Pensar: lógicas no clásicas. Carlos Maldonado
aquí para abrir ambas compuertas consiste en llamar la atención acerca de la importancia de los eventos raros, algo sobre lo cual ni la ciencia normal ni, a fortiori, la LFC saben nada.
De un modo general, los eventos raros son cisnes negros, comportamientos irrepetibles, sistemas irreversibles, fenómenos impredecibles, acontecimientos únicos o singulares, inflexiones o situaciones límites, entre otras caracterizaciones y ejemplos. Propiamente hablando, son los eventos raros los que dan qué pensar. El conocimiento de los mismos es una condición necesaria, pero no suficiente, para comprenderlos y explicarlos.
A título introductorio, digamos aquí que podemos trabajar con o sobre los eventos raros en términos de analogías, isomorfismos, homeomorfismos, redes, lógicas no-clásicas, o patrones.
Estos son los motivos que guían y abren al mismo tiempo esta introducción a la lógica. Digámoslo aquí de forma franca: introducción a las LNCs, o, lo que es equivalente, al pensar mismo.
Parte 1 //El pensar como problema
Nadie piensa bien si no piensa en todas las posibilidades. Pero pensar en todas las posibilidades incluye pensar incluso en lo imposible mismo. Sin embargo, pensar no es un acto voluntario y deliberado. No se piensa porque se lo desea. Más bien, pensamos porque resulta una imperiosa necesidad, pero también porque se han desarrollado ya, con anterioridad, costumbres o hábitos que permiten anticipar que el pensar es posible y tiene sentido, en un momento determinado.
Más exactamente, el pensar se hace posible a partir de la identificación de problemas, y son problemas los que sirven como simiente o cuna para que el pensar se haga posible. Sin problemas, en el sentido fuerte y preciso de la palabra, pensar no resulta necesario. Esta idea exige una aclaración indispensable.
Tal y como se dice generalmente en ciencia, en filosofía y en general en el espectro de la academia, la investigación se funda a partir de problemas. Esto es, retos, apuestas, desafíos. Ahora bien, si bien es cierto que la identificación o formulación de problemas requiere como condición necesaria el conocimiento del estado del arte de un tema o materia determinados, según el caso, la tarea de formular problemas es esencialmente un ejercicio o un acto de la imaginación. Dicho de manera puntual: un problema se concibe, esto es, se imagina. Y un problema, entonces, se resuelve. (Esto en contraste con la técnica habitual de la pregunta de investigación: una pregunta se formula, y, a su vez, se responde).
Un problema no se concibe sin la cabeza, pero propiamente hablando, un problema es una experiencia. Más exactamente, una experiencia vital. Como el amor, como la angustia, como el encuentro con el rostro del otro, por ejemplo. Más exactamente, cuando se tiene un problema no somos nosotros quienes lo tenemos; por el contrario, es el problema el que nos tiene. Análogamente a como cuando estamos enamorados (enamorados y no simplemente infatuados). Así, por ejemplo, nos despertamos a media-noche pensando en la persona amada, nos sorprendemos en la calle o en reuniones totalmente abstraídos, porque la mente y el corazón pivotan alrededor del recuerdo o la imagen de la persona amada. Al fin y al cabo, como es sabido, el amor es una experiencia psicótica: perdemos el sentido de la realidad y estamos totalmente envueltos por la experiencia sin que nada ni nadie más nos importe. Pues bien, literalmente, un problema es como una experiencia de amor. El problema nos tiene, nos sorprendemos en numerosas ocasiones pensando o relacionando o remitiendo todo al problema, y creemos verlo en todas partes, por ejemplo.
Pues bien, pensar es una experiencia distinta al conocimiento. Si, con razón, Maturana y Varela (1984) ponen de manifiesto que las raíces del conocimiento se encuentran en la biología (y no ya en aquellas instancias en que los psicólogos, los epistemólogos de vieja data y los filósofos creían, como el alma, el intelecto, el entendimiento, la razón, la conciencia, y demás), los motivos y el modo mismo del pensar tienen lugar o se engatillan en una experiencia ante-predicativa, que es semejante a una experiencia límite.
