Determinismo y organización. Gustavo Caponi
A Jean Gayon:Amigo querido,colega respetado,maestro admirado.
CLAUDE BERNARD
[Saint Julien, 12 de julio de 1813 – París, 11 de Febrero de 1878]
Cronología sucinta*
[1834] | Comienza sus estudios de Medicina en París |
[1840] | Se vincula con François Magendie, como alumno y asistente de su labo-ratorio, en el Collège de France. |
[1843] | Obtiene su doctorado en Medicina con una tesis sobre el papel del jugo gástrico en la nutrición. |
[1847] | Es nombrado suplente de Magendie en el Collège de France y comienza su carrera como investigador. A partir de ahí, a lo largo de más de dos déca-das, sus resultados experimentales en Fisiológica comienzan a acumularse, dándole renombre internacional. |
[1853] | Obtiene el doctorado en Ciencias Naturales. Coronación de Napoleón III. |
[1854] | Asume como profesor de la Sorbonne. |
[1855] | Es titularizado en el Collège de France. |
[1859] | Charles Darwin publica El origen de las especies. |
[1865] | Publica la Introducción al estudio de la Medicina Experimental. |
[1868] | Renuncia a la Sorbonne y comienza a dictar clases en el Museo Nacio-nal de Historia Natural. Ingresa a L’Académie française. |
[1870] | Caída de Napoleón III. |
[1877] | Dicta su última clase en el Collège de France. |
Agradecimientos
Este libro es el resultado más importante de la labor realizada durante mi estancia en el Institut d’Histoire et de Philosophie des Sciences et des Techniques de la Sorbona, ocurrida entre septiembre de 2017 y febrero de 2018. Privilegio, ese, que no hubiese podido disfrutar sin por el apoyo de mi Universidade Federal de Santa Catarina.
Mi agradecimiento, entonces, para ambas instituciones. Pero también, y sobre todo, para la Universidad Nacional de Colombia y para la Universidad El Bosque. Porque sin su reconocimiento por mi trabajo, y sin su generosidad, yo no estaría escribiendo esta página. Y en lo que respecta a eso, no puedo dejar de mencionar al profesor Gustavo Silva, de la Universidad El Bosque, principal artífice y estratega de esta aventura editorial.
Tampoco quiero olvidarme de los plátanos de la Rue Faidherbe; que, con sus imprevistas nostalgias rosarinas, nos abrazaron, a Dixie y a mí, mientras escribíamos y mirábamos a París desde el nido de un gorrión.
Introducción
En el contexto de la Historia epistemológica de la ciencia, y como alguna vez Gaston Bachelard (1973[1951], p.134) supo subrayarlo, el pasado de cada disciplina científica debe ser evaluado y comprendido asumiendo las verdades que el estado actual del conocimiento deja “más claras y mejor coordinadas”. Si se procura identificar los vectores que pautaron el progreso conceptual de una ciencia, señalando también los obstáculos que esta tuvo que superar para llegar a su estado presente, entonces los presupuestos, resultados y valores cognitivos de ese estado actual del conocimiento deberán asumirse como los únicos criterios a ser considerados en esa operación de evaluación y comprensión epistemológica (cf. Fichant, 1971, p.92). Proceder de otra forma sería arrogarse un conocimiento superior al conocimiento de la propia ciencia y también implicaría aceptar que, en lugar de establecer y reformular —autónoma y permanentemente— sus propios principios y fundamentos, el conocimiento científico está sujeto a alguna autoridad epistemológica exterior a él. Una autoridad trascendente que permanecería ajena a las vicisitudes y convulsiones que jalonan la historia de cada disciplina científica, y a la cual podríamos remitirnos como corte de última instancia en toda cuestión epistemológica.
Entretanto, aunque ese compromiso y ese anclaje en el presente de la ciencia sean inherentes a la reflexión epistemológica, también es cierto que el modo en el que Bachelard presentó esa idea puede llevarnos al error de pensar que ese presente sea algo transparente e inconcuso. Lejos de eso, el presente de una ciencia no se define solo por sus consensos y por aquello que, en ese momento, sea considerado como una conquista definitiva de nuestro saber: el presente de una ciencia también se define por sus problemas y polémicas. Por eso nuestra comprensión y nuestra evaluación del pasado estarán inevitablemente marcadas por esos problemas y sesgadas por nuestros posicionamientos ante las polémicas que esos problemas susciten. Pero, además de eso, también es preciso asumir que ese presente tampoco es epistemológicamente transparente; por el contrario, está regido por una gramática cuya elucidación también es problemática y polémica. El esfuerzo por avanzar en esa elucidación que genera los problemas y las discusiones que definen la agenda es lo que, habitualmente, se denomina “filosofía de la ciencia”1.
En efecto, la filosofía de la ciencia tiene como objetivo elucidar las reglas metodológicas, las presuposiciones y los conceptos fundamentales, valores cognitivos y objetivos explanatorios que cada ciencia va instituyendo y siguiendo en su desarrollo (Caponi, 2007, p.76; 2013a, p.257), y podemos estar seguros de que esas elucidaciones son un auxilio insustituible para la reflexión histórico-epistemológica. En la medida en que ella consiga explicitar el encuadramiento metodológico y categorial que cada disciplina científica crea y recrea permanentemente para sí misma, la filosofía de la ciencia también permitirá una mejor comprensión de esa actualidad del conocimiento científico en la cual, necesariamente, habremos de afirmarnos para intentar alcanzar una comprensión epistemológica de la historia de las diferentes ciencias. Es decir: si se trata de interrogar el pasado del presente de una ciencia, entonces las elucidaciones y los instrumentos de análisis que la filosofía de la ciencia va generando en su empeño por entender la ciencia actual, ciertamente van a auxiliarnos en el estudio de los caminos que convergieron en ese presente en el cual estamos situados.
Por lo tanto, aunque sepamos que la propia filosofía de la ciencia también es un ámbito transido por problemas y polémicas, que más que a cerrarse tienden siempre a reformularse y diversificarse indefinidamente, tenemos que aceptar que es desde ahí, desde esas polémicas y esos problemas generados por el esfuerzo de comprender la gramática de la ciencia presente, que tenemos que comprender y juzgar el pasado de cada región del conocimiento científico. Esto vale, sobre todo, en el caso de cualquier tentativa por explicitar y entender los presupuestos teóricos y los principios metodológicos más fundamentales que rigieron —o pugnaron por regir— el destino de esos dominios disciplinares en cualquier momento histórico. Aunque sea palmariamente cierto que la filosofía de la ciencia actual no podría brindarnos todos los instrumentos necesarios para esa tarea, será desde la discusión epistemológica del presente que tendremos que comenzar nuestra revisión del pasado.
Es decir: en la medida en que la propia comprensión de la actualidad de la ciencia exige una reflexión epistemológica, esta última también habrá de pautar, aunque sea solo implícitamente, nuestra vuelta sobre el pasado. Esta vuelta, para decirlo de otro modo, no solo estará pautada por las polémicas científicas del presente, sino que también estará marcada por las polémicas epistemológicas que ese presente suscita. Y es claro que la corrección de las distorsiones que ese punto de partida nos imponga también forma parte del esfuerzo hermenéutico a ser realizado. De hecho, la eventual constatación de que algunos de esos instrumentos de análisis forjados en el análisis de la ciencia presente no son