Cómo enseñar a predicar. Alex Chiang

Cómo enseñar a predicar - Alex Chiang


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      En el Nuevo Testamento hay más de treinta términos griegos traducidos por predicar o predicación. El más usual es el verbo keryssein (setenta y una veces) y el sustantivo kerygma (nueve veces).

      Kerygma se usa en el contexto del anuncio de un heraldo, quien era un hombre íntegro y de carácter que se encontraba al servicio del rey o del Estado para realizar proclamaciones públicas. Hablaba únicamente aquello que el soberano quería que fuera conocido. Añadir o quitar palabras era considerado una traición.

      La predicación es la dimensión verbal e ineludible de la misión cristiana. Por ello, está íntimamente asociada a la palabra evangelio. Es la comunicación abierta y pública de la actividad salvífica de Dios en y por medio de Jesucristo, la transmisión oral del mensaje de salvación en forma directa y explícita. Es la franca declaración de la verdad redentora de Dios. La vida de los cristianos, por más íntegra y consecuente que fuere, jamás será transparente en suficiente grado como para permitir a otros conocer al Señor de sus vidas.

      Pero las palabras nunca pueden separarse de las buenas obras, del ejemplo, de la presencia cristiana y del testimonio de vida. La acción sin palabras es muda, y las palabras sin acción están vacías. Las palabras interpretan los hechos, así como los hechos validan las palabras. Un auténtico predicador cristiano es aquel que proclama a Jesucristo como Señor del universo y vive acorde con esa declaración.

      La predicación es la articulación verbal de Aquel en quien creemos. Son palabras acerca de la Palabra hecha carne: Jesucristo.

      El origen divino de la verdad revelada en la Biblia exige medios sobrenaturales de comunicación. A través de la predicación, Dios puede revelarse en el presente por medio de una acción pasada: la muerte de su Hijo en la cruz, ofreciéndole al ser humano la posibilidad de responder con fe.

      La predicación brota del deseo del Dios viviente de revelarse a sí mismo con el propósito de salvar a la humanidad caída. Esta autorrevelación ha sido entregada por el medio de comunicación más directo: las palabras.

      La predicación no depende de una respuesta, pero sí la demanda. Implica siempre un llamado a hacer cambios específicos: renunciar a toda forma de maldad y empezar a amar a Dios y a nuestro prójimo.

      Sin lugar a dudas, el instrumento más importante en la extensión del Reino de Dios en la iglesia del siglo I fue la predicación del evangelio.

      Perspectiva histórica

      La predicación tiene una tradición ininterrumpida de casi veintiún siglos. Presentaré a continuación algunos de sus hitos más importantes:

      La predicación de los padres de la iglesia

      El predicador cristiano no tenía parangón en el mundo antiguo. Aparece como testigo de unos hechos concretos: la encarnación del Hijo de Dios, de su muerte y de su resurrección. Estos hechos fueron convertidos en palabras de formulación objetiva, en un “kerigma” único, anunciado y explicado por cada predicador. Así, la predicación y enseñanza de la palabra de Dios mediante una alocución pública se hizo una característica esencial y permanente del cristianismo.

      El Antiguo Testamento era la revelación primaria de los primeros seguidores de Jesucristo para la argumentación de su mensaje y, una vez formado el canon del Nuevo Testamento, este se unió al Antiguo. De esta manera, la Biblia cristiana fue el punto de partida en la predicación de los padres de la iglesia, quienes fueron primordialmente unos exégetas, unos comentadores de las Sagradas Escrituras. También fue una clara herencia del sistema de enseñanza de la sinagoga judía.

      La predicación patrística estuvo más cerca al modo de predicar de los apóstoles que la de Jesucristo, pues en su predicación, Él se hacía objeto de su propio mensaje; en cambio, los apóstoles y los padres de la iglesia hablaban de Jesús.

      La predicación de Orígenes marca un cambio de la homilía exhortatoria al sermón expositivo (aunque su exposición fue opacada por el uso del método alegórico), lo cual pasó a la iglesia de Occidente a través de San Agustín.

