Panorama de la metaficción. Carmen Dorado Arroyo

Panorama de la metaficción - Carmen Dorado Arroyo


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que advertir que adoptan diversas formas y distintos grados.

      A la dificultad de establecer con claridad lo que esta noción implica, se suma la imprecisión para identificarla bajo una categoría que establezca con claridad qué es lo que se refiere por medio de esta palabra, pues ha sido denominada: estrategia, tipo de literatura, narrativa, tendencia, tipo de novela, técnica, modo narrativo, etc., lo que complica aún más la posibilidad de esclarecer su naturaleza. En este estudio, de acuerdo con la definición que se ha utilizado para operar sobre ella, la metaficción es concebida como un conjunto de características o rasgos que pueden producirse simultáneamente con muchos otros aspectos literarios, es decir, un texto podrá ser metaficcional y, al mismo tiempo, pertenecerá a cierto género y a cierta corriente literaria.

      La metaficción, a pesar de lo que se podría suponer, es un concepto acuñado y analizado apenas hace unas décadas, pero que rápidamente fue tema de numerosos trabajos que han sido publicados a su alrededor. Esta diversidad no implica posturas irreconciliables y excluyentes unas de las otras. Aunque es cierto que los diferentes planteamientos sobre este tipo de textos son formulados desde distintas perspectivas, resultan coincidentes en muchos puntos, hecho del que la teoría metaficcional se beneficia, pues algunos de los aspectos que la conforman son continuamente reformulados, y por tanto, enriquecidos por los distintos análisis de que son objeto.

      Hay que advertir, sin embargo, que si bien los estudios sobre la metaficción se ocupan de elementos comunes no significa que las reflexiones elaboradas a partir de ésta sean uniformes y fáciles de sistematizar. Un acercamiento a todas estas formulaciones se enfrenta a múltiples problemas; el más grave de ellos es, quizá, la innumerable cantidad de términos que han aparecido en torno a esta categoría y que en algunos casos, si bien dan cuenta de los múltiples aspectos de este fenómeno, entorpecen el manejo de los distintos planteamientos sobre este aspecto narrativo.

      Esta diversidad terminológica no sólo dificulta el estudio de la metaficción en su evolución, también, como afirma Linda Hutcheon, obliga a los investigadores sobre este concepto a ser necesariamente eclécticos: “If self-conscious narrative by definition includes within itself its own first contextual readings, no single theory will be able to deal with it withouth considerable distortion”.4 [Si la narrativa autoconsciente por definición incluye sobre sí sus propias lecturas contextuales, una sola teoría no será capaz de tratar sobre ella sin considerable distorsión].

      Por otro lado, afirma también esta autora, es casi imposible realizar una teoría completa de lo metaficcional. Al ser un fenómeno tan complejo y que supone tantos elementos, casi todo lo que se pueda decir sobre ella puede ser fácilmente relativizado; así, según esta misma autora, sólo se pueden hacer ciertas implicaciones teóricas debido a la complejidad del fenómeno analizado: “There can be not ‘theory’ of metafiction, only ‘implications’ for theory: each self-informing work internalizes its own critical context. To ignore that is to falsify the text itself”.5 [No puede haber una “teoría” de la metaficción, solo “implicaciones”, cada trabajo autoinformativo interioriza su propio contexto crítico. Ignorar esto es falsear el texto mismo.]

      Afortunadamente, desde hace ya varias décadas, y debido a la proliferación de textos a partir de las ideas de Hutcheon y otros autores fundamentales en el desarrollo de la teoría sobre la metaficción, como Patricia Waugh y Mark Currie, hay cierto consenso en lo que debe considerarse por metaficción. Un análisis diacrónico de todos esos acercamientos revela los múltiples aspectos que la metaficción ha implicado, los cuales no necesariamente constituyen una masa confusa de planteamientos; por el contrario, las diversas aproximaciones dan cuenta de la complejidad y riqueza de la categoría.

