Baila conmigo. Susan Elizabeth Phillips
llevaba al salón. Vestía vaqueros y un jersey blanco amplio; su pelo oscuro rizado flotaba libre alrededor de su cara. No llevaba maquillaje. Se la notaba cansada y demacrada. Pero viva. Funcional. A pesar de sus ojeras, su aspecto era sano y fuerte. Todo lo contrario que Bianca. Tess Hartsong era una criatura de la tierra, no del cielo. Dispuesta a desnudarse, a quedarse en ropa interior y a bailar llena de furia. Quería hacerla bailar para él, demostrar todas las emociones que no podía expresar. Sus ojos oscuros, de un intenso color violeta, lo atraían. Lo traspasaba con la mirada. Lo juzgaba. ¿Y por qué no debería hacerlo?
Un solo movimiento en falso en aquel cuarto atestado de adornos y figuritas desataría un efecto dominó de desorden victoriano; así pues, tenía que seguir adelante con todo. Salir de allí.
—Sobre lo que te dije en el hospital… —«No vayas a cagarla en esto también». Lo miró a la frente en vez de a los ojos. Tenía que perdonarla. Era lo más justo.
Pero si la perdonaba, perdería su ventaja.
¿De verdad iba a intentar usar la culpa contra ella? El doctor había confirmado lo que Tess le había dicho sobre la causa de la muerte de Bianca, pero era necesario hacer una autopsia para estar seguros al cien por cien. Eso significaría cortar el cuerpo perfecto de Bianca. E Ian era el responsable de su muerte. No Tess, sino él mismo. Sin embargo, necesitaba algo de ella. Y la culpa era una herramienta muy poderosa.
Miró la repisa de la chimenea, llena de relojes de cristal y cajitas esmaltadas, el espejo dorado y el reloj de mármol. Sus ojos se clavaron en un paisaje marino mal pintado de aguas turbulentas y cabos deformes.
No podía hacerlo.
—Lo que te dije en el hospital… fue injusto. Sé que no pudiste hacer más. —Se aclaró la garganta.
—¿Lo sabes?
North no podía lidiar con la culpa de Tess. Suficiente tenía con la suya. Nunca tuvo que haber cedido a las súplicas de Bianca para acompañarlo a Tempest. Debería haberse quedado con ella en la ciudad, pero su mujer se había mostrado tan inflexible…
—Y sobre la criatura… —Se interrumpió.
—Tu hija.
—Bueno, han surgido algunas complicaciones.
***
«¿Complicaciones?». Tess trató de calmarse, pero allí estaba él. Duro y distante. Ya no estaba demacrado, como antes. Parecía casi respetable con unos pantalones oscuros y una camisa azul. Se había afeitado y, aunque llevaba el pelo todavía largo, se lo había arreglado un poco.
—Sí, hay complicaciones. Los bebés prematuros son frágiles y necesitan cuidados especiales —dijo Tess, sobreponiéndose al pánico que le atenazaba el pecho.
—De eso es de lo que quiero hablarte. —Se acercó más—. Quiero contratarte para que la cuides.
—¿Contratarme? —Debía de haberse vuelto loco.
—Hasta que lo solucione todo. Serán un par de días. Una semana como mucho.
—Eso es imposible. —No había dormido ni comido. Vivía de la adrenalina y tenía que alejarse de esa niña y de su padre—. Hay niñeras específicamente formadas para cuidar a bebés prematuros.
—No quiero a una desconocida. Te pagaré lo que me pidas.
—No se trata de dinero. —Se había quedado con el bebé en el hospital, pero no podía correr más peligro emocional. Ese hombre y ese bebé eran recordatorios vivos de su propio fracaso—. Conseguiré información de las enfermeras disponibles y haré algunas llamadas.
—No quiero a otra persona. Eres inteligente. Eres competente. Y no eres ningún desastre de persona.
—Agradezco tu confianza después de lo que pasó, pero no quiero hacerlo.
