acaso la vida puede evitar los anacronismos? Esas experiencias fueron también mis experiencias. De hecho, otros episodios de nuestra década dorada merecen atención, en esta improvisada historia del peronismo plebeyo.

      Dardo amagó buscar un atado, la Negra, fumadora, lo percibió de inmediato.

      –Van dos ejemplos. Uno es la Constitución del 49, la convención nacional en la que el peronismo plebeyo no le hizo caso a Perón. Perón no quería el artículo 40, de orientación nacionalista y estatista, y que consideraba una impedimenta pesada para el camino que la Argentina tendría que recorrer. Ya en 1949 el general no veía las cosas tan simples en la economía argentina. Arturo Sampay, un convencional clave, y que era un jurista, no un político, sí lo quería. Y Perón siempre se manejó del mismo modo, sin dar órdenes, sin bajar línea, contando con el tiempo y con que quienes formalmente tendrían que decidir captarían sus señales. Pero el tiempo pasó y Sampay, informante por la mayoría, inició su defensa del proyectado artículo en el recinto. Ya era algo irreversible. Perón lo envió a Juan Duarte, sí, a su cuñado, a que hablara con Sampay, mientras este leía. Duarte le hacía señas para que parara, pasara a un cuarto intermedio. Sampay no le da bola y tuvimos artículo 40.

      –¿El empecinamiento del doctor Sampay es parte de tu historia plebeya, Dardo?

      –Un peronista plebeyo no ha nacido en Berisso, necesariamente; es quien pone en tela de juicio la noción de que solamente el líder define la voluntad popular y dictamina qué quieren las masas. Y comprende que en la relación líder-masas es imposible quedarse con los dos polos. No se trató, nunca, de romper la relación. Quizás esto suene contradictorio pero no lo es. Se trata de participar en la formación de las voluntades populares. Es bastante sugestivo que Sampay pasara las de Caín en los últimos años del gobierno peronista: en 1952 residió en Paraguay, huyó de Argentina disfrazado de cura, bajo la amenaza de una causa penal armada. Estuvo luego en Bolivia y por fin en 1954 se instaló en Montevideo, estrictamente un desterrado. Sampay no era ningún izquierdista, aunque admirara la concepción constitucional de Ferdinand Lassalle; era un nacionalista católico. Había perdido su principal respaldo, el del coronel Mercante, y su situación se complicó más al empeorar la relación entre el gobierno y la Iglesia. Se tomaba las cosas por su cuenta; en 1949, hacer una Constitución Justicialista no equivalía a hacer sin más la voluntad de Perón. Les recuerdo, el peronismo plebeyo está más lejos de la democracia representativa que la concepción ortodoxa del peronismo. Porque, al fin y al cabo, esta concepción ortodoxa y la democracia representativa tienen un parecido de familia: “nos los representantes”, podemos ser una casta, una burocracia, o un líder, pero definimos, le damos forma a la voluntad popular.

      Dardo hizo un silencio, percibiendo que sembraba dudas en sus visitantes.

      –Ustedes saben, John William Cooke fue un jovencísimo diputado nacional de 1946 a 1952; cuando en 1964 declara ante la Comisión Investigadora sobre Petróleo de la Cámara de Diputados, Cooke define su postura como “una política nacionalista en su más estricto sentido”. No son palabras huecas; tampoco la orientación estatizante de la Constitución peronista, o la ola de nacionalizaciones de los servicios públicos, tenían nada de superación del capitalismo, nada de nada. La relación capitalismo-justicialismo no pasaba por ahí. Cooke, que en 1955, antes del golpe, era director de la revista De Frente, había criticado el anteproyecto que el Ejecutivo enviara al Congreso, resultado de tratativas sostenidas entre 1954 y 1955 con la Standard Oil de California, para explotación petrolera en Santa Cruz. Esto hacía patente que Perón tenía el artículo 40 de la Constitución del 49 como una espina en la garganta. ¿Era peronista ese artículo, o no lo era? Para Cooke y Sampay, era peronista, no importaba lo que pensaba Perón al respecto. Y un eventual contrato con la Standard Oil claramente no lo era.

      –Bueno, amigo Dardo –intercaló Antonio con prisa–, los términos del contrato no eran del todo buenamente nacionalistas… eran algo concesivos, diría… En los debates de 1955 en que la oposición resucitó y buscó arrinconar al régimen, Frondizi calificó la zona concedida en el anteproyecto como “ancha franja colonial, cuya sola presencia sería como la marca física del vasallaje”. Algo exagerado.

      –Sí, por eso –Dardo no le llevó el apunte–, las cosas se complicaron porque aunque el contrato fue firmado en abril y aprobado en mayo por el Poder Ejecutivo, la California exigió una garantía complementaria: que fuera aprobado por el parlamento. Ya saben lo que ocurrió, esto dio lugar al oportunismo de todos los sectores de la oposición, y el acuerdo se empantanó. Pero en este río revuelto, ganamos los pescadores que hasta ese momento no teníamos arte ni parte. ¿La oposición antinacional asumía posiciones más nacionalistas que el gobierno? Y nosotros, ¿qué? Cooke explica su oposición al contrato “por entender que era un mal precedente, y que no era ese el camino para lograr el autoabastecimiento, con el agravante de que podía desviar al movimiento de otras posiciones de profundo contenido revolucionario”. Y se cita a sí mismo, con todo derecho: “en un editorial titulado ‘La ilustre cofradía de los técnicos’, imputé al equipo económico el aferrarse a criterios exclusivamente técnicos, despreciando términos como soberanía, sentimientos populares, etc. Ese apego al tecnicismo, propio de gran parte de los economistas, inclusive algunos de los que integraban el gobierno peronista, es un error”. Vaya, vaya –intercaló Dardo–. ¿Alguien podría decir que Cooke estaba equivocado? ¿O que estaría equivocado si escribiera esto hoy? El Bebe intentaba bajar línea en su testimonio de 1964, estaba predicando en el desierto, pero lo hacía muy bien: “No hay decisiones técnicas; las decisiones son políticas. Y el rol de los técnicos no es adoptar decisiones de política general. No se puede dejar en manos de técnicos las cuestiones políticas”. Lo cierto es que Cooke ya en 1955 no solamente estaba preocupado por los técnicos sino por los sectores en descomposición del movimiento peronista, y de la experiencia que sigue, los peronistas plebeyos sacarán también conclusiones. Porque Cooke, después de junio de 1955, es convocado por Perón, que le ofrece un ministerio. Pero el Bebe le solicita, y Perón se allana a su pedido, el cargo de interventor del partido peronista en la Capital, “el eslabón más débil del peronismo”, dice el Bebe. Solamente a él se le podía ocurrir.

      –Sé –observó la Negra– que Cooke le recordó a Perón sus objeciones al contrato con la Standard Oil, y Perón intentó tranquilizarlo, asegurándole que el proyecto no saldría entre gallos y medianoche, y lo invita a las reuniones del Consejo Superior


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