La nuera del embajador. Sandra Bocci

La nuera del embajador - Sandra Bocci


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la posibilidad de conocer muchas personas y culturas. En definitiva, con la posibilidad de ser realmente libre. Pero en ese momento, esa mujer me hacía sentir culpa. Tampoco era culpa de ella, ser ignorante y pensar de esa manera, no era su decisión, era una ideología instalada en ella y en muchos que permitía la manipulación populista. El adoctrinamiento cala hondo en la emoción, no es racional, es muy difícil de superar. Lo cierto es que hay pobres malos y ricos malos. Como los hay casi santos en ambos lados. La virtud es individual. El bien es una opción.

      La niñera se emborrachaba con el whisky de papá. ¡Un real desquicio! Recuerdo un día, la mucama y la cocinera se pelearon con cuchillos, yo, con cuatro años apenas, me puse a llorar muy asustada, el vecino escuchó y vino a ver qué pasaba. Cuando mi padre llegó y se enteró, en lugar de pedir explicaciones a las empleadas, me dio una paliza por el escándalo.

      -¡Vení para acá! ¿Qué es eso de hacer escándalo y molestar al vecino?

      -Pero papá... yo solo...

      -¡Ana! ¡No vengas con excusa! Los problemas de la casa, son de la casa.

      -Pero ellas...

      -¡Lo único que falta! Que una mocosa insolente acuse a dos personas mayores... ¡Pedí disculpas ya!

      Y yo, masticando bronca pedía disculpas mientras las harpías se burlaban de mí por detrás del hombro de mi padre.

      Mi casa era el reino de las muecas. Con mi hermana desarrollamos la capacidad de pelearnos en silencio. Y esa fue una de nuestras pocas complicidades. Nos hacíamos caras, nos tirábamos del pelo, nos empujábamos, pero no levantábamos la voz porque si papá nos escuchaba entraba al cuarto y nos daba una paliza a las dos. Nunca entendí bien por qué a ella le pegaba más que a mí, si siempre mostraba su preferencia por ella. Tal vez porque de ella se decepcionaba más, de mi no esperaba mucho. Pero si el lío era entra las dos, era una repartija imparcial.

      Ahora que lo pienso, creo que papá veía en mí a un soldado japonés. Me miraba como se mira a un enemigo, me castigaba como a un prisionero de guerra. La mía fue una infancia terrible la mayor parte del tiempo. De lo inabarcable del dolor, a veces ni lloro, a veces no parece mi vida. Pero ese sufrimiento fue mi primer escalón de entrenamiento a la resistencia que hoy me define.

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