      Otro de los aspectos fundamentales que destaca al examinar esta cuestión es la diferencia abismal entre el origen del fenómeno y su concepto, lo que demuestra la indiferencia de la que había sido objeto hasta hace pocas décadas, pues aunque sus precedentes se encuentran prácticamente en los inicios de la literatura, sus estudios de manera sistemática no tienen sino relativamente poco tiempo.

      Se ha atribuido a William Gass el haber acuñado el término metaficción (así lo afirman Scholes, Alter, Waugh, Currie y casi todos los críticos que exploran este asunto).6 Este autor lo usó por primera vez en 1970 en su libro Fiction and the Figures of Life para señalar una característica que él percibía en distintos textos que se cuestionaban, implícita o explícitamente, sobre la ficción y sus posibilidades en el mismo acto de la escritura. Gass analiza en ese libro una novela metaficcional paradigmática de Nabokov: Rey, dama y valet, pero también menciona las obras de Borges, Barth y O’Brien para examinar y explicar las características de ese tipo de narrativa. Para Gass, la metaficción era un fenómeno equivalente al de distintas áreas del conocimiento, donde se producían diversos metateoremas con una finalidad autorreflexiva. Sin embargo, Gass no proporcionó una clara definición de lo que entendía por dicho concepto, sólo señaló el trabajo de algunos autores que correspondía a lo que él concebía como metaficcional, en los que ciertas formas de la ficción actualizaban aspectos de los textos que hasta entonces no habían sido evidenciados tan claramente:

There are metatheorems in mathematics and logic, ethics has its linguistic oversoul, everywhere lingos to converse about lingos are being contrived, and the case is not different in the novel. I don’t mean those drearily predictable pieces about writers who are writing about what they are writing, but those, like some of the work of Borges, Barth and Flann O’Brien, for example, in which the forms of fiction serve as the material upon which further forms can be imposed. Indeed many of the so called anti-novels are really metafictions.7 Hay metateoremas en matemáticas y lógica, la ética tiene su propia lingüística, en todos lados, jergas para referirse a otras jergas están siendo construidas, y el caso no es diferente en la novela. No me refiero a esas monótonas y predecibles obras acerca de escritores que están escribiendo acerca de lo que están escribiendo, sino a ésas, como algunos de los trabajos de Borges, Barth y Flann O’Brien, por ejemplo, en los cuales la forma de la ficción sirve como el material a través del cual otras formas pueden ser impuestas. En realidad muchas de las llamadas antinovelas son realmente metaficciones.

      En este multicitado fragmento, Gass no sólo creó un concepto, simultáneamente también delimitó el fenómeno aludido por esta noción, al enmarcarlo en un cierto tipo de narrativa y, también, efectuó una diferenciación esencial entre lo que ahora se concibe como metaficción y la llamada antinovela. De esta manera, al distinguir estos dos modos de ficción, Gass puso de relieve la autonomía de dos fenómenos distintos, aunque, como se verá más adelante, algunas veces coincidentes.

      El hecho de que esta narrativa recibiera un nombre que la identificara hasta los principios de los años setenta no significa que sólo hasta entonces la metaficción se hubiera manifestado, pues a pesar de que carecía de denominación, no es un fenómeno surgido apenas en este siglo, su origen se remonta, según casi todos los planteamientos estudiados, a un pasado muy lejano: “the term ‘metafiction’ might be new, the practice is as old (if not older) than the novel itself”.8 [el término “metaficción” puede ser nuevo, la práctica es tan vieja (si no es que más vieja) que la novela misma.]

      Es por ello que Christensen afirma que, al analizar este concepto, tres elementos deben ser tomados en consideración:

      1. El origen del término

      2. La designación del fenómeno

      3. El origen del fenómeno9

      Al establecer esta distinción se determina el origen del fenómeno, tan lejano como la literatura misma y el origen del término que lo designa, acuñado apenas en la década de los setenta, además de plantearse la necesidad de explorar las propiedades que caracterizan este aspecto.

      La


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