Punto de no retorno. Michel Bonnefoy Rosenzuaig

Punto de no retorno - Michel Bonnefoy Rosenzuaig


Скачать книгу
de pronto me dijo de sopetón que mi padre había muerto. El tono no fue de interrogación, sino de información, como si yo no estuviese enterado. Si sé, le respondí. ¿Entonces por qué no me habías dicho nada?, me soltó con ese sonsonete de reproche inconfundible en las niñas que no soportan que uno piense en otra cosa que no sea ellas. Fue una falta de confianza de mi parte, lo reconozco, un olvido imperdonable, porque nuestra relación merecía que se lo dijera. Recuerdo ese impasse como un obstáculo en nuestra relación. Estaba ofendida y dolida. Creo que para ella fue más grave que yo no le hubiera informado, que la misma muerte de mi padre. A veces, en una situación, la importancia que adquiere un componente de esa misma situación es desproporcionada al papel que juega ese componente en el conjunto de la situación. Con las mujeres a menudo sucede eso: se enojan con uno por errores que uno comete sin mala intención y pierden la dimensión de lo global. Al menos eso me indicaba mi experiencia, corta, dado que a los ocho años no había tenido la ocasión de conocer otra mujer además de Verónica.

      La vida siguió su curso, alejándose semana a semana del accidente fatal. Ese año floreció el cerezo del patio de la casa, se llenó de copos de nieve, aunque no trajo la alegría que solía suscitar en la familia. Mi papá nos congregaba debajo del árbol para enseñarnos la evolución de los brotes. Mientras algunas ramas culminaban en un botón cerrado, en otras el capullo ya desplegaba sus pétalos blancos. De esa escena no me acuerdo, pero me la cuentan cada año en primavera, cuando florece el cerezo.

      Era la época de Frei. Cuando mi padre murió, el Presidente de la República era Alessandri, pero cuando Verónica se ofendió conmigo y mi mamá dejó de obligarnos a comer betarragas y la gente era tolerante con mis desmanes, el Presidente era Frei. No sé qué opinaban de él los comunistas, porque después del accidente, el asunto del comunismo verdadero y del falso dejó de ser tema de conversación en la casa. La tragedia apaciguó los ímpetus de mis tíos, que consideraron que el ambiente no se prestaba para controversias ideológicas. Seguramente estimaron que la permanencia de mi madre en el partido adquiría una función terapéutica, que neutralizaba el extravío político que significaba integrar las filas del estalinismo.

      La verdad es que no sé si ella siguió acudiendo a las reuniones de célula, por la condenada consulta que tuvo que abrir para subvenir a las necesidades de sus dos hijos, es decir, las mías y las de mi hermana, además de las de ella y las de Fresia, que vivía en nuestra casa. Las pacientes del hospital, más las de la consulta, no le dejaban mucho tiempo para pensar en el marxismo-leninismo, los proletarios del mundo y la Unión Soviética. No me cabe duda que no claudicó en ninguna de sus convicciones profundas, pero me temo que las prioridades cambiaron al encontrarse sola con dos hijos y un sueldo de empleado público, digno pero insuficiente. La sociedad no contemplaba el escenario de las madres solteras, al menos no en el nivel de clase-media-profesional, como se le llamaba a nuestra clase social.

      No sé si Verónica era de clase-media-profesional, nunca fui a su casa ni le pregunté si su padre estaba muerto o qué hacía su mamá, pero todo indica que éramos parecidos. Me pregunto qué será de Verónica hoy, cincuenta años después, cómo habrá atravesado los períodos tumultuosos de la Unidad Popular y la dictadura. A mí me cambiaron de colegio antes del golpe, de tal manera que perdí el contacto con ella antes de ese fatídico 11 de septiembre de 1973, cuando la vida cambió para tantos chilenos. Eso sucedió diez años después de la muerte de mi padre. Me pregunto cómo hubiesen influido en mí y en mi familia esa brutal irrupción de los militares en la escena política si él hubiese estado vivo.

      A los seis, siete, ocho años uno no se formula preguntas existenciales ni hace especulaciones sobre las variantes posibles en la vida, según si tal o cual evento no hubiese ocurrido. En esa primera mitad de la década del 60, nadie se preparaba para un golpe de Estado, menos yo que vivía pendiente de la relación inversamente proporcional entre las tareas y el tiempo con los amigos de la cuadra. Obviamente, me dolía cuando descubría a mi mamá en su sufrimiento, pero debo confesar que no era mi preocupación mayor. Y la ausencia prolongada y absoluta de mi padre iba rápidamente diluyendo su figura en mi volátil memoria.

