Sobre la animalidad (y otros textos afines de política contemporánea). Armando Villegas Contreras
se logra que los grandes argumentos sobre la animalidad compitan o siquiera se yuxtapongan al problema de siempre: los seres humanos.
La segunda parte está compuesta por una serie de preocupaciones sobre la violencia y la política contemporáneas. Íntimamente relacionadas, las reflexiones de la primera y segunda parte pueden servir como crítica general que coadyuve a pensar el problema de las violencias. Ambas partes muestran derivas de nuestra época. Por ejemplo, ahí donde la soberanía se contempla a la luz de cierta bestialidad animal o excepcional, o donde las violencias que alcanzan a grupos sociales y sus formas de organización y de construir el pasado alcanzan también a los animales. El texto “Ante la ley” de Kafka pretende revitalizar el problema de la textualidad, el asunto de los traspasos de disciplinas afines pero demarcadas por las instituciones del saber que, si los podemos juntar, son eficientes a la hora de analizar cuestiones como la soberanía. Al final incluimos dos textos, uno sobre las preguntas (y decisiones) que las resistencias hacen respecto al problema del olvido y la memoria. Ello implica preguntar y analizar las reiteradas consignas sociales (no jurídicas, no estatales) sobre el olvido y el perdón. El otro texto intenta ser una reflexión sobre la aceleración del tiempo, inspirado en un libro del historiador Reinhart Koselleck y lo que éste nos ayuda a pensar sobre los medios de comunicación, la reproductibilidad técnica de la experiencia moderna y la violencia, tan cotidianamente acomodada ya en nuestras vidas.
Esperemos, pues, que los textos sirvan al lector para repensar políticas y estudios críticos sobre los contenidos que, a manera de preocupación, aquí se presentan.
PARTE I
El nacimiento del animal: una relectura de Las palabras y las cosas 1
En El animal que luego estoy si (gui) endo Derrida (2008) analizó la “mutación” de la “relación de los hombres con los animales”. En dicho texto, pesado y denso en su argumentación, el autor sostiene varias hipótesis. Una de ellas es el grado de intensidad con el cual los seres humanos han visibilizado el mundo de los animales en distintas formas, afortunadas unas, desafortunadas otras. Por ejemplo, Derrida enfatiza que, hace doscientos años los hombres no tenían un saber (etológico, zoológico, biológico y genético) sobre los animales que los interviniera y transformara;2 tampoco los estudiaban de manera sistemática y masiva. Los animales no eran objeto de una crueldad intensiva, no solo en lo que refiere a la alimentación (las crías industriales para alimento humano), tampoco a su exterminio a manos del hombre (extinción de especies, caza, utilización como materia prima, etc.). Esta intensidad y visibilidad quizá tenga relación con el crecimiento de la población mundial. Pero al mismo tiempo los animales no habían entrado en una preocupación filosófico-jurídica sobre sus “derechos”, tampoco se habían creado tantos colectivos y políticas de los estados para protegerlos.3 Volver a pasajes poco leídos de Las palabras y las cosas de Foucault nos puede ayudar a comprender cómo es que “el animal”4 fue construido con las mismas categorías que las de lo humano moderno Occidental. Así, se hizo entrar a los hombres y a los animales en un proyecto integral de gestión de la vida. Cuestión urgente hoy en día en la que la famosa biopolítica se explica a través de una animalización del hombre, es decir, se explica poniendo énfasis en la “reducción” de lo humano a lo animal. Pero esa biopolítica la entenderemos en su complejidad en un doble vínculo, es decir, al mismo tiempo que el humano se animalizó, el animal también entró a gestionarse con los criterios con los que se gestiona la humanidad. Leamos la reflexión de Agamben (2005) sobre este punto:
No es fácil decir si la humanidad que ha tomado sobre sí el mandato de la gestión integral de la propia animalidad es todavía humana […] ni tampoco está claro si el bienestar de una vida que ya no sabe reconocerse como humana o animal puede sentirse como satisfactorio […] la humanización integral del animal coincide con una animalización integral del hombre (Agamben 2005, 99).
Agamben refiere el proceso biopolítico en el que hay una indistinción de humanos y animales. En términos antropocéntricos y humanistas somos algo más que animales, pero en términos biológicos tan solo somos animales. Y lo mismo sucede para los animales.
