Baila conmigo. Susan Elizabeth Phillips
larga mesa del comedor ocupaba el lado norte del diáfano salón. El pesado y tosco tablero había sido barnizado para protegerlo de los humos de la cocina. El contraste entre los tableros de contrachapado blanco de las paredes y toda aquella madera oscura —la mesa, los brillantes suelos de tablas anchas, las estanterías situadas bajo las ventanas— lo convertía en un acogedor espacio en invierno, pero también sería un fresco refugio durante los días más calurosos del verano.
Él llevó dos tazas de café desde la cocina, dejó la de Tess frente a ella y se sentó al final de la mesa, a unos dos metros. Si no estuviera tan malhumorada por la falta de sueño, habría sido divertido.
—¡Ah, claro! —dijo arrastrando las palabras—. Todavía crees que las chicas tienen piojos. Cuando llegues a sexto de primaria, ya no te importará tanto.
—Me acercaré más, siempre y cuando prometas no hablar —dijo él con la boca llena mientras deslizaba la taza hasta el centro de la mesa.
—Por mí no te molestes. —Tess se apartó el pelo de los ojos—. Lo que necesito es que me prestes una de tus camisas de franela. Las mías no son lo suficientemente grandes para que quepamos Wren y yo. —La sudadera de Trav habría bastado para cubrirlas a ambas…, la sudadera que (empapada con la sangre de Bianca) había tirado con tan poca ceremonia al cubo de basura del hospital. Se recompuso—. Y, para tu información, vas a tener que empezar a hacerte cargo de al menos uno de los turnos de noche.
—No sabría qué hacer.
—Te enseñaré.
—No es necesario.
—Es muy necesario. Y puedes tocarla, ya sabes. Nada de esto es culpa suya.
—No he dicho que lo sea. —Ian se levantó para dejar su taza en el fregadero.
Ella lo persiguió, acercándose por detrás.
—¡Cógela!
Él se movió como un resorte, extendiendo las manos de forma instintiva. Con suavidad, Tess dejó al bebé bien envuelta en sus brazos.
—¿Qué…?
—Tengo que lavarme los dientes, ducharme, y me gustaría usar el váter sin un bebé en el regazo. Tendrás que arreglártelas —dijo dándose la vuelta.
—Pero…
—Ve acostumbrándote.
Mientras se alejaba, Wren comenzó a llorar; aunque vaciló un instante, Tess se obligó a sí misma a seguir adelante. La niña acababa de comer. No había nada que ella pudiera hacer y North no.
—¡Has firmado un contrato! —gritó él a su espalda.
—Es la pausa que me corresponde por ley.
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