Pensar: lógicas no clásicas. Carlos Maldonado

Pensar: lógicas no clásicas - Carlos Maldonado


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El rigor entre las premisas y las conclusiones es absolutamente lo menos relevante, cuando de verdad de pensar se trata.

      Dicho histórica o evolutivamente, la historia del pensar es el tránsito de una etapa —larga, intuitiva, fundada ampliamente en la percepción—, a una etapa alta y crecientemente contraintuitiva, como es en la actualidad, en la que la percepción es cada vez más insuficiente como fundamento epistemológico de la realidad. Lo apasionante es que a lo largo de esta transición nos hemos hecho cada vez más humanos, pero con ello, al mismo tiempo, nos hemos acercado cada vez más a la naturaleza.

      Desde el punto de vista psicológico y neurológico, no es cierto que pensemos con el cerebro. Más bien, a lo largo de la historia, el propio cerebro se ha transformado y hemos llegado, paso a paso, a pensar de modos perfectamente distintos hoy a como lo hicimos en cualquier momento en la historia. En otras palabras, el cerebro —si de eso se trata— sufre transformaciones en sus estructuras anatómica, fisiológica y termodinámica, y las propias conexiones sinápticas son objeto de variaciones, en acuerdo con la cultura, las tecnologías disponibles, la historia misma de la sociedad. La cultura, literalmente, modifica las neuronas y los genes, y los genes y neuronas a su vez transforman la cultura en la que se encuentran. Este entrelazamiento entre la evolución genética y la evolución cultural se denomina endosimbiosis o, mejor aún: simbiogénesis.

      Como quiera que sea, el punto es el siguiente: no hay prelación, en absoluto, de la neurología sobre la cultura, o de ésta sobre el cerebro y el sistema nervioso. Ambos constituyen una sola unidad cuyo resultado es justamente el proceso del pensar. Digámoslo en términos directos y elementales: para pensar son importantes, en toda la acepción de la palabra, tanto fenómenos y procesos biológicos —por ejemplo neurológicos—, como sociales y culturales.

      El pensar se encuentra en la antípoda de los formatos, formularios, pro-formas. Y por tanto de ese concepto amplio y movedizo que abarca a numerosas áreas sociales: la ingeniería social. Propiamente hablando, pensar es un juego, un reto, un desafío.

      Solo que no se trata de un juego representativo, o del juego como espectáculo. Pensar significa literalmente jugar con los problemas, con los enigmas, con los arcanos que se trata de resolver o de entender. Pero pensar es también, en el dúplice sentido de la palabra, un reto, y retar. Quien piensa desafía el orden de lo real y sus estructuras rígidas e inamovibles. El pensador es un retador, y alguien que desafía la autoridad y el poder, alguien libre.

      Pensar implica, desde siempre, la capacidad de ironía o de sarcasmo. Pero para quien no lo tiene, pensar es entonces un acto o un proceso que se asimila a abrir una puerta, detrás de la cual hay otra y otra más. Hasta reconocer que toda la sucesión de puertas era en realidad una ilusión, o un sueño.

       Introducción

      La lógica, en general, nace con Aristóteles, quien en los Primeros y los Segundos Analíticos la concibe como el organon del conocimiento Esto es, en tanto parte medular de la filosofía, es decir, de la metafísica, ninguna ciencia o disciplina es válida si no se asienta sólidamente en los criterios de la lógica. Como tal, esta lógica permanece inalterada, a pesar de diversos desarrollos a lo largo del tiempo (Bochenski, 1985; Kneale and Kneale, 1984), hasta cuando se hace efectivamente posible la lógica como una ciencia o disciplina independiente de la filosofía, por tanto, sin supuestos metafísicos (Nagel, 1974); esto es, como una ciencia con un estatuto epistemológico y un estatuto social y académico propios. Nace entonces la lógica formal clásica (LFC) que es, propiamente dicho, la lógica simbólica, la lógica matemática, o también la lógica proposicional o lógica de predicados: cuatro maneras diferentes de designar un solo y mismo campo.

      La LFC es comprendida genéricamente como el “arte del razonamiento”. La historia de su nacimiento comprende a figuras tan importantes como G. Boole, G. Morgan, G. Frege, D. Hilbert y A. Tarski, entre muchos otros, y ha sido narrada en numerosas ocasiones. Esta lógica entiende, por ejemplo, que la validez (tablas de validez) de un enunciado o de un cuerpo de enunciados es la condición necesaria para poder hablar de “verdad”. Pero la LFC propiamente hablando no sirve para establecer la verdad (o falsedad) del mundo o de las cosas del mundo; tan solo la validez.

