Determinismo y organización. Gustavo Caponi
esos instrumentos de la filosofía de la ciencia actual; si no, nunca sabremos —con la debida precisión— cuáles son las verdaderas razones de su posible inadecuación para la comprensión del pasado.
Por otra parte es obvio que las indagaciones histórico-epistemológicas también habrán de brindarnos subsidios para comprender ese presente en el cual estamos situados. Si se trata de entender los presupuestos y los principios rectores de los modos vigentes de hacer ciencia, nada mejor que contrastarlos con esos otros modos de hacer ciencia que se vieron desplazados por aquellos que hoy imperan. Por eso es que es tan importante estudiar las coyunturas de la historia de una ciencia en las que ocurrieron esas grandes rectificaciones o rupturas, encrucijadas en las cuales los modos ahora permitidos de hacer ciencia se vieron efectivamente desafiados y después derrocados o revocados por las opciones epistemológicas que desembocaron en ese presente en el cual estamos parados. Así, entre pasado y presente se entabla una compleja dialéctica de mutua iluminación y problematización epistemológica que es tan inevitable como enriquecedora (Caponi, 2007, p.78). La filosofía de la ciencia y la historia de la ciencia se asisten mutuamente configurando un simbionte altamente integrado.
Parafraseando a Kant (A51/B75)2, Imre Lakatos (1971, p.91) dijo: “la filosofía de la ciencia sin la historia de la ciencia es vacía; la historia de la ciencia sin la filosofía de la ciencia es ciega”, y lo que estoy diciendo aquí se deja capturar por esa paráfrasis, aunque por “historia epistemológica” yo esté entendiendo algo un poco más rico y amplio que las reconstrucciones racionales lakatosianas. Estas últimas se limitaban al estudio de las decisiones y reglas metodológicas que guían las elecciones entre teorías; sin detenerse mucho en el análisis de los presupuestos sobre los que esas teorías se apoyaban, ni en los conceptos que las articulaban, atenerse a ese resabio de la distinción entre “contexto de descubrimiento” y “contexto de justificación” puede empobrecer la reflexión histórico-epistemológica. Esta no solo debe procurar elucidar las reglas que rigen las opciones teóricas que ocurran en un momento dado del desarrollo de una ciencia, sino que también debe tematizar los principios y nociones que les dieron forma a las teorías que allí se ofrecían, y que permitían que ellas ingresasen en el ámbito de lo discutible, tornándose opciones posibles. Por tanto, insisto, la indagación histórico-epistemológica debe partir de un presente cuya comprensión también nos exige una reflexión epistemológica que, a su vez, se verá enriquecida, rectificada y ampliada por lo que el pasado nos enseñe sobre el desarrollo del pensamiento científico.
Pero en ese contrapunto entre pasado y presente, la filosofía de la ciencia no solo opera como una pauta que orienta la comprensión del presente y desde ahí incide en la propia comprensión del pasado, sino que ella, para decirlo de otro modo, es una base y una guía para la indagación histórico-epistemológica, que también puede y debe ser tema de esa indagación. Aunque no siempre de modo explícito, y muchas veces de forma oblicua y poco sistemática, el desarrollo de toda investigación científica siempre suscita esfuerzos por definir y comprender las reglas, los presupuestos y los conceptos fundamentales que rigen dicha actividad (cf. Guillaumin, 2009, p.10-1). Es decir: la ciencia nunca deja de estar acompañada por un esfuerzo de autoconciencia epistemológica; y ese esfuerzo, que da lugar a la filosofía de la ciencia, suele poner en evidencia los valores y los objetivos epistémicos que pautan el desarrollo de una disciplina científica particular en un determinado momento histórico. Por eso el análisis de esas reflexiones epistemológicas, el estudio de la filosofía de la ciencia que se desarrolla en determinado momento de la historia de una disciplina científica, también tiene que formar parte de la indagación histórico-epistemológica (cf. Guillaumin, 2009, p.13-4).
