Cómo enseñar a predicar. Alex Chiang

Cómo enseñar a predicar - Alex Chiang


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a una de las tareas más trascendentes a la cual uno puede ser llamado: predicar y formar predicadores.

      Alex Chiang

Separador

      Capítulo 1

      La predicación

      Bases bíblicas, convicciones teológicas y perspectiva histórica

      Introducción

      Uno de los mayores peligros que enfrenta la iglesia a nivel global es haber descubierto que puede crecer numéricamente sin necesidad de tener una predicación fiel al texto bíblico y relevante a su contexto social. De ahí la urgencia de entrenar líderes cristianos que sean capaces de predicar bíblica y contextualmente. Todo proceso de formación de predicadores debe construirse sobre claras bases bíblicas, convicciones teológicas y perspectivas históricas, evitando así, reducirlo a métodos y técnicas comunicativas.

      Bases bíblicas

      A continuación, describiré tres momentos florecientes del ministerio de la predicación en la revelación bíblica:

      La predicación profética

      El judaísmo es una religión de la Palabra. El anuncio del mensaje de salvación caracterizó a la fe bíblica desde los mensajes de Moisés hasta las visiones de Daniel.

      El Antiguo Testamento, sobre todo en la tradición profética, había elaborado una refinada teología de la Palabra. La Palabra de Dios se percibe como creadora e inevitablemente fructífera (Is 55.9–11).

      El poder de la Palabra se experimenta con una fuerza casi personal que comunica a Israel el poder salvífico de Dios: un Dios que no guarda silencio ni está lejano, sino que habla y habita con su pueblo.

      El profetismo se constituyó, así, en el medio más extraordinario de revelación divina en los días de la apostasía de Israel. Los grandes profetas fueron los heraldos de Dios que declaraban el juicio y la esperanza futura de salvación y predicaban contra las maldades del pueblo y de sus líderes. El mensaje de salvación para Israel llegaba con la lacerante crítica de la Palabra y los signos proféticos.

      El mensaje de los profetas no era una proclamación de verdades eternas o abstractas, desconectadas de la vida de sus oyentes. Sus mensajes se hilvanaron entrelazando la Palabra de Dios con la realidad social de su tiempo.

      La predicación de los profetas era a menudo dada por Dios de forma inmediata y transmitida a medida que lo recibían. Consistía en un discurso coherente bajo el dominio directo del Espíritu Santo.

      La predicación de los levitas, en cambio, era un comentario sobre la palabra escrita (La Torah). En ese sentido, los predicadores contemporáneos construyen sus mensajes más como levitas que como profetas.

      Jesús de Nazaret: El predicador itinerante

      La predicación ocupó un lugar protagónico en la comprensión que Jesús tenía de su misión (Mr 1.38 y Lc 4.43). Parte importante de su ministerio estuvo dedicada a la predicación y la enseñanza. Los evangelios sinópticos recogen los testimonios de sus recorridos por la Palestina del siglo I (Mt 9.35).

      Jesús anuncia la irrupción del Reino de Dios en su propia persona. Su mensaje se dirige a la voluntad de sus oidores y los invita a tomar una decisión concreta: seguirlo y someterse a la voluntad de Dios.

      Jesús es el profeta lleno del Espíritu que critica y alza la voz contra la postura exclusivista de los líderes religiosos. Por esta razón, experimenta el mismo rechazo que los profetas de Israel.

      Jesús nos advierte del peligro de especializarse en palabras en vez de acciones. La hipocresía consiste en la ausencia de buenas obras, no importa si el discurso es correcto. El sermón del monte, así como su enseñanza acerca del juicio de las naciones, apuntan en esa dirección.

      Jesucristo es un predicador itinerante que entra en contacto con las personas: forma y pastorea un grupo pequeño, enseña en las sinagogas y habla a las grandes multitudes en parábolas, las cuales evidencian sus extraordinarias capacidades pedagógicas.

