Topología del amor. Luis Darío Salamone
invaluable.
Jamás tuve una inclinación natural hacia el campo de las matemáticas; como muchos estudiantes de psicología, supuse que no estaría en mi horizonte. Hasta que me encontré con Lacan.
En la adolescencia comencé a interesarme por la magia y sin sospecharlo, entre los trucos que practicaba, terminé realizando una operación topológica que desconocía. El corte de la Banda de Moebius, al realizarse junto con cortes en otros tipos de bandas, producía un efecto realmente sorprendente. Una banda era común, la de Moebius, con una semitorsión y la otra con una torsión completa. Al cortarlas la primera se divide, la de Moebius sigue siendo una sola banda, aunque con otra estructura, y la última da por resultado dos bandas, pero encadenadas.
Cuando al alemán Carl Friedrich Gauss se le ocurrió otorgarle a la matemática el título de “la reina de las ciencias”, en lugar de establecer su reinado, comenzó con una discusión con respecto a si en verdad podía ser considerada como una ciencia. Habiendo surgido entre las artes liberales, algunos prefirieron ubicarla en ese terreno. A Lacan no le parecía mal que el psicoanálisis se codeara con esa serie donde se encontraban la retórica, la dialéctica, la gramática, la música, la astronomía, la aritmética y la geometría. El psicoanálisis es capaz de compararse con aquellas artes liberales, porque preservan algo de esa relación que postulaban aquellas disciplinas de la medida del hombre consigo mismo. El psicoanálisis podría tratarse entonces de un arte liberal donde se juega por excelencia el uso de la palabra.(2)
A algunos les parecerá un poco extraño que articulemos la topología, una rama de las matemáticas, con el amor. Si me permiten la expresión, porque con ella precisamente ya ingresamos al campo de las matemáticas, me parece algo que resulta perfectamente lógico.
Después que elegí el título, fui a verificar si el mismo tenía antecedentes, lo cual me hubiera parecido razonable. Busqué en Google y extrañamente no encontré nada. Me pareció sorprendente.
Tampoco resulta raro que haya quienes piensen que las matemáticas no tienen injerencia en el campo del amor. En algunas ocasiones la figura de Cupido (de la mitología romana, Eros en la griega), amenaza con lanzar sus flechas sobre aquellos a los que le producirá un efecto de enamoramiento, apareciendo representado con los ojos vendados. Sin embargo, este dios responsable de la atracción humana, muchas veces sabe a quien dispararle la flecha; incluso parece vengarse de quienes se burlaron de él solo por entretenimiento. Si bien el yo generalmente no tiene idea, los psicoanalistas sabemos que hay condiciones en la elección del objeto que son inconscientes.
Creo que muchos estaríamos tentados de subscribir con algo que dice Julio Cortázar en Rayuela. Seguramente lo habrán leído, si no en el libro, en las redes:
Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiera elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio. Vos dirás que la eligen porque-la-aman, yo creo que es al verse. A Beatriz no se la elige, a Julieta no se la elige. Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto.(3)
Muy pocas veces se ha escrito algo tan poético sobre la contingencia del amor. Pero la verdad es que si algo no nos llama la atención seguimos de largo, en general pasa eso, o seguimos de largo o miramos a alguien que nos interesa, pero que sigue de largo. Bueno, también están los encuentros, y los desencuentros en estos casos llegarán más tarde.
Por supuesto, vamos a considerar siempre lo contingente que puede estar presente en un encuentro amoroso. Pero... cuando uno no pasa de largo, se verifica luego en los análisis que operó algo que forma parte de un proceso de repetición.
¿Hay alguna razón para que las miradas se crucen y dos sujetos se sientan atraídos? Muchas veces esta atracción, que sigue a un encuentro que puede haberse dado de forma contingente, responde a determinaciones inconscientes.