      Juan Crisóstomo fue el más grande predicador de la iglesia griega. Enseñaba que la predicación cristiana debía presentar las siguientes características: tenía que ser bíblica, de interpretación simple y directa (exégesis literal), de aplicación práctica y no debía tener temor de denunciar la maldad. Por esta última razón, fue conocido como el mártir del púlpito.

      Pero la historia de la predicación cristiana, tal como la conocemos, comienza con los frailes predicadores, quienes revolucionaron la técnica y engrandecieron el ministerio.

      La predicación reformada

      La Reforma protestante recupera el carácter esencial de la Palabra de Dios para el culto y la vida de la comunidad cristiana, pues considera su exposición como el medio más adecuado para que el mensaje divino llegue a cada uno de los oyentes.

      Los reformadores exponían y aplicaban las Escrituras directamente, a menudo basados en libros enteros de la Biblia, y hoy en el mundo protestante no se concibe una celebración litúrgica sin un lugar central para la predicación de la Palabra de Dios.

      La predicación moderna

      El surgimiento de la modernidad con su endiosamiento de la razón trajo consigo el desarrollo de predicadores altamente racionales, por lo cual la necesidad de ser un exégeta y tener una formación académica se volvió indispensable para predicar la Biblia.

      El predicador moderno tenía que ser un buen apologista y saber articular el mensaje bíblico con el pensamiento contemporáneo. El movimiento del cuerpo, así como la expresión de emociones durante el mensaje no eran recomendables.

      La predicación pentecostal

      La aparición del pentecostalismo en el contexto de las grandes urbes marginadas del tercer mundo, a inicios del siglo xx, trajo consigo una nueva manera de predicar.

      El predicador pentecostal, con su tremenda habilidad para construir imágenes con palabras, caló profundo en medio de la cultura de los pobres, marcada por la oralidad. Auditorios, que en su gran mayoría no sabían leer ni escribir, escuchaban extasiados a estos apasionados mensajeros de Dios.

      La espontaneidad e informalidad de su comunicación se derivaba de su inquebrantable confianza en el Espíritu de Dios. Sus palabras parecían brotar de cada poro de su piel y no sólo de sus labios. De esa manera, su cuerpo se transformaba en una vívida y visible forma de comunicación. El predicador pentecostal no lee un sermón, sino que se especializa en una comunicación frontal donde jamás quita los ojos de la gente que lo escucha, excepto para leer algún texto de la Biblia. La fuerza y convicción con que proclama la verdad hace casi innecesaria su explicación.

      Su habilidad innata de narrar historias, testimonios vivos del poder transformador de Dios, le permite desarrollar un mensaje altamente afectivo y efectivo.

      La predicación posmoderna

      Cuando el evangelio llega a los medios de comunicación masiva, sobre todo la televisión, aparece el predicador posmoderno. Tiene sus raíces en el predicador pentecostal, pero lo actualiza para un auditorio de clase media y alta. Maneja muy bien los códigos de la cultura del show y del espectáculo. La utiliza conscientemente para captar la atención de su audiencia. Sintoniza con el perfil del hombre posmoderno que escucha con los ojos y piensa con el corazón. Construye un mensaje que no es sólo para ser oído, sino, sobre todo, para ser visto. Aparece en escena el predicador carismático, quien encuentra en las estrategias de marketing a su gran aliado.

      La tecnología audiovisual de punta y la música contemporánea son explotadas al máximo para atraer a la gente, sobre todo a las grandes masas juveniles.

      Conclusión

      “Dios habla” es una de las primeras afirmaciones acerca de Dios que podemos hacer desde las Escrituras judeocristianas. En el primer capítulo del libro de Génesis uno encuentra la declaración: y dijo Dios. La Epístola de Hebreos se inicia declarando directamente: Dios, habiendo hablado. Por tanto, los cristianos no sólo creemos en Dios, sino en un


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