Olvidar es morir. Sergio Arlandis López
misma imagen, singularizando y generalizando al mismo tiempo, llevado siempre por aquel ímpetu integrador, tan característico de su segunda etapa poética.
Esta misma idea totalizadora se acabará confirmando en un libro como En un vasto dominio, estudiado, en esta ocasión, por Daniel Murphy, autor, en 2001, de uno de los libros publicados más emprendedores en torno a la obra de Aleixandre. Su estudio en torno a la voz articuladora que emerge de este poemario sigue, pues, esta misma propuesta renovadora enlazando lo novedoso del libro con la raíz tradicional de la que es deudora (como, por ejemplo, la oda): una revisión de los apóstrofes que afloran en los poemas nos da claras muestras de cómo la voz trata de albergar el vasto dominio de la comunicación a través del tiempo; esto es, de la proyección de esa misma voz hacia un presente continuo y constante, que sobrepasa la mera individualidad del poeta y lo corona como testigo del sesgo unitivo del ser humano, viajante y guía a través de la materia que es la historia.
En 2001, Miguel Ángel García publicaba Vicente Aleixandre, la poesía y la historia. Sin duda, se trataba de la primera revisión crítica de los estudios aleixandrinistas desde la famosa tesis de Carlos Bousoño hasta la actualidad: una exhaustiva labor revisionista no sólo de los fundamentos del mundo poético de Aleixandre sino también de los resortes críticos que lo encauzaron hacia una definición no siempre acorde con lo poéticamente expuesto en sus obras. Con su trabajo, dedicado a Poemas de la consumación, abre, de nuevo, el camino del escrutinio bibliográfico y de su interpretación: una relectura que obliga a examinar el poemario como interiorización del conflicto juventud-vejez desde el prisma vitalista que articula y estructura toda su obra poética. Partiendo de la visión literaria del viejo (de Cicerón a Erasmo, de Montaigne a Wilde, etc.), su estudio disecciona cómo se construye la imagen trágica de la consumación como realidad psicológica, social y biológica; aunque a través de esa tragedia del ser persiste el cumplimiento de un destino, de una poética o de una poética del destino final de la existencia: de la combinación de estas tres aristas surge un libro tan estremecedor y tan nítido de emoción como Poemas de la consumación.
Jorge Urrutia es uno de los más reconocidos especialistas de la literatura española contemporánea: entre el vasto catálogo bibliográfico de su producción crítica destaca el artículo que publicó en Ínsula, en 1977, sobre el poema «El vals». En este caso, su trabajo en torno a Diálogos del conocimiento vuelve a resultar tan preciso como conciso: indagando sobre la forma dialogada empleada, se adentra en razonar y valorar hasta qué punto Aleixandre teatraliza su texto y sus personajes, bien desde la escenificación, bien desde la temporalización que, dicho sea de paso, queda señalada ya en el libro inmediatamente anterior (y con el que forma una supuesta tercera etapa de su obra). Monólogos, en definitiva, que cierran, de manera reflexiva y enfrentada la conciencia de la existencia desde el umbral de su acabamiento, de su representación y de su función final.
El libro se cierra con una importante revisión de la correspondencia de Vicente Aleixandre, en su mayoría publicada, aunque con importantes documentos aún por salir a la luz. Irma Emiliozzi es, en la actualidad, contrastada especialista en las ediciones epistolares aleixandrinas, con excelentes fuentes documentales, como las que aporta en sus volúmenes publicados: Vicente Aleixandre. Correspondencia a la Generación del 27 (1928-1984) (2001), Cartas de Vicente Aleixandre a José Muñoz Rojas (2005), Vicente Aleixandre. Cartas a Jaime Siles (2006), o su inmejorable edición crítica de Historia del corazón. Nacimiento último en la editorial Biblioteca Nueva (2001), etc.; una labor que repasa y valora en su artículo aquí publicado, aportando, como viene siendo tan característico en los trabajos de Emiliozzi, una importante documentación que el futuro investigador deberá tener en consideración para venideros trabajos. Sin duda, es un oportuno colofón crítico al homenaje que, desde estas páginas, tratamos de hacer llegar a la comunidad aleixandrinista, pues incluso muchos de los autores de este libro han sido asiduos corresponsales del propio Aleixandre: los casos de Alejandro Duque Amusco, Gabriele Morelli, Jaime Siles, Giancarlo Depretis, Vicente Cabrera o Jorge Urrutia no sólo fueron ávidos lectores de su obra sino también de su propia correspondencia en persona y beneficiarios de su amistad. Quienes se han sumado a tan destacada nómina de amigos y estudiosos de su poesía, lo han hecho con el fervor que su obra exige: bajo la profunda convicción de que estamos ante uno de los autores más emblemáticos y representativos de la poesía española del siglo XX.