      El problema de la lógica en general con respecto al mundo puede presentarse adecuadamente en los siguientes términos: o bien, de un lado, el mundo y la realidad, la vida y la sociedad poseen una lógica, son lógicos, y si es así entonces la labor de los seres humanos —académicos e investigadores, científicos y filósofos, por ejemplo— consiste en desentrañar dicha lógica; o bien, de otro lado, el mundo, la realidad y la naturaleza carecen de una lógica (determinada) y entonces la tarea de los seres humanos estriba en otorgarles, de alguna manera, una lógica para que sean inteligibles, comprensibles. Esto último puede ser llamado, como la historia misma, el proceso civilizatorio, en fin, la cultura humana.

      Nuestra época, no sin buenas razones, por ejemplo desde la sociología, ha sido caracterizada como la sociedad de la información, la sociedad del conocimiento y la sociedad de redes, respectivamente. Una época de verdadera luz y de una magnífica eclosión en el conocimiento. Jamás había habido tantos científicos, ingenieros, técnicos e investigadores como en nuestros días y jamás habíamos sabido tanto sobre el universo y sobre nosotros mismos. Mientras que en la superficie —por ejemplo en los principales titulares de los grandes medios de comunicación alrededor del mundo— el tono es de desasosiego, de crisis, de un profundo malestar en la cultura e incluso de colapso civilizatorio, en las aguas más profundas, por así decirlo, asistimos a una efervescencia de optimismo y vitalidad que se expresa y se traduce al mismo tiempo en una ampliación y profundización del conocimiento como jamás había sucedido en la historia del planeta. Un fenómeno a gran escala y del más alto calibre.

      No obstante, hemos hecho también el aprendizaje, gracias a la historia y la filosofía de la ciencia, de que existen también dos formas generales de ciencia, así: la ciencia normal y la ciencia revolucionaria. La ciencia normal se caracteriza por un hecho singular: funciona. Esto es, con ella se puede, literalmente, hacer cosas, pero ya no se le puede pedir una mayor o mejor explicación o comprensión de las cosas. Peor aún, la ciencia normal normaliza a la gente, y la gente normal es, por ejemplo, el conjunto de, como lo decía en su momento Napoleón, “idiotas útiles”; es decir, de gente que hace las cosas, incluso las hace muy bien, que hasta es feliz con lo que hace, pero que no entiende ni qué es lo que hace ni hacia dónde van las cosas que hace.

      Más adecuadamente, la ciencia normal comprende la sociedad y el mundo, la realidad y el universo en términos de distribuciones normales, de grandes números, estándares, promedios, matrices, vectores y generalizaciones. Las herramientas e instrumentos, las técnicas y las aproximaciones mediante las que lleva a cabo dichas generalizaciones son variadas. Lo dicho: esta ciencia funciona, literalmente, y con ella se pueden hacer cosas en el mundo. Pero poco o nada nos ayuda para comprender, para explicar, incluso para pensar la naturaleza, el universo y la vida misma. Sus criterios son efectividad, eficiencia, productividad, competitividad.

      Con respecto al pensar caben dos vías perfectamente distintas de acceso al mismo. De un lado, en el marco de la emergencia del cálculo (Dowek, 2011), el razonamiento —el pensar, justamente—, fue gradualmente desplazado por el cálculo; esto es, por la importancia de los algoritmos. De hecho, lo que la gente normalmente llama inteligencia es tan solo inteligencia algorítmica. Durante buena parte de la modernidad imperó ampliamente el cálculo sobre el raciocinio.

      De otra parte, al mismo tiempo, particularmente desde la segunda mitad del siglo XX hasta la fecha, emergen las lógicas no-clásicas (LNCs), igualmente conocidas como lógicas filosóficas. De modo general, estas lógicas pueden ser vistas como complementarias a, o extensiones de, o bien como alternativas a, la LFC. En este texto quiero mostrar que, en realidad, las LNCs son alternativas a la LFC, pero la forma en que lo mostraré será indirecta; como por efecto doppler, si cabe la expresión. Más exactamente, en la medida en que nos alejemos de la LFC y de la ciencia normal —o bien, dicho inversamente—, en la medida en que nos acerquemos al pensar como tal,


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