      Nunca había manifestaciones en la calle Santa Julia, donde jugábamos al fútbol o hacíamos carreras de patines. Los pocos vehículos que circulaban sabían que esa cuadra era peligrosa por los niños que se apoderaban del asfalto. No era una calle de tránsito hacia ninguna parte. Por ahí solo transitaban los vehículos de los habitantes del barrio o de las eventuales visitas a nuestros vecinos, lo que no era habitual durante la tarde. Tampoco había disputas políticas durante los encuentros con los tíos, a veces debajo del cerezo un domingo a la hora de once, un momento estelar porque había palta molida, manjar, pan amasado y a veces hasta helado y Fanta. El país parecía avanzar en paz y sin tropiezos. La señora del almacén, donde Fresia me mandaba a comprar algún ingrediente que le faltaba para un guiso, seguía dando «ñapa» y empacando con el mismo papel feo la harina y las lentejas. Nunca decía “no hay”, como sucedía después de que ganó las elecciones Allende, cuando Fresia ya no me decía anda a comprar medio kilo de arroz sino anda a ver si llegó arroz. En ese entonces yo ya era grande y militante, tenía quince años, pero algunas personas, sobre todo Fresia, mi mamá y mi hermana me reprochaban un comportamiento infantil, no sistemático, pero recurrente, especialmente cuando intervenía la imagen ausente de mi papá. Según ellas, cada vez que se hablaba de él o que él aparecía en una situación, yo retrocedía en la edad y actuaba como un niño de ocho años. Fresia fue la que empezó con esa observación.

      En esa época en que no había manifestaciones en la calle Santa Julia, tampoco las había en el colegio, ni peleas entre los alumnos, excepto por la interpretación del recorrido de un trompo o el desvío de un tirito picado por una trinchera ilegal cavada en la tierra. A nadie se le pasaba por la mente tomarse el colegio y mantenerlo ocupado con guardias nocturnas durante el tiempo que definiese la asamblea. No sé si los más grandes hablaban de política. Creo que no. Creo que en esa época la política no abarcaba a los hijos de la clase-media-profesional.

      Mi hermana me dirigía poco la palabra en la casa y nunca en el colegio. Solía estar enojada, lo que es comprensible dado que ella sí entendía lo de la muerte de nuestro padre. Manejaba información que yo no tenía, como, por ejemplo, que no lo veríamos nunca más. Antes del accidente era más comunicativa y se enojaba solamente cuando había una razón, lo que sucedía con frecuencia conmigo. Mi condición turbulenta repercutía en la convivencia pacífica que debíamos preservar en la habitación que compartíamos, a riesgo de transformar ese exiguo cuarto en un infierno.

      Конец ознакомительного фрагмента.

      Текст предоставлен ООО «ЛитРес».

      Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.

      Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.

/9j/4AAQSkZJRgABAgAAAQABAAD/2wBDAAgGBgcGBQgHBwcJCQgKDBQNDAsLDBkSEw8UHRofHh0a HBwgJC4nICIsIxwcKDcpLDAxNDQ0Hyc5PTgyPC4zNDL/2wBDAQkJCQwLDBgNDRgyIRwhMjIyMjIy MjIyMjIyMjIyMjIyMjIyMjIyMjIyMjIyMjIyMjIyMjIyMjIyMjIyMjIyMjL/wAARCBDgCvADASIA AhEBAxEB/8QAHwAAAQUBAQEBAQEAAAAAAAAAAAECAwQFBgcICQoL/8QAtRAAAgEDAwIEAwUFBAQA AAF9AQIDAAQRBRIhMUEGE1FhByJxFDKBkaEII0KxwRVS0fAkM2JyggkKFhcYGRolJicoKSo0NTY3 ODk6Q0RFRkdISUpTVFVWV1hZWmNkZWZnaGlqc3R1dnd4eXqDhIWGh4iJipKTlJWWl5iZmqKjpKWm p6ipqrKztLW2t7i5usLDxMXGx8jJytLT1NXW19jZ2uHi4+Tl5ufo6erx8vP09fb3+Pn6/8QAHwEA AwEBAQEBAQEBAQAAAAAAAAECAwQFBgcICQoL/8QAtREAAgECBAQDBAcFBAQAAQJ3AAECAxEEBSEx BhJBUQdhcRMiMoEIFEKRobHBCSMzUvAVYnLRChYkNOEl8RcYGRo
Скачать книгу