—Supongo que lo has olvidado… —La miró con ojos firmes, como si estuviera preparado para asestar un golpe bajo.
—¿Olvidado el qué?
—La promesa que le hiciste a Bianca. Justo antes de que muriera.
***
El personal del hospital se aseguró de que sus vacunas estuvieran al día y le dio instrucciones sobre la reanimación cardiopulmonar infantil, que le provocaron sudores fríos. Le hablaron de las sillas de seguridad del coche y de algo llamado «método canguro». Intentó concentrarse en el certificado de nacimiento que le habían dado. La escritura era apenas legible.
—Quieren saber el nombre del bebé. —Tess estaba sentada al otro lado de la sala. No lo miraba. Él no habló, pero dejó de escribir.
Tess se levantó de la silla y caminó hacia él. Cogió el portapapeles y recogió el bolígrafo. Escribió algo y, luego, se lo devolvió todo.
Wren Bianca North.
No estaba bien, pero bastaría.
La enfermera fue a buscarlos, pero él se quedó donde estaba mientras Tess la seguía. Pasaron unos minutos. Se removió en su asiento. Era un hombre duro; no pecaba de sentimental. Ponía todo su empeño en el trabajo. Solo en eso. Era su forma de vida. La forma en la que quería vivir. Y ahora tenía que lidiar con eso otro.
Tess apareció con el bebé. Él intentó no mirar a ninguna de las dos.
Permanecieron en silencio en el ascensor.
De golpe, se abrieron las puertas. Al atravesar el vestíbulo, la gente sonreía, los consideraban unos padres cariñosos que llevaban a su precioso recién nacido a casa. Pero él solo quería correr, alejarse de todos. Quería que las cosas fueran como antes, cuando podía bloquear al mundo con pinceles y aerosoles, con carteles, plantillas y murales. Cuando un nuevo encargo, una nueva exposición en una galería, un nuevo ejército de críticos alabando su trabajo significaba algo.
Cuando todavía sabía quién era y lo que significaba su trabajo.
Dejó a Tess sola el tiempo suficiente para acercar el coche de ella a la entrada del hospital. El día anterior había recuperado las llaves de la cabaña y había contratado a un chico que trabajaba en la gasolinera para que se encargara del resto; fue él quien instaló una silla de seguridad en el coche y quien condujo el vehículo de Tess desde Tempest hasta el hospital. Él tenía allí su propio coche y Tess llevaría al bebé con ella.
Cualquier otra cosa era impensable.
5
De camino a Tempest, Tess apretó el volante de tal modo que los nudillos se le pusieron blancos. Nunca había sido una conductora que se dejara llevar por los nervios, pero tampoco había llevado jamás a una recién nacida en una silla de seguridad en el asiento trasero. Por fortuna, el bebé estaba dormido, aunque era una circunstancia que podía cambiar en cualquier momento.
Lo estaba haciendo porque se trataba de algo más que la promesa que le hizo a Bianca en su lecho de muerte. Se trataba más bien de una suerte de egoísmo que estaba empezando a entender. Como Wren necesitaría toda su atención, ella lograría estar una hora o más sin pensar en Trav. Ese frágil bebé le daría un poco de respiro.
Miró por el espejo retrovisor para observar a la niña. No vio nada. Entendía que era mejor que las sillas para bebés se colocaran en sentido contrario a la marcha, pero ya había abandonado la carretera dos veces para asegurarse de que Wren seguía respirando. Luchó contra la necesidad de parar una tercera vez.
Sobrepasó el maltrecho letrero de la Alianza de Mujeres de Tempest y condujo con cuidado por el accidentado camino de montaña hasta la cabaña. North había salido antes, y se suponía que se encontraría con ella allí, pero no había señales de su sucio Land Cruiser blanco.
El bebé se había inclinado hacia la esquina de la sillita de seguridad, y se le había torcido el gorrito de color lavanda del tamaño del de una muñeca. La criatura se despertó cuando Tess la sacó.