Ahora bien, esta cuestión de la intensificación citada y que analizamos más adelante, traería como consecuencia también, por oposición o por resistencia, una intensificación y un cambio en la relación compasiva hacia los animales. Una preocupación por la vida de los animales, de los cuales el hombre sería responsable tanto de su maltrato como de su defensa. De la activación de una agresión profunda y sistemática, pero también la de su envés: leyes a favor de los animales, luchas contra su sufrimiento, equiparación del hombre con el animal o la humanización del animal mediante vocabularios jurídicos (derechos del hombre, derechos del animal); biológicos (la población, la especie, la herencia, el desarrollo, la reproducción, etc.). Dicha intensificación, paradójicamente, se muestra, por un lado, mediante los conceptos de la biología radicalmente al identificar las esferas del hombre con relación a las de los animales y, por otro lado, al separarlos mediante el pensamiento moral o jurídico. El humanismo, cualquiera de sus vertientes, arrastra la semántica jerárquica de los antiguos, según la cual la distinción filosófica fundamental es la que nos separa de nuestra animalidad y, diría Sartre (2004), lo que nos “hace ser más que una piedra o una mesa”.5 Por un lado, la historia de la invención del animal como objeto (lo explicaremos) y la gestión de la vida, y por el otro las abstracciones morales sobre la superioridad y la responsabilidad del hombre sobre los vivientes.
Una serie de conceptos han sido utilizados en la configuración de diversas disciplinas. A través de las palabras, el mundo social y el mundo animal quedaron comprometidos desde el inicio de la época clásica, periodización de Michel Foucault (1998). Es cierto que el humanismo y la filosofía occidental anterior al estructuralismo hacían también grandes esfuerzos por no confundir “mundos del animal” y “mundos de lo humano”.6 A través del concepto de “lo propio”7 se intentó delimitar las esferas arrebatando al animal aquello que solo era supuestamente específico de lo humano. Aun así, en muchas ocasiones esos conceptos no fueron suficientes y las relaciones entre lo humano y lo animal quedaron marcadas por la pregunta sobre el umbral o “separación”, pero paradójicamente también, por la continuidad. Un esfuerzo de epistemólogos franceses como Canguilhem y Francois Jacob por delimitar las esferas marca la preocupación que, como explicaremos, al no ser superada daría lugar al nacimiento del concepto de “biopolítica” de Foucault, que describe nuestra modernidad aún hoy. Eso es lo que sostendremos, que no hay biopolítica sin la discusión sobre la continuidad o la separación entre lo humano y lo animal. Es esta tensión entre separación y continuidad lo que nos interesa estudiar. Para ello, debemos volver a leer Las palabras y las cosas.
Conceptos como desarrollo, evolución, población, reproducción, escasez y más recientemente, en la biología molecular, “información”, “escritura”,8 por mencionar algunos, fueron tomados indistintamente para explicar fenómenos sociales, así como fenómenos de la naturaleza. Estos préstamos (cuyo origen y estudio sobre el momento en el que surgieron es ocioso, pues el hecho es que fueron así usados) arrastran valores de un campo a otro haciendo aparecer la vida como algo general y homogéneo. A pesar de los esfuerzos de separar las disciplinas, en muchas ocasiones los préstamos eran inevitables. El esfuerzo, por ejemplo, de Freud y de autores clásicos, pero también de muchas iniciativas del activismo contemporáneo, de tratar de demostrar que las abejas (u otros animales) son sociables, con el fin de equipararlos al mundo humano es el resultado de ese continnum. Dominique Lecourt, en el prólogo a Lo normal y lo patológico de Canguilhem, escribe lo siguiente sobre el esfuerzo de delimitación de las esferas de explicación del saber:
En efecto, es necesario agregar que la palabra es el vehículo constante –aunque con frecuencia el menos consciente– de los préstamos “teóricos”: préstamos de un dominio científico a otro o, –lo que a menudo está más cargado de consecuencias– introducción de valores ideológicos no científicos en el orden de lo científico. A propósito de esto puede leerse el estudio acerca de la “Théorie cellulaire”: allí se ve de qué manera el término “célula” es capaz de transportar valores sociales y políticos de acuerdo con la época considerada; y se ve también