Pensamos en la forma de la duda, en la forma de tanteos, en la forma misma del bosquejo. Hay quienes piensan con la mano, y entonces elaboran trazos sobre una hoja de papel cualquiera, y hay a quienes se les ve el pensamiento en los movimientos mismos del cuerpo. El pensar posee un rasgo distintivo que es reconocible para quienes tienen experiencias semejantes o próximas, y se hace evidente en el rostro como un todo; por ejemplo en la mirada, o en una cierta aura no enteramente definible, en fin, también en el hecho de que quienes se dan a la tarea de pensar no siempre emplean las palabras comunes y corrientes que usan todos los seres humanos en el día a día.
A quienes piensan, como a quienes están enamorados o a quienes padecen de pobreza, se los conoce por un ejercicio de entropatía (Einfühlung), esto es, una especie de “ponernos en el zapato de los otros”, como un acto de interiorización de un fenómeno externo. El pensar está jalonado por una especie de hybris, una pasión, un gusto, una fruición únicos. Ya la historia de la ciencia, tanto como la de la filosofía, la psicología del descubrimiento científico o los estudios sociales sobre ciencia y tecnología, así lo han puesto de manifiesto.
Sin embargo, el pensar no es exclusivo de los seres humanos. También los animales y las plantas piensan. Pero no es éste el lugar para entrar en este tema, por razones de espacio1.
A pensar nos preparamos a través de mucha lectura, mucho estudio, mucha reflexión. Pensar, en otras palabras, no es un punto de partida, sino un punto de llegada, el resultado de un trabajo o una forma de vida que permite que, entonces, haya pensadores en la sociedad y en la cultura.
El pensar se convierte en un problema dado que, de suyo, es crítico, reflexivo, no acepta ningún criterio de autoridad de ninguna clase, es siempre cuestionador e implica autonomía, independencia, libertad y la formación de un criterio propio. No en vano la Ilustración, con Kant, eleva al pensar como un acto de soberanía por parte del individuo: “atrévete a pensar” (sapere aude) (literalmente: atrévete a saber [por ti mismo]).
En un mundo cargado de intereses de todo tipo, el pensar se entiende como un “lujo”, como algo innecesario. Lo importante sería hacer; o establecer para qué sirve algo. En este caso, para qué sirve pensar2. Un caso particular ilustra bien esta situación: de acuerdo con Kurt Lewin (1890-1947), “no hay nada más práctico que una buena teoría”. En este sentido exactamente, sostenía Einstein que es la teoría la que nos permite ver las cosas.
En efecto, los aztecas jamás vieron llegar a Hernán Cortés, y solo se percataron de que estaba allí cuando ya estaba matándolos a los aztecas, asolando los campos, usurpando a sus mujeres. Y la razón por la que no vieron a los españoles es porque carecían de conceptos como el de arcabuz, perro, caballo, hombre blanco, y demás. Los conceptos y las teorías nos permiten ver las cosas, y al verlas podemos explicarlas y comprenderlas. Tal es el valor de pensar —esto es, pensar en y con conceptos, pensar y elaborar modelos y teorías, por ejemplo—.
En el mundo actual se asimilan y se impulsan, se promueven y se hacen llamados constantes a comportamientos sin relación con el pensar. Así, notablemente, se elogia el sentido de pertenencia, la lealtad, la fidelidad, la obediencia incluso, el cumplimiento de las normas y la institucionalidad. Todo ello va en desmedro del pensar en sentido propio. Vivimos una cultura de fobia al pensar: son las normas, las leyes y la institucionalidad las que pasan al primer plano en la conciencia individual y social, repetidas por medios de comunicación social, ingenierías sociales de todo tipo, en fin, por estructuras organizacionales y cuerpos administrativos de toda índole.
En metodología de la ciencia, se ha convertido ya en una costumbre enseñar a los estudiantes que es importante tener “la pregunta de investigación”. Lo que no se dice expresamente es que los estudiantes deben ser cuestionadores, inquisidores, no aceptar los hechos ni las ideas sin más. La pregunta de investigación es bastante más que una técnica; es una actitud radical. Se trata, en propiedad, de la invitación a pensar las cosas de que se ocupan de otro modo que como ha sido la costumbre hasta ahora. Costumbre que, eufemísticamente, es conocida como el “estado del arte”.
Ahora, bien entendido, pensar consiste en imaginar mundos posibles, escenarios distintos,