Pero un volumen como este no podría cerrarse sin dejar un espacio, aunque sea menor, para quienes fueron –y son– parte importante dentro del amplio y variado panorama aleixandrinista: seguramente si Leopoldo de Luis, José Olivio Jiménez y José Luis Cano estuvieran aún entre nosotros habrían colaborado con su agudo y riguroso criterio académico. Por este motivo, el presente volumen está dedicado a su memoria en gratitud a una labor clarificadora de incalculable valor. También resultaría pertinente traer a la memoria y agradecer sin reparos la importante aportación de críticos como Carlos Bousoño, Juan Cano Ballesta, Guillermo Carnero, Antonio Carreño, Biruté Ciplijauskaité, Antonio Colinas, Gustavo Correa, Santiago Daydí-Tolson, Rosa Fernández Urtasun, Hernán Galilea, Pere Gimferrer, Vicente Granados, Ricardo Gullón, Diego Martínez Torrón, Julio Neira, Yolanda Novo Villaverde, Lucie Personneaux, Dario Puccini, Luis Antonio de Villena, Emil Volek, José María Barrera, A. Poust, Kessel Schwartz, Javier Lostalé, Concha Zardoya, Jaime Mas, etc., junto a los ya clásicos en estas lides, Pedro Salinas, Dámaso Alonso, Luis Cernuda, Gerardo Diego, José Ángel Valente, entre otros.
Olvidos, selecciones y nombramientos a parte, Vicente Aleixandre, desde el arco temporal de su ausencia aquí rememorada, merece una atención sobresaliente, no sólo por parte de la crítica sino –y sobre todo– por parte de los ávidos lectores de poesía, pues ese fue su único deseo: resistir al empuje del tiempo desde la coraza de sus versos, de sus poemas y sus libros.
SERGIO ARLANDIS LÓPEZ
Universitat de València
MIGUEL ÁNGEL GARCÍA
Universidad de Granada
LO TRÁGICO Y LA SOMBRA EN LA POÉTICA DE ALEIXANDRE*
Juan Carlos Rodríguez
Universidad de Granada
Que los títulos juegan un papel determinante en toda la trayectoria poética de Aleixandre es algo que nadie puede poner en duda. Precisos y exactos parecen constituir la cifra condensada de cada libro, e incluso de cada poema. Por eso esta cuestión de los títulos en absoluto es gratuita. Supone al menos dos cosas: primero la necesidad de nombrar; segundo la necesidad de individualizar. A partir de aquí me surgen las primeras interrogaciones. Descifrar esa «cifra» que es cada título implica por supuesto una primera distancia: quizá el nombre no coincida con la cosa, puesto que nombre y cosa pueden, pese a todo, no identificarse. De esa ambigüedad es muy consciente Aleixandre: ¿Qué significación tendrían si no títulos como Pasión de la tierra, Espadas como labios, La destrucción o el amor o Sombra del paraíso, etc.?1 Todos sabemos lo que quieren decir, pero quizás no sepamos tanto lo que no quieren decir. Pues parece claro que esa distancia ambigua a la que acabo de aludir puede implicar también directamente el fracaso de la escritura, el fracaso del nombrar. Baste el ejemplo obvio de Sombra del paraíso, el texto luminoso por excelencia, que también esconde, en efecto, una especie de paraíso sombrío y oscuro, lo que inevitablemente jamás se puede alcanzar, acaso sólo su huida difusa, como en El viajero y su sombra, de Nietzsche. Así, Espadas como labios puede presentar igualmente un reverso: no sólo la suavidad del labio que lima el filo de la espada, sino obviamente el hecho de que el mismo filo sea en efecto cortante y haga sangrar (esa sangre que quería el poeta en Pasión de la tierra); en suma, destruya algo que se presenta como la misma evidencia en La destrucción o el amor. Quiero decir que el amor destruye, sí, pero del mismo modo puede ocurrir que la copulativa no una en absoluto sino que suponga una dicotomía, una diferencia total en la aparente unidad. Y así no habría reverso propiamente dicho sino que la espada iría por un lado y los labios