Un ejemplo clásico de lo que estoy diciendo lo podemos encontrar en Los fundamentos metafísicos de la ciencia moderna de Edwin Burtt (1960). Pero refiriéndonos a un tema más próximo del que aquí nos ocupa, también podemos mencionar los muchos —y muy relevantes— estudios que se han hecho respecto del modo en que la filosofía de la ciencia inglesa de mediados del siglo XIX estuvo presente en la formulación y aceptación de la teoría darwiniana sobre el origen de las especies3. El estudio de las tesis epistemológicas de John Herschell (1846), de William Whewell (1837, 1847[1840], 1858) y, en menor grado, de John Stuart Mill (1851), sobre la naturaleza de la explicación causal y sobre la validación de teorías, se ha mostrado fundamental para entender tanto la articulación de la teoría darwiniana como su impacto en la comunidad científica de la época. Y nadie podrá poner en duda la relevancia que esos estudios tuvieron para la historiografía de la revolución darwiniana.
Se podrá discutir, por supuesto, cuál es la naturaleza de esa relación entre la ciencia y la reflexión epistemológica que sobre ella se realiza en una determinada coyuntura. Se puede pensar que esa reflexión ejerce un control efectivo sobre el desarrollo de la ciencia (cf. Guillaumin, 2009, p.10-1), pero también se puede pensar —y yo me inclino por esta segunda alternativa— que dicha reflexión solo expresa —explicitando de forma más o menos directa y adecuada— un plexo de reglas que ya están siendo acatadas; y que si ella ejerce, en algún momento, cierta coerción sobre el desarrollo de las investigaciones y sobre la validación de sus resultados, es solo por el hecho de esa misma explicitación: hasta cierto punto, normas reconocidas pueden ser mejor atendidas que normas tácitas, aunque, llegado un punto, esa explicitación también propicie su desacatamiento. Pero, sea cual sea la posición que adoptemos a ese respecto, lo cierto es que esas reflexiones nos dejan ver las coordenadas epistemológicas y metodológicas más fundamentales de ciertos desarrollos científicos; y lo hacen con una claridad que no siempre encuentra parangón en la presentación y en la justificación de los desarrollos teóricos y los resultados empíricos que se obtienen en el marco de esas coordenadas.
En ocasiones, la reflexión epistemológica que los desarrollos de una ciencia van suscitando conforme estos últimos van ocurriendo, puede mostrarnos una trama de presupuestos teóricos fundamentales que puede ser difícil de entrever si nos limitamos a analizar las formulaciones y los desarrollos estrictamente científicos. Por eso, incluso, el interés que siempre han suscitado las reflexiones epistemológicas y metodológicas de Claude Bernard: ellas nos muestran, con claridad aun inigualada, cuál era el suelo de supuestos —pero también de disidencias fundamentales— sobre el que se delineó el programa de la fisiología experimental. Y será por eso que aquí volveré sobre esas reflexiones. Pero, si me permito insistir por un camino de lecturas por el que tantos ya se han aventurado, es porque estoy convencido de que los desarrollos de la filosofía de la ciencia nunca dejan de ampliar y renovar los instrumentos con los cuales analizar el presente de la ciencia, para desde ahí intentar revisar y profundizar nuestra comprensión epistemológica de su pasado.
Esto vale para todos los niveles en los que cabe desarrollar una reflexión histórico-epistemológica, aplicándose también a todos los ámbitos del conocimiento científico y a todas las subáreas de los estudios epistemológicos: desde la filosofía y la historia de la física, hasta la filosofía y la historia de ciencias especiales como la sociología, la economía o la geología. Además vale muy especialmente para el caso de la biología, porque las discusiones que ocurrieron en las últimas dos décadas en los diversos campos de la filosofía de la biología posibilitaron el desarrollo y el refinamiento de toda una serie de instrumentos de análisis que, ciertamente, pueden ser muy útiles en la historia epistemológica de las ciencias de la vida. Así, valiéndose de esos instrumentos, esa rama de la historia de la ciencia puede llegar a una comprensión del pasado de la biología y de su devenir que, sin ninguna duda, también habrá de redundar en un mejor entendimiento del presente que sirve como anclaje inicial de dicha comprensión.
Debido al hecho de que la mayor parte de la filosofía de la biología contemporánea fue una filosofía de la biología evolucionaria, la comprensión epistemológica del devenir histórico de ese campo de las ciencias de la vida progresó sustancialmente, como ciertamente no lo hubiese hecho de haber carecido de los subsidios e instrumentos conceptuales que le brindó la filosofía de la ciencia. El propio estudio de la relación entre la revolución darwiniana y la filosofía de la ciencia victoriana ya se ha visto beneficiado