2. Las razones del corazón
He vuelto a escuchar una vieja entrevista a Ernesto Sábato, uno de los más importantes escritores argentinos que, antes de serlo, fue científico. Comentaba que tuvo una infancia difícil; era un muchacho conflictuado, era sonámbulo, tenía pesadillas, incluso alucinaciones. Un día se encontró con un teorema y quedó fascinado. Por eso se dedicó a las ciencias, ya que en ese mundo que había descubierto, había problemas, pero se podían resolver lógicamente. No como los conflictos que lo aquejaban. Pero con el tiempo la abandonó. Era discípulo de Bernardo Houssay, quien fuera galardonado con el Premio Nobel, que además de no hablarle más, lo acusó de traición. Dejó la ciencia porque consideraba que no podía enseñarnos a vivir ni a morir. Quizás Sábato haya captado cómo la ciencia forcluye el sujeto.
El escritor cita frecuentemente al Conde Lautréamont, padre del surrealismo, cuando en el segundo de los Cantos de Moldoror, dice:
Oh matemáticas severas, no os he olvidado desde que vuestras sapientes lecciones, más dulces que la miel, se derramaron en mi corazón, como una ola refrescante. Instintivamente, desde la cuna, aspiraba a beber en vuestra fuente, más antigua que el sol, y sigo recorriendo el atrio sagrado de vuestro templo solemne, yo, el más fiel de vuestros iniciados.(4)
El más fiel de los iniciados de la severa matemática es nada menos que un precursor del movimiento surrealista. Él creía, más que en el azar, en el encuentro entre realidades inconexas, con algo que no cerraba; decía de algo que resultaba “bello como el encuentro fortuito, sobre una mesa de disección de una máquina de coser y un paraguas”. Freud no entendía mucho a los surrealistas. Lacan sí, y este encuentro incongruente se parece demasiado a aquello que está en el corazón del amor: la no relación sexual.
Volviendo a Sábato, plantea que tiene una gran belleza la matemática, pero asegura que se trata de una belleza pobre. La teoría de la relatividad es tan hermosa que sería como la catedral de los teoremas, pero su belleza es fría. Sábato dice que los grandes problemas del corazón, lo que Pascal llamaba “las razones del corazón”, no se resuelven por las matemáticas. Tiene una forma perfecta, pero es demasiada rígida para entender ese tipo de cosas.
¿Demasiado rígida?... Al escucharlo pensé que quizás Sábato no había descubierto la topología. O al menos la obra de Jacques Lacan que utiliza las matemáticas constantemente, pero precisamente para dar cuenta de los fenómenos subjetivos. Incluso, por qué no, de las razones del corazón.
Natalie Charraud, miembro de la Escuela de la Causa Freudiana y profesora de matemáticas en la Universidad de París XIII, nos dice:
El uso, nunca desmentido por Lacan, de las matemáticas en su enseñanza, ha intrigado a más de uno de sus oyentes, a más de uno de sus lectores. ¿Cómo la reina de las ciencias, modelo y faro del rigor y de la objetividad a través del tiempo, podría aliarse a una disciplina que se interese por las pasiones del alma y los dramas subjetivos marcados por la historia y la singularidad?(5)
Plantea también que muchos psicoanalistas pretenden dejarla de lado como si se tratara de una cosa rara, de algo bizarro. Sin embargo, encontramos elementos de las matemáticas a lo largo de toda la obra de Lacan y, si no los tomamos en cuenta, correríamos el riesgo de perder una orientación fundamental en su enseñanza. A tal punto que, como nos recuerda la autora, la dimensión de lo real, para Lacan, solo puede atraparse por las matemáticas.
Freud invitaba a la lectura de mitos y novelas para enriquecer la formación de un analista; en una oportunidad le preguntaron cuáles habían sido sus maestros, y señaló la biblioteca donde se encontraban libros de mitología y tragedias. Lacan nos propone un cambio epistémico, un triángulo formado por las matemáticas, la historia y la lingüística. Allí podemos encontrar los elementos que nos permiten captar el significante, la temporalidad y la estructura.
Pese a que puede parecer que haya dos períodos en Lacan, uno que gira en torno al significante, y otro que lo hace en torno al matema, su volver a Freud implica llevar su descubrimiento a un punto tal en el que, lejos de encontrarse