      La predicación apostólica: Más allá de la erudición y la elocuencia

      La tarea por ejecutar de parte de los apóstoles, después de Pentecostés, fue ensayada con anterioridad. El Señor mandó a los doce a predicar, y más adelante envió a setenta y dos discípulos a realizar lo mismo (Mr 3.14; Mt 10.7; Lc 9.2 y 10.1–16).

      Pero un gran cambio se produciría en el mensaje de los apóstoles después de la ascensión del Señor. Seguían predicando el Reino de Dios, pero como una decisión de sometimiento voluntario a su Rey. De esa manera, predicar acerca de Cristo es anunciar la presencia del Reino en el mundo.

      El mensaje central de los apóstoles consistió en una declaración pública de los hechos históricos-redentores de la vida del Mesías: la encarnación, la muerte, la resurrección, la exaltación y el retorno del Rey Jesús, que condujera a evaluar su persona como Señor y Cristo, enfrentando al hombre con la necesidad de arrepentirse y con la promesa del perdón de pecados.

      Los apóstoles dieron prioridad al ministerio de la predicación. Se resistieron a la tentación de participar en otras formas de servicio (Hch 6). Algunos consideran que no fue una decisión totalmente acertada por la sobrevalorización del ministerio de la Palabra en desmedro de los ministerios sociales.

      Para los apóstoles la predicación no fue una fría repetición de verdades moralmente neutras. El sentido de compulsión que los embargaba era la marca de la autenticidad de su llamado. Cuando predicaban era Dios mismo quien aparecía en escena demandando de las personas una decisión. Esta clase de predicación encuentra normalmente gran oposición.

      La predicación fue también la pasión paulina. Pablo hizo de la predicación de Cristo el propósito esencial de su vida. Vivió bajo un impulso irresistible que lo llevaba a proclamar el evangelio en todas las ocasiones posibles.

      Pablo entendía que la predicación era la forma designada por Dios para que los pecadores escucharan sobre el Salvador y lo invocaran para salvación (Ro 10.14; 1Co 1.17 y 9.16).

      Pablo se refiere al impulso vital que domina su existencia como la “locura de la predicación” (1Co 1.21). El anuncio del Mesías crucificado resultaba ser contradictorio y absurdo para la mente brillante de los intelectuales judíos y griegos (1Co 1.23). Pero el escándalo de la cruz fue la manera escogida por Dios para transmitir su poder y sabiduría al mundo (1Co 1.24).

      En 1 Corintios 2.1–5 Pablo contrasta la predicación cristiana con la retórica griega, la cual tenía fascinados a los cristianos en Corinto. Pablo toma distancia de los sofistas y oradores itinerantes tan populares en el mundo antiguo (y no de su predicación en Atenas como muchos han supuesto) y quiere dejar claro que el poder de su mensaje no radica en el razonamiento filosófico ni en su capacidad de oratoria, sino en el poder del Espíritu de Dios. Aunque Pablo conocía y dominaba las técnicas oratorias griegas, rehusó utilizarlas para comunicar el evangelio. De esa manera, aseguraba que nadie tuviera alguna razón para jactarse y que toda la gloria fuera única y exclusivamente de Dios.

      Un reconocido teólogo del Nuevo Testamento resume la preocupación paulina con las siguientes palabras:

Lo que Pablo está rechazando no es la predicación en sí, ni siquiera la predicación persuasiva; más bien es el verdadero peligro en toda predicación: la confianza en uno mismo. El peligro estriba siempre en dejar que la forma y el contenido se interpongan en el camino de lo que debería ser el único interés: el Evangelio proclamado mediante la debilidad humana pero acompañado de la acción poderosa del Espíritu [...].

      Convicciones teológicas

      En esta sección desarrollaré reflexiones sobre la naturaleza de la predicación y su lugar en la misión cristiana.

      En el Antiguo Testamento “predicar” (o más exactamente “proclamar”) viene de la raíz semítica “qr”, que significa: ‘atraer a sí, por medio del sonido de la voz, la atención de alguien


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