Reparando mundos. María Eugenia Ulfe
víctima principalmente tenía un rostro indígena y pobre. Muchas autoridades también fueron asesinadas por Sendero Luminoso o por miembros de las Fuerzas Armadas. En la celebración de los treinta años de la conmemoración de la masacre ocurrida el 3 de abril de 1983 en Santiago de Lucanamarca, el discurso del presidente de la comunidad incidió precisamente en cómo se habían quedado sin autoridades. La conmemoración de los treinta años le sirvió de plataforma para recordar todos los asesinatos ocurridos en Lucanamarca, y con especial atención mencionó los sucesos de 1984, cuando desaparecieron tres autoridades de la localidad en Cangallo y la comunidad se quedó waqcha (huérfana, sola, sin nadie que los dirija y vele por su bienestar e intereses).
Pero las autoridades también negociaron sus vidas. En otra ocasión, don Fermín contaba cómo, volviendo de Ica en el Volvo, de nuevo en Tajra, los detuvieron. Era un senderista con arma. César Molina le dijo: «Yo soy presidente de la comunidad, déjenos pasar». El senderista le pidió su reloj (un Citizen de oro). Cuando regresaron a Sancos, César dijo en asamblea comunal: «¿Saben qué? Yo no voy a perder mi reloj, así que tienen que darme un torito de la comunidad». Así, en una reunión, le cedieron un torete pequeño a él a cuenta de ese reloj. Dicen por ahí que alguien de la comunidad afirmó que los senderistas se enteraron de esta transacción, lo cual habría ocasionado el asesinato de don César semanas después.
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Como mencionamos líneas arriba, si bien este libro mira al Estado y un momento de la historia, lo hace a partir de presentar y comprender la condición de ser y sentirse víctima en el Perú contemporáneo. La condición se puede alterar: no define esencialmente a una persona. En este sentido, la condición es construida social e históricamente, y contribuye a identidades fluidas. Queremos mostrar cómo esa condición de ser y sentirse víctima se construye y cómo las personas se empapan en esta condición para edificar una identidad impregnada de sus propios repertorios culturales. La noción de «ser» está vinculada con la condición. Somos seres temporales, históricos. Las personas se convierten o han sido convertidas en estas formas particulares de ser.
Pero aquí no queda este estudio. Las imágenes fotográficas recogidas, sobre todo en los últimos años de trabajo de campo, no solo sirven como fuente documental, sino que contienen los propios «fantasmas» (ghostly matters of things) y «hechizos» (haunting) del pasado en la manera como estructuran y desenvuelven las tramas del presente. Las relaciones que se entretejen entre las imágenes y su cualidad de hechizo no son implícitas (Gordon, 2008, p. 102). A menudo, la cualidad verosímil de la imagen como documento o evidencia parece convencernos de lo que en apariencia ya «sabemos» cuando la vemos, pero también hay otra dimensión, ya que, cuando emerge en una discusión, permite acercarnos a lo que sospechamos y hacernos dudar de las cosas. En este sentido, las imágenes han sido vitales para ayudarnos a comprender ese «pasado oprimido» (oppressed past), como señala Gordon, y que aquí también usamos en referencia a la estrofa del Himno Nacional peruano. Este «pasado oprimido» —y opresor, porque ha atrapado a las personas en su dolor— no es lineal, tampoco secuencial, menos autónomo o alternativo. Es simplemente aquello que da cuenta de la violencia, que organiza aquello que el dolor y la guerra reprimió, y que, con el pasar del tiempo toma forma, ya que se mantiene vivo (2008, p. 65).
La condición de «ser» víctima no convierte a los sujetos en ciudadanos. Hay una tensión grande entre ser víctima y ser ciudadano. El Estado parece trabajar contra la posibilidad de construir ciudadanía. Las reparaciones, en su idea primigenia, significaron una forma de resarcir, restituir derechos, reparar; sin embargo, por la manera como estas se aplicaron, veremos más bien, en muchos casos, la reducción de la persona a la condición de una víctima, pero no la constitución de un sujeto que tiene derechos, que los reclama, los exige y pide que se le reconozcan esos merecimientos. Además, siempre se será un ciudadano que arrastra consigo un denso pasado, que, como sugiere Sanford (2003), se convierte en un filtro a través del cual construirá su presente. Lo que sí es importante subrayar es que, desde la condición de víctima que veremos, como bien señala Das (2007), se edifica la agencia y se desarrollan otras formas de relacionamiento con el Estado.
Das se pregunta cómo recoger las piezas y vivir en ese mismo lugar devastado (2007, p. 6). Con esta pregunta, emprende un estudio antropológico sobre la vida de las mujeres luego de la Partición de India y Pakistán en 1947 y el asesinato de Indira Gandhi en 1984. Partiendo de los historiadores poscoloniales de la India, la autora propone una discusión sobre estos eventos, no como hechos aislados en la historia de India, sino como hechos que ocuparán las memorias colectivas y se manifestarán en la vida cotidiana, especialmente en la vida diaria de quienes más padecieron sus consecuencias (las mujeres, sobre todo las musulmanas).
Siguiendo a la antropóloga Marilyn Strathern (2004), Das se centra en el universo de relaciones sociales como un tema de investigación en sí mismo. Las relaciones abstractas y concretas entre las personas configuran preguntas sobre la escala y la complejidad (2007, p. 3). ¿Cómo en un lugar tan pequeño como Huanca Sancos o Lucanamarca se puede llegar a tanta densidad? Las relaciones sociales nos ubican en el mundo, nos constituyen como sujetos. A partir de este corpus teórico, Das propone que los límites de la constitución de un sujeto (siguiendo a Wittgenstein) nunca son cerrados, pues se incorporan (se expresan a través de sus cuerpos) en ese universo de relaciones que tejen y que tienen particular significación en los mundos cotidianos.
Así, la autora se pregunta sobre la naturaleza de la constitución de estos sujetos. Toma de Wittgenstein sus nociones sobre el lenguaje y el poder de la voz, una voz que no necesariamente es la hablada, sino que puede ocupar y usar distintas maneras corporales para expresarse cotidianamente. Son esos mundos y experiencias de luchas y aproximaciones diarias los que nos interesan en este libro. No es la agencia heroica de los hechos grandilocuentes, sino la de las decisiones cotidianas, del mundo de los cuidados y sus silencios, de las conversaciones y de las experiencias con el Estado. En ese nudo, en este libro, estudiamos la constitución del sujeto víctima. Es el dolor traumático inscrito en sus cuerpos el que no los abandona. Siguiendo a Das, nosotras asumimos que desde ahí la agencia se manifiesta en el simple hecho de sobrevivir.
A esa dimensión de «ser víctima» agregamos «sentirse», ya que guarda estrecha relación con las formas como nos identificamos los sujetos sociales. Hay muchas diferentes formas de sentirse. Esta es una dimensión distinta de la manera como se actúa, pero no explica el completo de su identidad, tampoco la condición ni el ser. El identificarse es mucho más íntimo y va más allá de lo que un vocablo tan usado como «identidad» evoca.
Brubacker y Cooper (2000) proponen romper con los modelos que asocian ideas de adscripción a la etnicidad como si se tratase de modelos fijos. Invitan a pensar en la categoría de identificación como un proceso que recoge la voluntad del sujeto de tomar decisiones sobre su condición étnica y sus afiliaciones de pertenencia y diferencia. Además, el contexto actual del Estado peruano permite observar en su discurso multicultural neoliberal cómo ciertas identidades étnicas emergen como más válidas frente a otras. A esto, Callirgos (2019) denomina el mandato etnonormativo que permite caracterizar y concebir identidades étnicas para el caso peruano, lo que invisibiliza las que no calzan en el discurso.
Juntamos la idea de «ser» y «sentirse» con una mirada del Estado que es concebido a partir de los sujetos y las instituciones. En Sancos y en Lucanamarca, antes del periodo de violencia, había un Estado local que la población del lugar hizo funcionar a su manera. Este Estado les fue usurpado por Sendero Luminoso y su violencia demencial, y fue capturado por la lógica represora y redistributiva del propio Estado peruano. ¿Qué ha dejado el Estado neoliberal que llegó después?
En este sentido, desarrollamos la investigación siguiendo los postulados de una antropología del Estado. Partimos, como mencionamos anteriormente, del estudio de las instituciones y los sujetos que las edifican, utilizan y reconstruyen. La investigación parte de experiencias y diálogos intensos con personas específicas. Son sus relatos los que alimentan esta investigación y que se insertan y nos ayudan a presentar un proceso que va desde las primeras definiciones del término «víctima» a la construcción de una condición e identificación en el Plan Integral de Reparaciones (PIR), con varios programas, y la reapropiación de la misma categoría por los actores sociales implicados.
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